Me propongo demostrar la inexactitud de semejantes tesis y argumentar que la construcción de la nación fracasó porque la Nueva Granada como unidad política no existió nunca. Que al estallar la independencia no hubo una élite criolla con un proyecto nacional, sino varias élites regionales con proyectos diferentes.
Y por último, que las clases subordinadas tuvieron una participación decisiva, con SUS propios proyectos e intereses, desde los orígenes de la revolución de independencia. Durante los años de la primera independencia de Cartagena (1811-1815), los mulatos fueron capaces de jugar un papel de liderazgo. (…)
No es mi intención discutir en detalle los problemas de la formación de la nación colombiana ni proveer una narrativa completa de los eventos de la independencia de la Nueva Granada. Mi propósito es más bien el de mostrar que los mitos fundacionales de Restrepo no fueron más que eso: mitos colocados en la conciencia de los colombianos. Para cumplir este objetivo he usado como eje central de la obra el análisis de uno de los conflictos políticos de mayor importancia durante el período de la independencia: el conflicto entre sus dos ciudades principales, el puerto caribeño de Cartagena de Indias y la capital andina del virreinato, Santa Fe de Bogotá. Alfonso Múnera Cavadía.
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¿Por qué me empeño en sacar a relucir un libro publicado en 1998? Por su vigencia, porque el profesor Múnera hace galas de erudición, pero, sobre todo, de una visión crítica de la historia, fundamentada en sólidos argumentos. Y fundamentalmente, porque le otorga voz a una importante zona colombiana olvidada, porque los triunfadores se apropiaron del discurso dominante de los “andinos”. Así, el Caribe colombiano tuvo a alguien que escribiese de su grandeza y de sus aportes.
El libro está dividido en seis capítulos. El primero se titula “La Nueva Granada y el problema de la autoridad Central. La tesis fundamental planteada en estas páginas es que la vocación centralista expresada en los documentos oficiales no se cumplía en la práctica, pues como dice el querido historiador “la organización político-administrativa de los territorios comprendidos en el Virreinato de la Nueva Granada, establecido en firme en el año 1739, constituyó un caso extremo de debilidad de una autoridad, de ausencia de cohesión interna y de fragmentación regional a lo largo del período colonial. Al estallar la crisis final del imperio, el virreinato era apenas una entidad política en vías de consolidación”.
Sostiene que el inmenso territorio que constituía ese virreinato bajo la jurisdicción del Perú nunca funcionó, pues era una mera formalidad. El problema principal era la pobreza y las largas distancias era imposible un poder central fuerte. Una de las grandes dificultades era el complicado modelo de Gobierno impuesto por España que tenía, sigue diciendo Múnera, como ejes centrales a las presidencias de Santa Fe y de Quito, a las reales audiencias de Nueva Granada, que eran Quito y Panamá, que estaban todas sujetas al virrey del Perú, pero a su vez a los gobernadores-capitanes generales en las provincias más importantes, dependientes de las reales audiencias. En la práctica, afirma el autor, todos estos organismos funcionaban con independencia total del virrey del Perú; peor aún, se comunicaban directamente con el rey.
Uno de los elementos que más destaca Alfonso Múnera es que la pobreza extrema y la falta de vigor económico reforzó las viejas costumbres de la Conquista: comenzaron a colonizar y conquistar territorios sin ningún plan. Eso ocurrió en Colombia. Así con la miseria y la languidez del comercio, se produjo el fortalecimiento de estas capitales regionales; sobre todo el poder de sus jefes. Las enormes dificultades de comunicación trajeron como consecuencia que la única referencia concreta del poder y sus lealtades se desarrollase alrededor de ese lugar del que jamás podrían salir. Finaliza el capítulo afirmando que “en la víspera de los movimientos de independencia, la fragmentación regional de la Nueva Granada, contra la cual nada había podido la voluntad centralizada de los borbones, seguía siendo por obra de la naturaleza y de su historia la característica central de su organización social y el factor determinante de su cultura”.
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El segundo capítulo se titula “El Caribe colombiano: autoridad y control social en una región de frontera”. Afirma desde el inicio que la región caribeña de la Nueva Granada tenía una realidad completamente diferente al mundo cultural y social que había sido establecido en Los Andes. Incluso afirma que los costeros eran los “otros”, y no estaban comprendidos en el “yo” colombiano ni estaban incluidos en el imaginario nacional de Colombia.
La realidad geográfica marcaba aún más la diferenciación. En los inicios del siglo XIX el Caribe colombiano abarcaba tres grandes provincias: Cartagena de Indias, Santa Marta y Riohacha, que tenía una extensión de unos 150,000 kilómetros cuadrados. Sus costas tenían una extensión de unos 1,600 kilómetros.
Pero además la región comprendía ricos valles. Así pues, esta zona tenía un sistema orográfico muy independiente del andino. Una cosa curiosa, decía Múnera, la región caribeña estaba compuesta por tierras bajas, pero tenía picos de las mayores alturas de la Nueva Granada como eran los picos Simón Bolívar y Cristóbal Colón.
Un elemento importante que resalta Múnera en el capítulo es la actividad comercial basada en el contrabando, definiéndolo como el fenómeno central de la vida económica y social del Caribe colombiano. Era la forma de sobrevivir no solo de los pobres, sino incluso de las élites sociales.
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Analizando los hechos irrefutables le permite al autor llegar a una conclusión importante: “Por el predominio de una cultura de ilegalidad, por el tipo de relaciones desritualizadas que esta generaba entre los individuos que la practicaban, y por la misma ausencia de vida institucional en amplias zonas de su territorio, el Caribe colombiano constituyó una sociedad más abierta de lo que se supone en los años finales del siglo XVIII. Mucho en todo caso, que en lo que se convirtió durante el siglo de ruina e inercia que fuera el siglo XIX. La clave de todo esto está quizás en que la ilegalidad, representada en el contrabando de toda especie, no solo fue la forma que tomó la vinculación de la costa Caribe a un mercado más amplio, permitiéndole, sobre todo en tiempos de crisis, garantizar el abastecimiento de la costa y del interior andino, sino que además condicionó el modo de vida y la cultura de miles de seres tanto sobresalientes como anónimos”.
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Alfonso Múnera (1998). EI fracaso de la nación Región, clase y raza en el Caribe colombiano (1717-1821). Banco de la República-El Áncora Editores. Pp. 18-19.