Aniversario y oportunismo. Adiós a todos, dijo el jefe. El adiós fue el 30 de mayo, al grupo de funcionarios que compartían con él cada noche, frente al mar. Virgilio Álvarez Pina afirma en sus “Memorias”: jamás, en los largos años que estuve al lado de Trujillo, lo escuché despedirse de esa forma.
Los presagios que advertían el fin fueron muchos, se sucedían en el ámbito público como el privado. La premonición, sin embargo, no provocaba rendición sino acciones que pretendían remozar el régimen.
Los devaneos de Abbes García, convertido en el Rasputín del sátrapa, sediento de sangre, sádico sin disimulo, permitieron estrategias que en lugar de salvar hundían más.
El 1961 comenzó con el precedente fatal del asesinato de las Hermanas Mirabal. Las consecuencias, en la comunidad internacional, luego del atentado contra Rómulo Betancourt, también descolocaban la tiranía.
La escisión con la jerarquía católica parecía insalvable. El clero, otrora cómplice silente de los desmanes de la satrapía, recibía los embates de una campaña de descrédito demoledora.
El tirano nombró en el Congreso a un grupo de jóvenes para que simularan ideas revolucionarias y anticlericales.
Rumbo al precipicio, “la estrategia de Trujillo permitía lo que antes hubiera sido imposible, se podía ser trujillista y anticlerical, antiamericano y fidelista”- Bernardo Vega “Kennedy y los Trujillo”-.
Le invitamos a leer: Bosch y Peña, del afecto a la discordia
“A Trujillo no lo verán prófugo como Batista, ni sentado en el banquillo de los acusados como Rojas Pinilla, ni exiliado como Pérez Jiménez. Sus enemigos lo verán muerto, con la fuerza del rayo ígneo que baja de las alturas”, expresó Joaquín Balaguer en un discurso pronunciado en febrero de 1961.
Y en mayo, su cadáver fue visto “en posición fetal, rígido, ensangrentado, con el uniforme sucio y roto, el rostro amoratado y el brazo izquierdo en un hilo”-Álvarez Pina op.cit.
Con y sin premociones, la posibilidad de su muerte era impensable. Desde la madrugada del 31 de mayo, el rumor con la noticia recorrió el territorio como un tornado.
Increíble el hecho en la época de las voces bajas y los susurros. Era la era, tiempo de desconfianza y traición, de solidaridad y abandono. La era que parecía eterna, con su jefe invulnerable, vencedor de todas las tempestades, muerto. Fue momento de estupor, y de ilusión desmedida.
El relato del horror, después del magnicidio, compite con el abuso y los excesos perpetrados durante tres décadas.
La venganza de Ramfis y la cobardía de los secuaces secuestrados por el miedo, no tuvo contención, menos clemencia.
Puede leer también: “Treinta de mayo del sesenta y uno, justicia y pan nos falta, recordadlo”
A partir de entonces, el devenir criollo ha estado marcado por la impunidad. El empeño que debió concentrarse en los procesos penales y el cumplimiento de sentencias se dedicó a reclamar favores al Estado.
El prestigio heroico fue perdiéndose entre concesiones infames y esas pugnas miserables para ocupar lugares en altares ajenos.
Pervive el oportunismo que cada aniversario mezcla la adulación al jefe de turno, con la vergüenza y el olvido. La actitud recuerda la respuesta de Balaguer, cuando le preguntaron si la era de Trujillo había concluido el 30 de mayo: “en cierto modo si, en cierto modo, no”.