Dos siglos después que se iniciaran los procesos de independencia, América Latina sigue enfrentando problemas fundamentales que limitan su desarrollo económico y político.
Siempre se puede argüir razones imperiales para explicar los procesos históricos, y con frecuencia se hace: España, Francia, Inglaterra en la época colonial y Estados Unidos en la postcolonial. Quedarnos ahí, sin embargo, es una traba analítica y los pocos países que han salido de la órbita imperial capitalista tampoco muestran resultados halagüeños (Cuba y Venezuela ilustran).
Hay diferencia en los niveles de desarrollo y bienestar entre los países de la región, pero todos presentan vastas desigualdades socioeconómicas y un cúmulo de experiencias políticas autoritarias de derecha o izquierda.
Puede leer: Venezuela es un problema latinoamericano
Los últimos 45 años han sido, sin duda, mejores: la mayoría de los países no han padecido dictaduras férreas y ha mejorado el nivel de vida. No obstante, la región se encuentra estancada y algunos países incluso retroceden.
En sentido general, hay dos problemas fundamentales para impulsar una alianza latinoamericana que promueva un desarrollo regional más inclusivo y duradero.
Primero, ningún país ha podido asumir un papel de liderazgo regional que promueva reformas de manera coordinada y solidaria.
Brasil, que cuenta con la economía más fuerte, es un país fracturado política y socialmente, más pendiente de su ascenso mundial que regional.
México, independientemente de la ideología de sus gobiernos, ha echado suerte con el Tratado de Libre de Comercio con Estados Unidos y Canadá, y juega a una política de respeto a la soberanía nacional para no involucrarse en los problemas regionales.
Argentina ha ido de crisis en crisis, incapaz de ordenar su casa, y ahora experimenta con un radicalismo de derecha.
Así están los tres países más grandes.
Segundo, la izquierda latinoamericana, en su afán de mantener el sello antimperialista, ha tomado partido a favor de regímenes socialistas de corte autoritario que no son referencia de progreso para las mayorías latinoamericanas.
Si bien Cuba forjó una utopía revolucionaria de liberación, hace mucho tiempo perdió el brillo de esa utopía.
Venezuela vivió con Hugo Chávez una ilusión transformadora. Su populismo y nacionalismo le generaron apoyos y mediante expropiaciones transfirió riqueza de los capitalistas a los pobres, pero hace tiempo la oligarquía gobernante chavista se hizo muy poderosa económica y políticamente, ignorando las necesidades de la mayoría y limitando las libertades públicas. He ahí el éxodo de unos ocho millones de venezolanos.
El caso de Nicaragua es sencillamente patético: un ex revolucionario que luchó contra un dictador se convirtió en dictador.
El resto de la región sobrevive en sus distintos esquemas de capitalismo periférico, con regímenes políticos inestables, algunos de corte autoritario, aunque en las últimas décadas incluyan elementos de elección popular.
La solidaridad latinoamericana ha sido siempre coyuntural y desorganizada como ilustran las posiciones actuales de los distintos países ante la situación de Venezuela. El gobierno chavista sabe que puede dejar abierta la llave del éxodo para los inconformes con el régimen porque los países latinoamericanos volverán pronto a su rutina y la región en su laberinto.
Pero no perdamos todavía las esperanzas en las negociaciones.