UNA DE LAS PIEZAS INDISPENSABLES DE NUESTRA POESÍA
Ahora, continúo la serie de artículos sobre la gran escritora dominicana Eurídice Canaán Fernández. Hoy empiezo a publicar su excelente poema “Sthephani… las hojas”, texto de largo, larguísimo aliento.
Es, a mi juicio, el poema de más alta calidad entre los escritos por mujeres poetas dominicanas. Digno de aparecer en las más exigentes antologías de nuestra literatura, junto a los más monumentales, como son “Yelidá”, “Hay un país en el mundo”, “Poema de la hija reintegrada”, “Rosa de tierra”, “Vlía”, a los cuales no tiene nada qué envidiarles.
Fue escrito en Monte Negro, Nido de las Pampas, República Dominicana, en septiembre de 1965, y publicado en 1969 en el libro “Los monstruos sagrados”. Es un poema en prosa, concebido en 3 partes, divididas, su vez, en secciones.
La primera contiene: Mensaje, (Introducción, sin título, JFA) La aldea, La noche, Sthephani la locura. La segunda: (Introducción, sin título, nota JFA), El rito, La mañana, Frente a las colinas y el valle, Lo incierto, Lo real. La tercera: Sthephani las hojas.
En esta ocasión, traigo a los lectores, de la primera parte, las secciones inicial y segunda: Mensaje y Aldea.
Las otras dos vendrán en la próxima entrega.
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STHEPHANI… LAS HOJAS
Primera Parte
MENSAJE
Rumoreante con la ternura del mundo, te ofrezco el extraño cariño que sentía Sthephani por los árboles y las hojas…
Entra a su Paraíso.
Y miré la mariposa que posada sobre una hoja casi con majestad y solemnidad movía sus transparentes alas de dúctil espesura y me pareció que eran los pulmones de la vida que latían, latían…
Por ello, cuando veas una mariposa, no quieras prolongar tu egoísmo en detener su vuelo, dejar una mariposa entre las hojas de un libro es abominación de estrellas y poetas .. Ámala . . piénsala, consérvala .. . ella te entregará el misterio de su gracia.
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Ahora Sthephani es solo perfume. Está dialogando con los ojos abiertos casi dolorosamente. O: Quién es Sthephani? O: Qué piensa? ¿Qué Busca . . . ?
Sthephani sonríe melancólicamente. Quien lo busca es el agua. Sthephani busca el dolor dentro de las gargantas de la tierra. Sthephani va corriendo, despeñándose entre los guijarros de la hondonada, ‘persigue locamente el silbido de los carros de la muerte.
Quien lo encuentra es el murmullo de los pájaros. Ellos aman a Sthephani… porque Sthephani tiene la boca de los niños y sus ojos conducen descalzos hacia la melancolía.
LA ALDEA
Para conocer esa pequeña aldea, tienes que haber llorado. Luego, con los ojos y los párpados llenos de lágrimas sentir la sensación de que la tierra misma huye, llevándose sobre el ondulante lomo las pequeñísimas y tiernas hojas de la grama que deja sus contexturas libremente, para bañarse con la brisa
fresca que sopla la canción del rumor . . . y el regocijo.
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Sobre la amplia extensión, pequeños puntos sin colores, todo ocre, pardo como la piel de Sthephani, piel verde, azul cuando piensa, suave cuando sueña. Las pequeñas casas o favelas, cantan a los troncos apretados los unos contra los otros. Rústicas y pacientemente trabajadas, ni muy altas ni muy bajas las pequeñas chozas llevan como las mujeres un gran sombrero de cana, cuyas pencas responden al soplo de los vientos que de cuando en cuando se vuelven varoniles. Ventanas pequeñas para que un hombre pueda tener cabida, para que la piel huraña sienta el contacto con la Naturaleza, para que los pequeños y penetrantes ojos de los agricultores de la aldea de Sthephani parezcan ojos hundidos y alegres, negros como los cascos de los caballos que encrespan sus crines y relinchando emprenden el galope para
que la tierra zumbe con ellos, o cante con ellos … o sienta la vitalidad salvaje de su plenitud desbordada sobre la desparramada lontananza verde y grande; amplia y dulce . . . lejana . . . inalcanzable .. . Sthephani besa a sus caballos en los párpados ..
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Sthefhani solo.
Comprende que la aldea no puede tener calles asfaltadas, ni cunetas de cemento como en otras ciudades. Se alegra de soñar sus calles en el alma, se alegra de sentirlas prolongándose hacia el muro cuya promesa de caer abatido por sus besos es la suavidad misma transformada en camino Y esos caminos unen como la carne.
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Y esos trillos atan como las lenguas sonoras, las cabañas y las huellas. Sí, tiene el camino las pezuñas pintadas como herraduras y la planta de los hombres descalzos que llevan sobre sus hombros sus azadas, y penden en los sudados surcos de la dura carne de sus cinturas, el lazo entretejido donde el pan y la herramienta se rozan cuando la cadencia del paso es rítmica.
Ellos siembran. Siembran en línea recta. Y cuidan sus huertas como si fueran aquellos finos juncos donde se doblegan el arroz, la espiga y la moza, para que no le digan desgraciados.
Se doblan al sol. Dejan la solemnidad de sus pensamientos germinantes en raíces, en tallos perfumados y hunden sudor y lágrimas en la tierra parda que los acoge . Para reconocerse con los hijos: vocean un Oe . . . fuerte, largo… movedizo… como si la voz fuera de espanto.
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Sthephani ateza su onda.
Como un pequeño animal alegre, se agacha . . mide la garganta de un pájaro, ¡suelta el guijarro! Mata.
Sthephani siente el daño. Sthephani piensa alejarse definitivamente de los nidos de los pájaros. Llora las plumas poseídas por la pasión. Se lamenta de haber dejado sus ansias destructoras en aquella conjunción de ternura y melodía. Pero los pájaros desbandados persiguen a Sthephani .. . y con sus picos tratan de arrancarle el rictus de amargura, le picotean los besos .. .
Siente sus alas en los ojos. Sueña .. . que duerme junto a él toda su magnitud salvaje. La tibieza del Amor .. . lo dilata. Trata de llorar su culpa, pero el amor lo siente hasta en sus manos. Lo toma, mira el amor y ama.
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Sthephani ven … Llamó un anciano de perversas barbas. Y él, siempre alegre lo siguió a la taberna en donde había forasteros. Los había feroces, hombres nocturnos, hombres de guerras y fusiles, hombres sucios de intrigas y negocios turbios, hombres caminantes, hombres profetas, sibaritas, artesanos y esos tristes hombres vencidos por el enigmático desenvolvimiento de la vida. Sthephani sabía que sentía la necesidad de estar triste. La taberna, con su clásico olor a sudor, aguardiente y sobacos, parecía una caja material en donde lo ojos de los ojos quizás estaban alegres, pero allí daba feroces aletazos la angustia. A Sthephani le pareció la angustia un pedazo de asadura con miel y hormigas. Allí le pareció que la palabra
misteriosa era: desesperación …!
No tenía significado material la desesperación. ¿Por qué habría él de conocer
eso…?.
Los licores estaban envasados en sus frascos. Él sospechaba que el «sprit» del alcohol estaba de mal humor allí prisionero. Los hombres iban a ese lugar para engullirse el espíritu, era cuestión sanguinosa, era cuestión de masas turbias, enfermedades y pedazos de carne desgarradas por finas y
asquerosas manos invisibles también …
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Oyó perfectamente que el hombre de cara rojiza, panza y alegría feroz preguntaba : ¿Quién es ese muchacho . . .?
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—Sthephani …—
Escuchaba el coro respondiendo.
—Que venga a sentarse conmigo . . .
—Y docenas de manos lo agarraban y lo empujaban casi con cariño.
—Ve . . . Sthephani … quieren conocerte …
Sthephani sonrió como un leopardo, mostró sus dientes sanos y su salvajismo.
Conocerme . — repitió. —Nadie conoce las hojas y los ríos y las aldeas que
lleva Sthephani — Sonrió tan desgraciadamente que algo en la concha de su
misterioso refugio del alma —se le calló dentro y le tocó una espina.
El hombre borracho le tocó las manos y la barbilla.
—Eres bello . . . Sí —repuso Sthephani. La risa turbia lo halagó. Aquel era un
toro, pero un toro sin fuerzas.
—Yo soy animal . . .
Sthephani dejó bajar sus párpados y como si una pena infinita le embriagara,
le señaló : Tú eres un Hombre … —
El borracho palideció. Había comprendido a Sthephani de repente y todo
aquel que aleteara levemente en su fondo, era salpicado por la angustia.
—Sí, soy un Hombre … no puedo negarlo .. .
Sthephani comprendió que el borracho había sentido su enigma de dolor.
—No te aflijas borracho . . . quizás esta noche puedas ser una alondra . . .!
!Se puso de pie y se dirigió hacia la puerta. El hombre lo miró terriblemente
desesperado y gritando como una resentida bestia, lo llamó:
—No me dejes Sthephani. . . !
Sus gritos mataron los espíritus, y ya sobrio, metido en los barrancos de la
amargura sacó su navaja y se degolló terriblemente.
El domingo próximo, continúo con el poema.