Aunque a lo que debe apelarse más es a superar la insuficiencia de medios colectivos de transporte para reducir el tráfico excesivo, la movilidad por estos caminos de Dios está parcialmente yugulada por inaceptables obstrucciones a las vías públicas de diferentes magnitudes. Esto procede recordarlo al saludar que el Estado despejara con carriles nuevos la vital conexión terrestre del Gran Santo Domingo con sus poblados entornos y la región norte.
Por allí (el llamado 9 de la Duarte) hubo que aplicar una cirugía urbana de cierta drasticidad contra el desordenado uso de espacios laterales. Hacer retroceder la usurpación para usos particulares de comercios y estacionamientos del «padrefamilismo» atroz sin anular necesariamente legítimos medios de vida. Al final, y restituida la fluidez con cada quien en su sitio, todos los usuarios salen ganando: Los que van de paso y los que se asentaban contra el libre tránsito. Otra reducción severa de trayectos esparcida por media ciudad capital amputa un carril, y hasta dos, por el estacionamiento paralelo y el despliegue de talleres mecánicos y de otras informales artesanías.
Las más diversas reparaciones y ventas callejeras arrancan pedazos por doquier a las calzadas y bordes que deben ser de dominio público. Esa es otra «cirugía» para la que les ha faltado valor a autoridades estatales y del sistema municipal. Olvidan, desastrosamente, que el pueblo las elige para garantizar orden en las calles. Que las exquisiteces céntricas no nos llamen a engaño. Miremos a lo ancho.