No puedo dejar de recordar cada inicio de año escolar. Las semanas previas nuestra casa era pura fiesta. Hacer ajustes a los uniformes, el forrado de los libros, seleccionar los cuadernos, reencontrarme con los amigos, conocer quizás nuevos maestros, era indescriptible esa sensación y de solo mencionarlo, lo puedo recordar como si fuera ayer; pero no tuve idea sino hasta mucho tiempo después lo que significa para toda una comunidad educativa preparar un nuevo año escolar.
Cada nuevo ciclo es un espacio de revisión, mejora y aprendizaje, tanto para los estudiantes como para el propio sistema y es justo de lo que más adolecemos al interior de los equipos que gestionan las políticas educativas del país. No hemos tenido la capacidad de ver un poco más allá e identificar todas las oportunidades que nos dan ambos espacios, el cierre e inicio de un nuevo año lectivo.
Después de la interrupción histórica de la pandemia de covid-19 volvemos a la normalidad de las clases, pero aún con cautela, entendiendo que la educación está en franca recuperación y que no tenemos plena conciencia de todo el impacto negativo y a largo plazo al cual deberemos hacer frente; se perdieron algunos logros ya adquiridos hacia los objetivos de la Agenda de Educación 2030 y se profundiza la brecha educativa entre los más vulnerables.
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En lo que respecta a evaluación el ciclo 2021-2022 fue el periodo donde se debió priorizar el diagnóstico para conocer los efectos de la pandemia. ¿Lo hicimos o al menos lo intentamos? La verdad es que no; y es que de acuerdo al análisis “A un año del comienzo de la pandemia: Continuidad educativa y evaluación en América Latina y el Caribe en 2021”, desarrollado por el Laboratorio Latinoamericano de Evaluación de la Calidad de la Educación (LLECE), fuimos uno de los 5 países en América Latina que no logro hacer ningún tipo de evaluación post pandemia.
El interés estuvo centrado en retomar calendarizaciones suspendidas e implementar herramientas nuevas, específicamente diseñadas en respuesta a la pandemia, cuestión igual de importante porque fueron fundamentales para dimensionar el impacto que la compleja situación educativa tuvo sobre los aprendizajes, pero sin un diagnóstico realista coordinar apoyos pertinentes, gestionar o priorizar recursos y tomar medidas adecuadas para subsanar los retrocesos que probablemente se dieron en términos de calidad y equidad la convertía en una tarea titánica.
Debemos aterrizar los buenos propósitos con planes, estrategias, pero con ello no basta. Debemos comprender la realidad y partiendo de ella colocar los énfasis en aquellos elementos que precisan mayor atención, para la recuperación de los aprendizajes, la continuidad y el compromiso colectivo con las y los estudiantes.