Ya la noción de la información adquirió categoría de rentabilidad en la medida en que el mercado descubrió las cuantiosas sumas invertidas, en interés de perfilar la imagen pública. Así, nadie quiere renunciar al molde de estructurarse política, social, cultural y en el mundo de los negocios, alrededor de la idea que los otros te presuman en la dirección que te interesa.
Aquí, a golpes de ser un país muy especial, la zafra de la percepción exhibe a idílicos exponentes del mundo trivial, siempre dispuesto a edificar lo mejor del ser humano, siempre y cuando el diseño se acompañe de una significativa inversión. En el terrenal mundo de la posverdad: eres lo que inviertes. ¡Dios mío!
Y los recursos destinados a revestir de santos a reconocidos demonios ha sido la fuente de tragedias. Después, las lamentaciones cuando la complicidad cesa, y llega el toque de desgracia, en políticos, deportistas, empresarios, falsamente convencidos que el dinero lo puede todo. En el país, hace años, un club de políticos decidió abrir el apetito de comunicadores que se olvidaron de cualquier compromiso con la ética, dándole paso a la insaciable vocación de encontrar en el Presupuesto Nacional la fuente de financiamiento de sus egos. Innegablemente rentabilizaron su rol de arquitectos mediáticos que, desde el momento en que la sociedad se dio cuenta, existía una relación directa entre su monumental acumulación y la pérdida de credibilidad.
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En pocas ocasiones la inteligencia popular encontró un mejor nombre para describir el vergonzoso rol de filibusteros que, con pluma o micrófono, veían la vía por excelencia para enriquecerse, y los definió de bocinas. Y el bocinaje representa el ejercicio decadente de agitación y venta de malos productos, interesados en que el erario los transforme de tal manera de convertirlos en químicamente consumibles.
El 2020 demostró lo factible de derrotarlos y evidenciar el hastío de la ciudadanía respecto del ejército de opiniones impulsadas por dinero. No obstante, saben sobrevivir. De ahí su enorme capacidad de cambiar de uniforme. Por eso, un Gobierno que se construyó derrotándolos en las urnas, pasa por la lastimosa situación de tener que incurrir en el nefasto error, de utilizar sus servicios. 30 meses han pasado, y 4,700 millones distribuidos en truchimanes de la opinión, granjas de bots, plumas prostituidas y filibusteros radiales sirven para indignarnos. Caramba, es lamentable. Cada funcionario con su equipo, fondos destinados a la exaltación de incumbentes y la dificultad de articular un espíritu de cuerpo que sustituya la promoción molestosa en credibilidad. ¿Acaso no se dan cuenta?