Le recomendé meditar a una amiga, y me ha dicho que le es imposible, porque se desespera. No puede sentarse diariamente y concentrarse en su respiración y/o un mantra por unos minutos. Ese hecho es la mejor muestra de que ella necesita urgentemente hacer un esfuerzo por tranquilizar su mente. Hay muchos caminos para hacerlo. A mi juicio, el más sano, duradero y efectivo es la meditación.
Quizás no puede seguir mi consejo porque su ego no resiste someterse a lo sugerido por una sencilla persona como yo, que no soy una autoridad psicológica suya. Es decir, solo acepta lo dicho por un médico, psicólogo, psiquiatra o alguien muy admirado o querido. Krishnamurti analiza muy bien esto.
Sin embargo, lo valioso es oír consejos de todos, pues la verdad puede estar en cualquiera, y lo necesario es analizar los argumentos y experimentar, antes de juzgar y decidir. La solución de un problema tanto puede venir de una persona común como de un especialista. En otro artículo, cité a Osho sobre cómo un simple campesino resolvió un problema de ingeniería que los profesionales no pudieron.
Durante muchos años, la meditación fue un oscuro misterio de los míticos místicos orientales. Hoy se conjuga conocimientos de oriente y occidente. Estudios científicos demuestran que meditar logra la sintonía de cerebro, mente y cuerpo. De ahí ha surgido una nueva espiritualidad, practicable por religiosos, agnósticos y ateos.
Está comprobado que meditar sirve para controlar y eliminar emociones dañinas: rabia, depresión, ansiedad, temores, inseguridades, problemas sociales, de trabajo, etc. Sin necesidad de medicamentos químicos, que curan una cosa y dañan otra. Claro, no es de un día para otro. Vemos resultados luego de la práctica continua. Es como adelgazar con ejercicios y control alimenticio: tienes que trabajarlos con disciplina, seguir instrucciones, y darle tiempo al tiempo.
LOS OCHO PASOS DEL PROCESO DE LA MEDITACIÓN:
DEL SACRIFICIO A LA ADICCIÓN E INSTINTO
Del mismo modo que se nos pegan vicios, se nos pegan virtudes. Como todo ser vivo, aprendemos algo en un proceso que va de creatividad a repetición hasta aprehenderlo o integrarlo. Del sacrificio inicial hasta la instintiva adicción final. Al principio, parece difícil, pero la práctica nos convence. ¿Cuáles son esos pasos?
1. Incentivarnos en la nueva experiencia hasta presionar la voluntad y auto-obligarnos a hacer el sacrificio. Lo nuevo, lo creativo, requiere esfuerzo firme.
2. La repetición genera los pequeños logros que hacen que la actividad vaya registrándose en la memoria consciente, física y psíquica, y se hace una costumbre.
3. Se graba luego en el en el inconsciente y se hace hábito. De repente, al acostarnos y o levantarnos, es lo primero que viene a la mente.
4. Los pequeños triunfos en controlar la mente, mantra y/o respiración, convierte la meditación en un gusto. Nuestra vida cotidiana empieza a ver mejorías en el manejo de conflictos e inseguridades.
5. La facilidad con que vamos desechando cada vez con menos esfuerzo las distracciones provocadas por pensamientos y emociones, hacen de la actividad una alegre diversión mental. Vamos como jugando al topado con los pensamientos distractores.
6. De ahí, se vuelve seguidilla, y pasa a ser un placer. Nos genera un efecto semejante al orgasmo o el disfrute de una obra de arte. Victoria que aplaude nuestro ego.
7. El placer genera la adicción, que adhiere la meditación al subconsciente. De sacrificio, costumbre, hábito, gusto, diversión, placer, adicción, instinto, se ha convertido en una armoniosa sintonía de lo espiritual, cerebral, mental y corporal. Es un sublime y necesario deseo vital, como agua y aire.
8. La adicción funciona asociada al instinto o necesidad primaria de la especie, como: respirar, comer, ayuntar, dormir. ¿Resultados? Un estado de paz interior, escudo protector frente a las ilusiones del ego. Superamos vanidades, competencias, deseos, pasiones. Claro, controlamos estos naturales sentimientos, sin dejar de sentirlos.
NECESIDADES PRIMARIAS: PLACERES INDISPENSABLES
Cuando hacemos la meditación una necesidad primaria, nos acercamos a los más elevados estados espirituales de nuestra mente: theta y alpha. Miramos desde fuera nuestra conciencia y sus conflictos.
No digo que yo lo haya logrado. Es un estadio propio de aquellos cuya constancia en la meditación los ha hecho prudentes maestros. Cualquier persona puede lograrlo. No se necesitan aptitudes sino actitudes. No hay que ser genio ni haber nacido o desarrollado misteriosas virtudes personales. Todos podemos alcanzarlo si persistimos en el firme ejercicio continuo, hasta llegar a ser ese feliz observador silencioso que ve pasar el mundo con la menor mutación, como la piedra.