Hoy se cumplen 181 años del antepenúltimo día de febrero de 1844 cuando los ibéricos dominicanos decidieron sacudirse del yugo esclavizante de los haitianos que desde 1822 estaban con el control total de la parte oriental de la isla de Santo Domingo.
En aquel momento de euforia libertaria los primeros dominicanos no se detuvieron a pensar en lo que vendría después de una época de sangrientas batallas y dimes y diretes que mantenían a las dos poblaciones en una crispación que impedía organizar los gobiernos. Los dominicanos esperaban la avalancha de occidente de miles de soldados que tratarían de recuperar lo que los dominicanos acababan de separarse y formar una nación distinta a la haitiana.
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Comenzaron las escaramuzas entre los nacionales de los dos países para luego esperar que los haitianos organizaran sus divisiones para formalmente invadir el territorio oriental de la isla que iba a ser una nación aparte de quienes la habían dominado desde 1822.
Los dominicanos, con tan solo dos semanas de haber proclamado su separación, se vieron invadidos por dos fuertes ejércitos haitianos que por la ruta del Yaque del Norte invadieron por Dajabón para venir a enfrentar al recién formado ejercito dominicano integrado por noveles combatientes que en la vecindad de Santiago esperaban las fuerzas de Pierrot. Mientras por el sur por la zona de Neiba y Azua arremetían con fuerzas a las noveles tropas que defendían su derecho de propiedad de la parte oriental.
La llanura de Azua el día 19 de marzo se tintó con la sangre de los combatientes y en horas de la tarde ya los haitianos estaban derrotados por las bisoñas tropas que así tuvieron su heroico bautismo de fuego.
En el Cibao hubo que esperar a los haitianos hasta el 30 de marzo llegaran hasta el pie del cerro del Castillo para hacerle frente a un numeroso ejército que venía con ansias de venganza y aplastar las pretensiones de los dominicanos de separarse del yugo de esos vecinos occidentales.
Fueron dos épicos encuentros en que la nación recién formada enseñó las garras que se impondrían durante años en diversos lugares para apabullar a lo que en otrora era un poderoso ejército apertrechado con el arsenal que habían dejado las tropas francesas en su retirada a principios del siglo XIX.
Entre discordias, inquinas y una guerrilla interna, la nación dominicana comenzó a andar enfrentada constantemente al fuego de occidente que no descansaba de sus sueños de volver a elevar su bandera bicolor en la Torre del Homenaje. Un calor interno de patriotismo alimentaba a los dominicanos que por espacio de décadas mantuvieron un estado de crispación con los vecinos occidentales que se negaban a aceptar que habían sido sacados para siempre del territorio oriental.
El último vestigio del recuerdo haitiano eran los nombres de decenas de comunidades que en torno a la península de Barahona y a la sierra de Neiba mantenían nombres haitianos como residuo de una época cuando todavía estaba en ciernes la nación dominicana. En 1943 esos nombres fueron dominicanizados.
Hoy, con orgullo exhibimos un territorio bajo el control de los dominicanos y nos satisface el ver cómo el progreso ha campeado por todos los rincones y que lo último era el despertar de la península de Barahona como último polo del desarrollo de Pedernales tan lejana de los intereses gubernamentales, pero que ahora está dando señales de la dominicanidad plena.