En la cultura hispana es muy común que en la conversación diaria acudamos a los refranes para apoyar nuestras ideas o convicciones. Uno de esos proverbios es aquel que reza “Por la boca muere el pez”; otro adagio no tan común es el que dice “Uno es lo que come”. En ambos casos notamos que la idea principal se enmarca en el concepto de la importancia de la cavidad oral como puerta de entrada de los alimentos. Sabiamente la naturaleza ha dispuesto que el Homo sapiens tenga en su cara los ojos y el olfato por encima del gusto con el propósito de ver y oler antes de saborear la ingesta. La industria química asociada a los modernos y efectivos medios de comunicación educa la visión y la nariz con bellas y atractivas imágenes de comidas con olores y sabores adictivos que convierten esclavos obedientes a millones de consumidores. Es logarítmicamente creciente el número de personas cuyos hábitos alimentarios han sido cambiados hasta conseguir que las denominadas comidas rápidas sean su fuente primaria de nutrición cotidiana. Los sabores artificiales, las grasas, la sal en exceso y los edulcorantes sustitutos de la glucosa se han adueñado del mercado de los productos alimentarios. A propósito de estos últimos, la Organización Mundial de la Salud acaba de advertir acerca del peligro que representa el uso del aspartamo debido a su efecto carcinogénico. Se trata de un compuesto sintético elaborado a partir del ácido aspártico y del aminoácido fenilalanina, el cual es 200 veces más dulce que la sacarosa y que ha sido agregado a las sodas para consumidores diabéticos, obesos y población general. Los alimentos procesados adicionan ingredientes nuevos para los cuales la especie humana no está condicionada de modo natural y por lo tanto nadie puede garantizar su carácter inocuo a mediano y largo plazo.
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Ya no comemos para llenar los requerimientos calóricos provenientes de alimentos naturales ricos en carbohidratos, proteínas y grasas en proporciones saludables. Ahora deseamos comer lo que está de moda que no necesariamente corresponde a lo que el organismo amerita. Alimentos frescos registrados con cero productos sintéticos agregados cuya inocuidad nadie haya demostrado científicamente es lo indicado para ser ingeridos en la proporción y frecuencia habitual. Los enlatados sin fecha de caducidad vencida, así como aquellos productos sin garantías de cadena de frío garantizada deben ser rechazados. Cocinar lo necesario a fin de no guardar comidas en las neveras caseras sabiendo la tanda de interrupciones en el servicio eléctrico a que tradicionalmente es sometida la población ordinaria. El país no cuenta con un registro sanitario estadístico confiable del número de intoxicaciones y enfermedades diarreicas en niños, adultos y ancianos que anualmente se generan y que tienen como origen la inobservancia de las normas sanitarias pertinentes a la producción, almacenamiento, distribución, venta al detalle y uso de las mercancías comestibles.
Insistimos en la educación nutricional en todas las escuelas y niveles de enseñanza de la nación. Qué comer, como preparar los alimentos, cuando y cuanto ingerir acorde con la edad, sexo, oficio, tomando en cuenta las costumbres locales y regionales es responsabilidad de las autoridades correspondientes. Alimento y no veneno es lo que demanda nuestro organismo. Mente y cuerpo sano están a merced de una dieta óptima que contenga la cantidad, calidad y proporción de proteínas, grasas y carbohidratos requeridos para un desarrollo y mantenimiento humano.