La Ciudad Luz, clara y hermosa como los sueños, vibrante y alegre, nocturna vigilia de gente que la quiere, que la adora, la ciudad del encanto, prometido destino para el arte, el amor, la bohemia
De manera inesperada, oculta toda su alegría, de repente es triste, lánguida, amarga dulzura invade sus barrios, sus bares, sus divertidos centros de tragos y tertulias, su luz pierde su acostumbrado brillo y un halo de pesadumbre y dolor, de pena y angustia la convierte en un triste presente envuelta en un negro crespón. ¡París está de luto!
Algo extraño ha pasado, algo grande y trascendente. Por supuesto que sí.
Se escapaba de su vida el último hálito de su vivir, las penurias materiales, los mil besos de amor ofrendados a su ser, las grandes ilusiones del éxito y el conocimiento de un genio, los tiernos sueños de amor, sexo e idolatría de su Jeanne, el retorno a su origen, deseado empeño que siempre le acompañó.
Había muerto el Príncipe Encantado de Montmartre, El Oso Blanco de Montparnasse, había dado su último y triste adiós a su París querido, Amedeo Modigliani, el más codiciado, interesante y personal pintor de la Escuela de París.
Alguien que estuvo allí presente, lo contó, no lo recuerdo bien y también contó que ya anocheciendo empezó a llover ligeramente y que si quería lo divulgara, pues había sido un hecho real que el mundo debía conocerlo, porque Amedeo, su amigo, se lo merecía.
No me lo crean, pero me parece que quien lo contó fue Chaim Soutine, el más caro amigo pintor de Modi.
Ese evento que marcó la vida artística y bohemia de París, pudo haber acaecido en el año 1920, estoy casi seguro.
35 años antes de este sentido acontecimiento, bastante lejano de París, en un conocido poblado italiano llamado Livorno, exhalaba sus primeros visos de vida con un lejano y quedo grito de alarma, un bello, pero algo enfermizo niño, llamado Amedeo Modigliani. Desde ese preciso instante arranca la existencia llena de altibajos, alegrías, tragedias, enfermedades, estudios de arte, ausencias del hogar, de quien años después, la historia recogió como uno de los más importantes pintores del siglo 20.
Después de deambular por distintos lugares de Italia, clases magistrales en Florencia y Venecia, estudios profundos del Renacimiento, Amedeo comprendió y sintió su vocación, el arte, la pintura. Pasó gran parte de su juventud en su país natal. En el año 1906 París le abre las puertas y desde ese preciso momento comienza la odisea, la aventura, la tragedia, la vida loca, la escultura, la pintura y la existencia más insana, triste y trágica de un gran artista.
Por su gran personalidad, su figura atractiva y varonil y un halo carismático que se notaba al instante, al poco tiempo de su estancia en París, Modigliani gozaba de muchos amigos y amigas, pintores, poetas, escritores y modelos de taller que lo acompañaron hasta el final de sus días.
Se acomoda en Montparnasse, compartiendo estudio con Soutine, Pacini y Utrillo, inseparables camaradas para toda la vida en su bohemia forma de vivir.
Las primeras obras de Modigliani hasta el 1908, fueron esculturas talladas en piedra caliza.
Su pintura, ya en París, lanzó por la borda la academia; la Escuela de París era otra cosa diferente, irracional, irreverente, factores que él abrazó con fervor para siempre. Era ya su pintura un raro y extraño manifiesto expresionista.
Caras alargadas hasta el paroxismo, una presente distorsión que alejaba la intención del parecido, una gran partida de sus pinturas eran seres frágiles y gráciles modelos que posaban día a día al pintor, desnudas, con una gracia extraordinaria y gran carga erótica. Modigliani usaba brillantes carmines y verdes, algunos tierras y los estratificaba capa por capa convirtiéndolos en traslúcidas heladuras que impregnaron a su maravillosa obra, la recia personalidad del artista.
Fue un brillante dibujante y excelente retratista de amigos y compañeros de oficio.
Al pasar el tiempo, Modigliani fue minando su salud. Excesos de alcohol noche tras noche, miserias y pobreza. Una vida sexual desenfrenada, descuido en su persona, fueron factores que empezaron a arrabalizar su vida, de tal forma, que fue llamado ¨El Pintor Maldito de Montparnasse´´, por su arte bohemio y torturado, reflejo de un ambiente noctámbulo, miserable desesperado.
Desde joven, Modigliani sufría de una meningitis tuberculosa que al final dio al traste con su vida.
La vida con sus rarezas e ironía también le jugó su mala pasada a Modi.
Modigliani le hizo un par de retratos a su amigo Sobrovsky por los cuales pagó 10 francos por cada retrato; y más tarde, casi un siglo después, en el año 2010, la Casa Cristie en Londres subastó unos desnudos por la suma de 170.4 millones de dólares.
Dos días antes de su muerte Modigliani fue encontrado en su estudio inconsciente rodeado de botellas de vinos y de latas de sardinas. Le acompañaba su más cara amante, Jeanne Hebuterne, dibujando y en un avanzado estado de gestación.
Muere el 24 de enero de 1920 en el hospital Charite. Su funeral fue impresionante. El 27 de enero, un millar de personas, amigos, compañeros, modelos, artistas y todo tipo de persona que lo conoció seguían en un silencio impresionante al coche fúnebre cargado con flores y traído por cuatro caballos negros.
Su fama estaba por llegar, empezaba a tocar puertas. Pero era su destino, hasta después de su muerte la tragedia enlutó su alma errante. El amor de su vida Jeanne Hebuterne, comprendió que la vida era imposible sin su amado Modi y se lanzó al vacío de un 5to piso en su caro deseo de no dejar solo jamás y para siempre al más encantador, recio, único, irreverente, querido y más interesante pintor del siglo 20; su “Pintor Maldito”, Amedeo Clemente Modigliani. Sus restos descansan en el Cementerio del Pere Lachaise junto a ella.
A la hora de su muerte, Modigliani apenas cumplía 35 años, magnífica edad para empezar a pintar; y qué ironía, tocaba su fin la más impresionante vida de un genio.