Uno de los dramas más angustiantes que viven las familias, sobre todo aquellas donde aún no se ha perdido el verdadero sentimiento del amor y la solidaridad, se presenta cuando uno de sus adultos mayores se ve afectado de forma irreversible por una de las casi treinta variedades de demencia senil.
Por medio de relatos de amigos y relacionados, así como a través de escritos sobre el tema, podemos tener una idea aproximada de este tipo de drama humano sin tener que vivirlo en carne propia, aunque siempre la experiencia personal es la que permite llegar a un justo y comprensivo conocimiento.
Los momentos que pasé junto a otros hermanos y parientes al ver a mi hermano Manolo con facultades tan disminuidas que nos miraba como si fuésemos desconocidos, me permitió entender en su compleja dimensión lo que se siente ante estas angustiantes situaciones.
Aunque tenía desde hace tiempo el libro Más Fuerte que el olvido, de la buena amiga Jeanne Marion-Landais, fue después de ese episodio cuando me adentré detenidamente en su contenido, que es un testimonio emotivo de amor y recuerdo imperecedero de una nieta mayor hacia su entrañable abuelo Milcíades, al que acompañó parcialmente durante su progresivo deterioro mental, por algo que parecía ser alzhéimer.
El relato personal de Jeanne es muy descriptivo y revelador de las emociones que suscitó en ella ese estremecedor acontecimiento que se desarrolló durante poco menos de diez años. Además expresa un sentido testimonio de gratitud hacia las mujeres del servicio que ayudaron en la atención y destaca la honestidad y el sentido de aceptación excepcional que exhibieron dos de ellas y que constituyeron un aprendizaje para la familia.
Jeanne narra con especial dedicación de cariño que su abuelo era como una figura en el fondo de un cuadro, siempre presente, y que cuando sus tres nietos mayores eran niños y estaban en su casa, a veces los llevaba de paseo junto a Carlos, primo de Jeanne, y a su hermana Karin.
A continuación, Jeanne hace una referencia comparativa que, aunque corresponde a noviembre de 2014, fecha en que se imprimió el libro en los talleres de editora Amigo del Hogar, tiene una anticipadora visión de lo que continuaría sucediendo en el país casi un año después con mayor intensidad y preocupación y que constituye uno de los grandes desafíos que aún no encuentran una solución satisfactoria.
Refiriéndose a esos días felices de compañía junto a su abuelo, afirma que “eran tiempos de mucho menos tránsito y mucha mayor seguridad ciudadana, así que la actividad no se podía considerar temeraria, como sería hoy en día”.
En efecto, el incremento de la delincuencia ha llegado a tales niveles que un paseo de tan inolvidable recordación como el que narra, entonces seguro e inofensivo, podría tener en la actualidad consecuencias fatales hasta en un parque o caminata, porque bandidos armados no respetan horas ni lugares para cometer sus fechorías.
Al leer en el capítulo que se inicia en la página 109, la forma en que Jeanne describe cómo su abuelo llegó a perder la orientación espacial en su propia casa, de inmediato me situé en aquellos días en que contemplé a mi querido hermano Manolo en igual situación de dificultad y confusa movilidad en su residencia, cuya arquitectura se diseñó a partir de sus dibujos y a la distribución que él imaginó.
Como testigo y protagonista de primera fila de la experiencia que detalla en su libro, Jeanne ha hecho una valiosa contribución para ayudar a las familias de personas que sufren demencia senil y las muestras de solidaridad y entrega amorosa que su abuelo recibió en el seno familiar son una enseñanza digna de emular a favor de los envejecientes que vuelven a ser niños necesitados de apoyo y mucho cariño.