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El ateísmo científico ha dado importantes frutos al conocimiento humano. El mismo es, al menos en parte, un producto del individualismo; particularmente del temor y la frustración que siente un individuo de tener que responderle a una autoridad (Dios, por ejemplo) respecto a su propia vida y libertad, y a muchas cosas que el individuo prefiere creer que son sola y exclusivamente de su propiedad e incumbencia.
El budismo, en boga desde siglos, pretende ser una ruta de escape hacia una divinidad compartida que no nos pide cuenta, pero que cobra los errores humanos con cargo a retrocesos evolutivos; haciendo regresar a estúpidos o pecadores a estados evolutivos inferiores a la condición humana presente.
Actualmente abundan movimientos como el ambientalismo, vegetarianismo, y otros muchos ismos que suelen ser parte de nuestras búsquedas de sentido y significación; y también de compromisos y de elevación de nuestro sentido de personalidad (Adler). Lo cual conecta con la auto valoración, el sentido de pertenencia y búsqueda de identidad; absolutamente necesarias en todo ser humano.
Estos ismos en boga tienen la ventaja de que se adoptan de manera voluntaria e individual; de modo que, puesto que son conductas colectivas, el individuo se siente pertenecer y participar sin asumir compromiso alguno; esto es, que él administra, pretendidamente, con absoluta independencia y conveniencia; por ejemplo, su afición a un equipo deportivo. Y, de paso, sobreponiéndose a la nada psicosocial, al “no pertenecer”, “no estar en nada”. Llenando así un vacío almático. Y comprometiendo nuestras reservas emocionales inconscientes o conscientes, seamos ricos o pobres, grandes o chicos. Un fenómeno, no obstante, muy distinto al vínculo y compromiso espiritual.
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Cabe enfatizar que la religiosidad, cuando es conducta superflua, es equivalente en diversos sentidos a “fanatismos fashionables”; que pierden de vista la finalidad de sus conductas, la cual usualmente no existe, o jamás el individuo se la ha planteado. Esta conducta es una forma de ritualismo (Merton), esto es, cuando los medios, sean haberes, o simples rutinas no conectan con fines más elevados. Se trata de conductas habituales, estilos de vida adoptados, en sí mismos, como razones por las cuales se vive.
En una novela larga y pesada, cuyo contenido tiene poco que ver con su interesante título (El Plan Infinito), Isabel Allende describe una inquietante situación: “Miraba a su alrededor y veía que no era el único con esa postura, la nación entera sucumbía al aturdimiento del despilfarro, lanzada en un bacanal de gastos y una estrepitosa propaganda patriótica, dirigida a recuperar el orgullo humillado por la derrota de la guerra (Vietnam).” Por lo cual parecería que Nayib Bukele les dice a los estadounidenses: ¡Ustedes no saben cómo manejar el resultado del consumismo, el ritualismo y de la religiosidad sin Dios!
Similarmente, hay riesgo y desperdicio en religiones que no conectan. Yahvé advirtió sobre esto: No quiere intermediarios entre él y cada uno de nosotros. Actualmente, con la Internet, es fácil entender, racionalmente, que Dios puede llevar relaciones (cuentas) individuales con cada uno de nosotros. (4/4: Fin)