Por José M. Santana
«Todos los males de la democracia pueden curarse con más democracia». —Al Smith—
Los partidos políticos de la República Dominicana de hoy, son empresas de competencias electorales, organizaciones que ya no califican como partidos políticos auténticos de raíces ideológicas. De hecho, los partidos están, por un lado, envueltos en el hechizo del carisma de sus líderes y por el otro, al asecho de las causas de los movimientos activistas para usurparlas con fines meramente electorales y reclutar, en esa misma dirección, el liderazgo de esos movimientos.
Las identidades políticas de los partidos dominicanos han sido moldeadas dramáticamente por las empresas publicitarias que manejan los medios de comunicación y la propaganda.
En las sociedades democráticas modernas, como la dominicana, la propaganda tiene el mismo efecto que las botas militares en las dictaduras. Esto genera una inmensa presión para que la ciudadanía se sienta desprotegida y con la única función, aparentemente significativa, de ratificar decisiones y consumir. Ya no es necesario controlar a la población con la fuerza bruta y represiva, genera mejores resultados y más ganancias, distraerla con la adicción al consumo y las redes sociales.
Esa forma del quehacer político fue diseñada y ejecutada por el presidente Joaquín Balaguer, «pan y circo», decía Balaguer, citando al poeta romano Decimo Junio Juvenal. Pero los cambios recientes no hubiesen sido posibles si no hubiera una variedad de poderes fácticos en la sociedad y la cultura dominicana, incluidos entre ellos, los grupos de extrema derecha, los sectores religiosos y corporativos, que durante mucho tiempo han abrazados puntos de vista extremistas y “proto-fascistas”, engendrados durante el Trujillismo y fortalecidos durante el Balaguerismo, pero que paradójicamente fueron heredados por la organización política que estaba supuesta a encarnar, desde sus origines, las aspiraciones más democráticas y visionarias de su fundador: el PLD de Juan Bosch.
En un punto de inflexión electoral específico de nuestro pasado reciente, el PLD desechó —en la práctica— el Boschismo para convertirse en la metamorfosis del Balaguerismo moderno y reeditado.
Esos sectores ultras conservadores y antidemocráticos son los que trazan líneas sobre la forma en que se debe gobernar el país y los valores que se deben mantener. En este contexto, la base de votantes de todos los partidos políticos (derecha, centro e izquierda), son disuadidas a creer en la idea de erradicar el pensamiento crítico, restringir los derechos y perpetuar el quehacer político como un negocio facilitador de movilidad social, para la acumulación de poder y riquezas.
Mirando retrospectivamente en dirección al pensamiento político de Juan Bosch, Peña Gómez, Juan Isidro Jiménez Grullón y otros, sería una osadía atreverse a llamarlos «partidos» ideológicamente políticos, eso sencillamente ya no existe, porque eso podría sugerir que tienen algún interés real en participar honestamente en procesos de participación democráticas.
Es más apropiado decir, que los partidos políticos modernos se han ido transformando en estructuras jerárquicas de poder, con un elevado nivel de manipulación política y mediática, que obstaculizan los avances democráticos participativos y sustituye las formas de tomas de decisiones democráticas por directrices y eslóganes retóricos de líderes mesiánicos y los círculos de «iluminados» que los acompañan.
Estas maquinarias electorales no poseen ideologías propias, no se identifican con ninguna corriente de pensamiento político-filosófico especifico, toman ideas prefabricadas de todos lados, un día anuncian ideas progresistas modernistas y otro día hacen declaraciones ultraconservadoras, sin ningún tipo de consistencia política, no se diferencian entre sí por una plataforma de visión conceptual política real. En ese mismo entorno habitan ciertos «líderes» minoritarios, con niveles de arrastre electoral, que acostumbran a saltan de un lado para otro, con el único objetivo de ganar elecciones o escaños en el congreso; desde donde se pueda ejercer el poder, no para beneficiar a un pueblo ávido de participación democrática, más bien para devolver favores de representaciones políticas subastadas al mejor postor, a sectores privilegiados, incluyendo el narcotráfico, generando con ello un incremento en la concentración de las riquezas.
La desigualdad es uno de los problemas más graves de la sociedad dominicana y al cual no se le presta ningún tipo de atención, ni siquiera en las declaraciones de los cuadros políticos disfrazados de técnicos economistas al servicio del sistema como Andy Dauhajre y Jaime Aristy Escuder, entre otros. En el caso de las luchas por la Seguridad Social Digna, estos especialistas de la magia poética de la econometría, no han hecho más que priorizar las ganancias por encima de la dignidad de las personas, usando un sub-lenguaje con apariencia inteligente, sin reconocer, que no se necesitan tantos malabares retóricos para poder entender lo obvio, por encima de todo cálculo econométrico y eso es, que este es un sistema partidista que beneficia una lógica inhumana e injusta, que produce cada vez más desigualdades y donde la concentración de la riqueza va generando concentración de poder político, que a su vez da lugar a legislaciones y políticas publicas que aumentan y aceleran ese círculo vicioso. No necesité estar vinculado a MIT para entender eso.
Los síntomas de este deterioro paulatino de la democracia dominicana están ahí, incluidos el desprecio extremo a los derechos, la corrupción, el culto al líder, la inmersión en un mundo de hechos alternativos, el maridaje con el narcotráfico y un frenesí de irracionalidad. De esta forma las maquinarias electorales llamadas partidos, van adoctrinando a las masas en lo que ellos consideran ser la representatividad democrática.
La democracia, en la retórica de los partidos políticos dominicanos, es un sistema de gobierno en el que los poderes fácticos controlan el estado, en virtud de su dominio, mientras la población observa en silencio.
Ese concepto de democracia representativa, es un sistema de decisiones tomadas por los «líderes» y sus colaboradores cercanos y luego ratificadas por los sectores populares. En consecuencia, para los partidos, la participación popular en las tomas de decisiones de políticas públicas se considera una seria amenaza para la democracia, de ahí el miedo de las maquinarias electorales a los movimientos activistas.
La mejor forma para generar pasividad política y obediencia del pueblo en la democracia dominicana, no son ahora las botas y los fusiles del un ejército represivo, es más efectivo «limitar estrictamente el espectro de opiniones aceptables, pero permitir un debate acalorado dentro de ese espectro, incluso alentar las opiniones —aunque sean hipócritas— más críticas y disidentes». Esa es la razón de ser de las llamadas «bocinas».
Eso le da a la ciudadanía la sensación de que existe un pensamiento libre, mientras las injusticias y desigualdades que generan el sistema son reforzadas por los límites impuestos al espectro de disidencias. Sobre la fuerza impulsora de la irracionalidad de esas maquinarias electorales, los hechos son ineludibles y deberían ser motivo de profunda preocupación.
Para enumerar varios ejemplos, ningún partido político tiene una formulación ni científica, ni ideológica, clara, precisa y escueta del problema que representa en la República Dominicana el Cambio Climático más allá de meros eslóganes o líneas de acciones generales extraídas de los estudios científicos-técnicos del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) de la ONU, ningún partido ha sido capaz de enunciar una propuesta racional que responda a la voracidad consumista de la lógica capitalista, específicamente para la República Dominicana, con su repercusión en el cambio climático, o cómo crear una nación educada en no producir, ni consumir plásticos de un solo uso y energía alternativa. Las formulaciones que tienen los partidos no son propias —si es que las tienen— son extraídas de los trabajos de técnicos gubernamentales o de organismos internacionales, pero no propia creación de los partidos porque lamentablemente no llegan a ese nivel.
Ningún partido político tiene un planteamiento claro sobre ¿cuál es su posición ideológica, conceptual de partido sobre el aborto? Ninguno tiene un planteamiento acabado, sobre el que se pueda debatir acerca de ¿cuál es la visión de partido ante la Seguridad Social, Salud, Pensiones y Seguros de Desempleo o ante el problema migratorio?
En ese mismo orden, solo hay que contrastar las propuestas de los diferentes movimientos activistas sobre sus causas, con los enunciados de los partidos políticos sobre las mismas.
Mientras los movimientos activistas poseen ideas y conceptualizaciones objetivas y detalladas al máximo nivel, los partidos políticos usan aforismos genéricos que no dicen nada. Por lo general «lo que diga el líder, eso es».
Cuál si fuesen entes con biología humana, todos los partidos políticos en la historia de la humanidad han llevado consigo mismos el ADN de su autodestrucción y es por eso que todos nacen, crecen, llegan o no al poder, se dividen y mueren (o son asimilados por otros partidos), pero las luchas por las causas justas continúan, independientemente de ellos.
Es entendible que las maquinarias electorales, estén vaciadas de contenidos políticos y se manejen en el ámbito de frases carentes de conceptualizaciones, que pueden significar cualquier cosa, es entendible, porque el objetivo primario de estas organizaciones no es resolver absolutamente nada, sino captar votos para llegar al poder y por eso coquetean con las ideas de las causas activistas, pero no las asumen con lealtad y profundidad.
Es entendible esta maniobra, porque el costo de promover candidaturas electorales, a cualquier nivel, es cada vez mayor y por lo tanto las maquinarias electorales responden a quienes financian sus campañas.
Básicamente lo mismo que sucede con un candidato a un puesto electoral, sucede con una toalla sanitaria en los estantes de cualquier supermercado. No importa la calidad de la toalla sanitaria en si, lo que importa es que el consumidor (el votante en el caso de los partidos) la compre, aunque la decisión de comprarla sea totalmente irracional, ya sea porque la mercancía no es biodegradable o pueda producir infecciones, nada de eso importa, lo importante es promocionar el producto y que sea comprado.
De ahí la necesidad compulsiva de manejar una buena retórica a la hora de venderle al electorado una candidatura, es importante presentarse «democrático» y casual, jocoso, con buen sentido del humor y siempre proclamando el fervor democrático, eludiendo la realidad de que hasta los tiranos más sanguinarios han proclamado su pasión por la democracia. El camino para entender la naturaleza del poder no es diciendo o escuchando retóricas, es creando las herramientas sociales que posibiliten la participación del pueblo, en las tomas decisiones del Estado y no solo para ratificar decisiones tomadas previamente.
Ansiado es el día, en que los movimientos activistas puedan unirse todos en un mismo caudal, a una sola voz y un único frente, que haga posible la lucha por todas sus causas bajo la misma bandera.
Ansiado es el día en que las organizaciones feministas, campesinas, de trabajadores, médicos, estudiantiles, ingenieros, ambientalistas, puedan por ellos mismos y sin mediación de los partidos llevar a los cargos electorales a sus representantes, nacidos desde las entrañas mismas de sus causas.
Ansiado es el día en que la herramienta del referéndum revocatorio pueda ser efectivamente usada para destituir diputados, senadores y funcionarios públicos que hayan desvirtuado su representatividad hacia otras causas, que no fuesen aquellas por la cual fueron elegidos.
Ansiado es el día en que las formulaciones presupuestarias emanen desde las bases mismas de las necesidades de las comunidades del país y no que vengan desde arriba hacia abajo como por ley de gravedad, para satisfacer aspiraciones específicas de grupos fácticos. Existe una enorme brecha entre la opinión pública y las políticas públicas.
Ansiado es el día en que el cáncer del sistema de partidos no sean los partidos mismos.
Ansiado es el día.