EL ARTE ABSTRACTO ES VÁLIDO, SUS EXTREMISMOS NO
El artículo anterior parecía dar por terminado el tema. Sin embargo, quedan otras partes por discernir, por estudiar, por establecer un criterio sobre ellas. Es decir, aunque pueda sonar fea la metáfora, todavía al cerdo le queda rabo por desollar, porque ahora cabe preguntarnos, ¿cómo diferenciamos una obra muy críptica, de difícil acceso, de una falsa obra de arte, de un bodrio, disparate verbal, visual o sonoro?
Son nocivos los extremismos del movimiento abstracto, que tantas falsas obras ha querido imponer al mundo artístico. Lo cual no indica que el abstraccionismo como escuela, movimiento o tendencia esté mal. Los que están mal son los desbordamientos de algunas obras cuya carencia de un orden –sea lateral o directo, nuevo o muy nuevo- les quita la condición de obras de arte.
Los creadores deben romper esquemas, pero sobre la base de crear nuevos esquemas, nuevas formas de ver el mundo, nuevas normativas. Porque sustituir la regla por la carencia de regla no puede ser ni arte ni ciencia ni técnica ni nada. Es pura anarquía que en el mejor de los casos puede servir para inspirar a alguien que tenga verdadero talento a hacer una obra verdadera. Es decir, el desorden puede inspirar un nuevo orden, pero arte no es, pues no resiste ningún análisis ni las pruebas del tiempo.
UNA AUTORIZADA OPINIÓN
Esto es lo que señala el crítico de arte Aaron Acosta, quien explica muy bien el nuevo orden establecido por esta escuela:“Comenzaré por decir que el arte abstracto no pretende representar nada. De hecho, lo que caracteriza a las diferentes corrientes de arte abstracto, porque existen muchas distintas, es la no figuración. Es decir, los artistas abstractos no buscan plasmar el mundo a su alrededor tal como se ve ante nuestros ojos, sino sus sensaciones, su luz o las formas básicas y primordiales que lo constituyen. El arte abstracto se preocupa por la composición más que por la representación”.
Luego, enfatiza estas ideas a través de ilustrarnos los obstáculos que en principio enfrentó, y la verdadera esencia de este movimiento artístico, que no es la anarquía ni el desorden, sino un nuevo enfoque, un nuevo orden estético:
“La gente tiende a cuestionar la legitimidad de las obras abstractas como arte, quizá por efecto de la propaganda fascista que en los 30s lo calificó, al no entenderlo, como ‘degenerado’. O quizá por efecto de la propaganda soviética que lo calificó como ‘una expresión burguesa’. Recordemos que esos movimientos políticos buscaron controlar todas las esferas del lenguaje y la expresión, como una forma de ampliar su control. Otros argumentos comunes en contra del arte abstracto refieren a la técnica; la idea de que ‘es más difícil’ pintar algo ‘tal y como es’, o el tan citado ‘parece que lo hizo un niño’, o mi favorito, el clásico ‘yo lo podría haber hecho’.
Creo que esos argumentos no entienden el hecho de que en el arte abstracto, el concepto es más relevante que la técnica, y segundo, que la apreciación de esas obras debe ser una experiencia interior, es decir, poner atención a las sensaciones, emociones y reflexiones que nos provocan en el interior”.
No siempre debe atribuirse el no entendimiento de una “obra de arte” a la ignorancia de la gente, a su poca educación, el mal gusto de la llamada chusma. También debe cuestionarse si el autor de la obra ha logrado resolver el primer y más importante obstáculo que debe superar todo artista: su capacidad de comunicar al público lo que él siente, de llevar al espectador a la atmósfera mental que se ha propuesto para sacarlo de sus casillas. Conseguir que un receptor sienta lo que él quiso que sintiera al entrar en contacto con la pieza.
Es lo que han logrado hasta ahora los grandes creadores que conozco. Mal y frustrado se sentiría Víctor Hugo si la bondad del obispo de Digne le produjera una risa burlesca al lector, y no admiración y sublimación espiritual. Si el conflicto vital de Jean Valjean le generará al lector asco o desprecio por el personaje, en vez de conmoverse e identificarse con la inocencia que late en el fondo de sus culpas.
No obstante, hay algunos creadores de nuestro tiempo -ya sea en literatura, pintura, escultura, música y otras disciplinas artísticas- que postulan el principio de dejar al espectador que interprete lo que quiera de la obra.
Recuerdo que una vez le pregunté a un artista visual a cuya exposición asistí: “¿Puedes decirme qué buscas comunicar con estos cuadros, qué sentimientos deseas despertar en el público observador?”.
Me respondió: “El significado y los propósitos de mi pintura, yo los dejo al libre albedrío del espectador. Que la vea cada uno a su manera, y le produzca las emociones que quiera. Me parece que eso es parte de la riqueza de una obra, dejar que cada uno la interprete como quiera. No tengo una dirección fijada ni me interesa comunicar ningún sentimiento en particular”.
“ENSUCIAN EL AGUA PARA QUE PAREZCA PROFUNDA”
No soy considerado una autoridad ni un maestro en el ejercicio de la crítica, y por tanto, si digo que hay una parte importante del llamado arte moderno –en literatura, pintura, música, cine, etc.- que es falso, que no tiene derecho a llamarse arte, puede que me corten la cabeza como a San Juan Bautista, me crucifiquen como a Jesús o seré apedreado como intentaron hacer con María de Magdala.
Sin embargo, hay verdaderas autoridades, estudiosos consagrados, que han cuestionado ciertos extremos a que puede llegar este; extremos que pueden hacerlo saltar y salirse del espacio conceptual que llamamos obra creadora.
Por ejemplo, un excelente maestro de la poesía dominicana, refiriéndose a cierta poesía barroca inentendible, me dijo una vez –burlándose de los escritores oscuros-: “Les gusta remover el agua para que el lodo la ensucie, y parezca profunda”.
En el libro, En Voz de Borges, el compilador refiere una declaración del maestro porteño en la que señala: “Un escritor barroco es un pobre hombre que está rogando al lector que lo admire”. O sea, es un vanidoso que se ha propuesto escribir con fórmulas difíciles de descifrar. Piensa que por ello será admirado y adorado, como hacen los creyentes que aman a sus profetas muchas veces porque no entienden lo que dicen, y se hacen la idea de que eso ocurre, “porque somos simples mortales de limitada inteligencia que no nos permite entender los designios de Dios y sus mensajeros”. Para ellos, el intelecto del pueblo es pobre, torpe, y no logra elevarse hasta los excelsos territorios conceptuales del profeta y su dios.
Pero este pseudoarte también ha sido cuestionado por autoridades de la crítica de nuestro tiempo, que han puesto en duda la capacidad de permanecer, de ser auténticas obras, refiriéndose a ciertas piezas que llaman la atención en los grandes museos y galerías y que se venden a precios astronómicos, a través de la efectivas técnicas del marketing.
En la próxima entrega trataremos otro caso similar: el del arte objeto, que tanto ha llamado la atención en el mundo de hoy.