Amargas reflexiones desde el encierro

Amargas reflexiones desde el encierro

Con el corazón lloroso
y el destino bendecido
nos sentiremos dichosos
tan sólo por estar vivos.

Y le daremos un abrazo
al primer desconocido
y alabaremos la suerte
de conservar un amigo.

Y entonces recordaremos
todo aquello que perdimos
y de una vez aprenderemos
todo lo que no aprendimos.

Ya no tendremos envidia
pues todos habrán sufrido.
Ya no tendremos desidia
Seremos más compasivos.

Valdrá más lo que es de todos
Que lo jamás conseguido
Seremos más generosos
Y mucho más comprometidos

Entenderemos lo frágil
que significa estar vivos
Sudaremos empatía
por quien está y quien se ha ido.

Extrañaremos al viejo
que pedía un peso en el mercado,
que no supimos su nombre
y siempre estuvo a tu lado.

Y quizás el viejo pobre
era tu Dios disfrazado.
Nunca preguntaste el nombre
porque estabas apurado.

Y todo será un milagro
Y todo será un legado
Y se respetará la vida,
la vida que hemos ganado.

Cuando la tormenta pase
te pido Dios, apenado,
que nos devuelvas mejores,
como nos habías soñado.
Mario Benedetti.

No pude escribir el Encuentro de la semana pasada. Tenía demasiados sentimientos encontrados. Me debatía mucho si debía, si podía escribir este Encuentro que tanto amo. ¿Hablar otra vez del encierro que hoy vive el mundo entero? ¿Decir que a veces me arropa la incertidumbre y la ansiedad? ¿Reiterar la pregunta que el mundo entero se hace, hasta cuándo, hasta cuándo? Me pregunté si seguir leyendo las opiniones de los llamados expertos, de un virus nuevo, que poco se conoce. A veces me lleno de esperanzas, otras tantas se desvanecen ante la certeza de que la situación se prolongará por unos meses más, y no podré abrazar a mis hijos, mis nietos, mis hermanos de sangre y vida y mis amigos.
Hoy, después de haber salido vestida con la indumentaria obligatoria: máscara y guantes, Rafael y yo salimos a caminar por el Mirador Sur. Las calles estaban desiertas. Algunos vehículos circulando. Los pocos caminantes que encontramos, usaban sus máscaras. Hicimos una larga caminata silenciosa. Sentía en mi piel el sol de la mañana. Mientras mis piernas se movían como autómatas, pensaba en la fragilidad humana, y me llenó de tristeza constatar nuestras miserias.

Esta pandemia ha evidenciado lo mejor y lo peor de esta humanidad nuestra. El encierro y la soledad ha hecho que muchos valoremos la vida misma, sin importar el dinero, el prestigio o la acumulación de cosas. Seguir vivos es hoy una gran conquista. Otros, han visto en esta crisis una oportunidad más para enriquecerse con la usura y la corrupción. Por otra parte, muchos empresarios, olvidando que ellos mismos pueden ser objetos y sujetos del virus, no quieren perder ni un centavo, y exigen que el Estado asuma toda la responsabilidad de los que no tienen nada.

Ahogo las horas de mis días escribiendo y leyendo. Preparo un libro sobre la mujer china. Doy gracias al cielo por la bondad y el privilegio de poder escribir. Transfiero mi ansiedad al teclado de mi computadora durante horas y horas.

Me entristece y enoja pensar que esta crisis no nos hará mejores personas. Cuando todo pase, duro decirlo, todo volverá a la triste normalidad. Las diferencias sociales seguirán existiendo; la gran mayoría de los políticos continuará mintiendo para convencer; las cosas volverán a ocupar el lugar de los sentimientos… mientras tanto, aquí en el encierro no vivimos, solo existimos y solo sobrevivimos.

La pandemia ha desnudado la realidad de nuestro débil e ineficiente sistema de salud y de nuestro sistema educativo. Los hospitales, aquellos lugares donde se reproducen a velocidad insospechada los virus y las bacterias, constituyen hoy el lugar que dispone el Estado para tratar y combatir la COVID 19. ¿Acaso es una broma? Como también me produce risas, para no llorar, escuchar a los funcionarios decir que en las escuelas oficiales se están ofreciendo clases en línea. ¿Con qué maestros? ¿Con qué equipos? Y mientras los discursos de los incumbentes mienten, la realidad los desmiente.

Tengo la pequeña esperanza de que esta crisis nos generará algunas enseñanzas. El virus ha sido duro con las potencias occidentales, especialmente en Estados Unidos. No creo que el presidente Donald Trump aprenda de sus errores. Lo peor es que su incapacidad de buscar salidas inmediatas como le aconsejaban los expertos, le ha otorgado el ingrato galardón de ser el país con mayor número de muertos. Ojalá que la sangre de esos que han fallecido por su prepotencia le robe el sueño. Creo también que el gobierno español debe retractarse públicamente y reconocer que tomó medidas tardías. El haber permitido la multitudinaria marcha del 8 de marzo, constituyó uno de los grandes focos de contaminación en Madrid. Italia aprendió muy tarde la lección de que el virus es altamente contagioso. Francia fue tímida en sus medidas, a pesar de las advertencias gubernamentales.

No puedo pensar, aunque tengo la certeza de que así será, que esos miles de muertes sean en vano. Quiero nombres y quiero rostros, no números. Veo las estadísticas que cada día nos ofrecen. Olvidan que detrás de esas cifras hay historias desgarradoras de gente que ha sufrido, de dolientes que no han podido despedir a sus seres amados. La pandemia ha deshumanizado la despedida. Ahora solo son cuerpos en turno para llevarlos a la hoguera para convertirse en simples cenizas.

No, no puedo, no quiero pensar, que este encierro, esta soledad y esta ausencia sean en vano. Quisiera aferrarme a la bondad del ser humano. Quisiera creer más en mis sentimientos que en mi razón. ¡Me duele tanto la insensatez y la ignorancia!

Perdonen por estas palabras que no son de aliento, sino reflexiones tristes de una realidad que nos sobrepasa y nos doblega de manera inmisericorde. Volveré al teclado que me aísla y me aleja de esta dolorosa cotidianidad. Espero que pueda escribir otro Encuentro en nuestras citas acostumbradas.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas