En la significación del lenguaje poético (2012), Francisco José Ramos subraya que «cada época es la obra de su poesía». Con esto se refiere no solo a los orígenes mismos de lo que llamamos literatura, que se manifestó primero a través de la forma poética, sino a que a la poesía le es propio el producir una especie de desprendimiento de lo real, un alumbramiento que proclama eso que el filósofo puertorriqueño denomina «verdad poética»:
La verdad poética es la verdad de la poesía y la poesía se encuentra donde sea, pues ella está en todas partes. La verdad poética es la verdad de una ficción ontológica. Este ‘ser’ de la poesía, que sin habitar únicamente el lenguaje pasa necesariamente por el lenguaje, es a fin de cuentas la experiencia de lo que ocurre… Vivir poéticamente no significa otra cosa que estar atento a la ocurrencia del momento.
La obra poética de Alexis Gómez Rosa (República Dominicana, 1950), vasta y monumental, anuncia un hablante lírico que logra materializar la tarea de producir esa «verdad poética» que teoriza Ramos, y al hacerlo se convierte en el testador de una época. Desde Oficio de postmuerte, su primer poemario, de 1973, hasta Máquina olandera y otras olas de lava & Lanman (2014), median cuarenta años de poesía contenida en una docena de libros que son registro preciso de una realidad descarnada cuyo eje es el Santo Domingo de entre siglos.
De esa considerable nómina de libros, La tregua de los mamíferos es tal vez la apuesta en la que la artesanía de Gómez Rosa alcanza su nivel cimero en cuanto a potenciar la capacidad testadora del sujeto, un elemento que se puede rastrear a todo lo largo de su dilatada obra. Ciertamente, en La tregua de los mamíferos esa voz poética afina al máximo su mirada y escucha para captar la más leve insinuación del escenario de la realidad circundante y extraer de allí el sonido de lo inaudito.
En El inconsciente estético, Jacques Rancière sostiene una premisa que puede arrojar luz sobre esta característica prominente del sujeto en la obra de Gómez Rosa. Señala Rancière: «La escritura muda es la palabra portada por las cosas mudas mismas. Es el poder de significación inscripto en el propio cuerpo de estas. Todo es traza, vestigio o fósil. Toda forma reconocible es elocuente. Cada una porta las huellas de su historia y los signos de su destino. La escritura literaria se presenta, entonces, como desciframiento y reescritura de esos signos de historia escritos en las cosas».
El sujeto poético de La tregua de los mamíferos confirma las visiones teóricas del pensador francés al fijar su mirada en elementos, acciones y escenas de la cotidianidad intramuros de un Santo Domingo en ruinas al nivel físico, producto de la invasión norteamericana del 1965, pero también una ciudad arruinada a nivel moral por causa de este mismo acontecimiento. Las intuiciones de ese sujeto que se desplaza por la urbe son el hallazgo al que accedemos los lectores.
Ese sujeto que se desplaza por el Santo Domingo intervenido en la poesía de Gómez Rosa fija su atención en los más variopintos héroes de la resistencia contra el ejército invasor, desde los mártires exaltados por la mitología urbana de esos años (Fernández Domínguez, Capozzi, Riviere, Jacques Viau Renaud) hasta esos héroes y heroínas que han quedado fuera de los libros de historia referente a esos años. Es así como la prostituta sin nombre deviene hábil estratega en procura de bajas en el ejército interventor; «Kid Maravilla», el boxeador, asume su parte de gloria al enfrentar al «sargento Norman Taylor» en el tinglado. Incluso las hermanas del poeta: Nancy, Virginia, Jeannette, aparecen retratadas en la cotidianidad de aquel entonces junto con la imagen del padre del poeta, que se transforma en una suerte de emblema del sujeto dominicano de la postguerra al sumar «arrugas en su rostro de piedra». La contundencia de estos retratos surgidos del desplazamiento del sujeto por la geografía urbana del 1965 y sus derivas en el presente (el de la escritura del poema, 1977, y el del Santo Domingo del tercer milenio) realzan la certeza del hablante en cuanto a la magnitud del trauma histórico que «cambió en nuestras vidas, hizo penumbra».
La mirada testadora del sujeto en La tregua de los mamíferos recuerda la definición del acto de «migrar» para Antonio Cornejo Polar: “migrar es algo así como nostalgiar desde un presente que es o debería ser pleno las muchas instancias y estancias que se dejaron allá y entonces, un allá y un entonces que de pronto se descubre que son el acá de la memoria insomne, pero fragmentaria”.
El sujeto que he identificado en La tregua de los mamíferos asume con su mirada testadora la tarea de cartografiar esa memoria «insomne» y «fragmentaria» que destaca Cornejo Polar. Anclado en el presente de la escritura del poema, a doce años del conflicto bélico, el sujeto poético se desdobla para recuperar los trozos de un 1965 todavía fresco en la memoria de los dominicanos.
El verso con que principia el poema establece esta particular posición enunciativa con líneas que son un verdadero hallazgo: «Sale de mí un cuerpo a hurgar el cuerpo del día». El intento de recuperación de ese pasado será por supuesto caótico, como cualquier tentativa de registrar el devenir de lo que ese acontecimiento ha podido implicar para los individuos que lo atestiguaron.
La fragmentación del sujeto en La tregua de los mamíferos recuerda la dicción del primer Vallejo, la misma a la que el poeta y mártir de la Guerra de Abril Jacques Viau Renaud se adosa en su notable himno «Nada permanece tanto como el llanto». Igualmente, es posible atisbar en La tregua de los mamíferos las huellas indiscutibles del René del Risco Bermúdez de «El viento frío» y del Pedro Mir de «Hay un país en el mundo».
La tregua de los mamíferos es un poema llamado a perdurar tanto como los de estos íconos de la poesía dominicana y continental a los que Alexis Gómez Rosa rinde un fino homenaje. Es asimismo su apuesta estética más ambiciosa y lograda en una obra de por sí admirable.