Ortega y Gasset refiere que para Plutarco el ciclo y carácter de las edades era: “niños, jóvenes y viejos”, para Esopo, “joven, maduro, viejo decrépito” y para Aristóteles “joven, maduro, anciano”.
Shakespeare esboza otra clasificación en su drama. “A Vuestro Gusto” traducida también “Como Gustéis”. Iniciando un acto el personaje Jaques expresa: “El mundo entero es un teatro y todos los hombres y las mujeres no más que actores de él; hacen sus entradas y sus salidas, y los actos de la obra son siete edades”.
La primera etapa es la infancia: “Primero el infante, gimoteando y vomitando en brazos de la nodriza”. La segunda es colegial: “Después el chiquillo quejumbroso, con su cartera, y radiante cara matinal, arrastrándose como caracol, de mala gana a la escuela”. La tercera es del amante: “Y luego el amante, suspirando como un horno, con una balada doliente hecha para … la amada”.
La cuarta es del soldado: “Luego un soldado, lleno de extraños juramentos y barbado como el leopardo, celoso de su honor, precipitado y veloz en la disputa, buscando la burbuja de la fama, incluso en la boca del cañón”. La quinta, la del juez o magistrado: “Luego el juez, que, con el vientre relleno de buenos capones, los ojos severos y la barba recortada lleno de sabios aforismos e instancias actuales, actúa así su parte”.
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Etapa sexta, la de vejez: “La sexta edad trae consigo al viejo enflaquecido en pantuflas, con gafas en las narices y una faltriquera al costado, con sus calcetines juveniles, bien guardados, ahora demasiado anchos para sus huesudas piernas, y su voz varonil, que vuelve a sonar aguda como la de un niño, pitando y silbando al hablar”.
La séptima, de demencia y proximidad de la muerte: “La escena al final de todas, con que termina esta singular y variada historia, es la segunda infancia y el simple olvido sin dientes, sin ojos, sin gustos, sin nada”. Shakespeare se adelantó a la caricatura de ancianos que decían ser iguales a los niños: sin pelo, sin dientes y con “pampers”
Además, Ortega y Gasset refiere que, “partiendo de Esopo, Jacobo Grimm habla de cuatro edades”: “Quiso Dios que el hombre y el animal tuviesen el mismo tiempo, treinta años. Pero los animales notaron que era demasiado tiempo; mientras al hombre le parecía muy poco. Entonces vinieron a un acuerdo y el asno, el perro y el mono entregan una porción de los suyos, que son acumulados al hombre. De este modo consigue la criatura humana vivir setenta años. Los treinta primeros los pasa bien, goza de salud, se divierte y trabaja con alegría, contento con su destino. Pero luego vienen los dieciocho años del asno y tiene que soportar carga tras carga: ha de llevar el grano que otro se come y aguantar puntapiés y garrotazos por sus buenos servicios. Luego vienen los doce años de una vida de perro: el hombre se mete en un rincón, gruñe y enseña los dientes, pero tiene ya pocos dientes para morder. Y cuando este tiempo pasa vienen los diez años del mono, que son los últimos: el hombre se chifla y hace extravagancias, se ocupa en manías ridículas, se queda calvo y sirve solo de risas a los chicos”.
No hubo mención de quienes desbordamos los 70 años.