Desde su creación, y por su labor de gestión cultural que realizan, la agrupación de escritoras, Mujeres de Roca y Tinta, ha despertado mi admiración y mi reconocimiento. Llegaron para quedarse en la ciudad cultural de Santo Domingo.
Arribaron armadas de pasión literaria, compromiso con la palabra y fervor por la cultura. Este conjunto de mujeres, de edades diversas y profesiones disímiles, tienen como eje común la palabra y el arte, el relato o la poesía.
Buscan una “habitación propia” –como pedía Virginia Woolf–, para zafarse de la tutela patriarcal, y hacer con sus vidas, un destino literario, en la solidaridad y la hermandad. O buscan en la palabra, un oasis de luz, un horizonte de libertad creadora y un espacio de escritura, en el paisaje urbano.
Tras el trajinar por la lectura y la formación literaria, han decidido hacer esta reunión de sus producciones creadoras.
Han bautizado esta antología como Soronidad (narrativa, versos y poesía oral), un “neologismo usado para referirse a la solidaridad entre mujeres, en un contexto de discriminación sexual”, acuñado por Unamuno, para designar “la hermandad femenina”.
El concepto alude a la amistad afectiva entre mujeres, en una relación de solidaridad, desde el punto de vista de su empoderamiento social.
En total son 16 mujeres antologadas, que revelan y muestran, cada una, su rostro interior, sin tapujos ni reticencias. No están sus máscaras sino sus rostros desnudos y sus corazones alados, con sus ansias, desvelos, angustias, amores y desamores. Se muestran sin represiones ni castraciones.
Desbordamientos y mesuras, excesos y prohibiciones: son las orillas opuestas que reflejan su ética de escritura.
De la narración al verso, estas mujeres se valen de los recursos literarios de la anécdota y la experiencia para armar sus historias personales y articular sus discursos. Infidelidades y secretos, vidas paralelas y vidas vividas, intimidades y destapes, quejas y delirios… son algunas de las experiencias de lectura que se pueden extraer de este libro: un manojo de imágenes verbales de estas vidas femeninas.
Todas tienen al ser masculino como espejo de sus dramas interiores y como leitmotiv, donde se reflejan sus destinos yuxtapuestos o impuestos, superpuestos o paralelos, determinados por sus caracteres.
Ensamblado en base a una selección personal de cada autora, esta antología (lírica y narrativa), constituye una demostración, a un tiempo, de coraje y ternura; igualmente, de amor por la palabra poética y por el oficio de la escritura. Ellas conforman un arco que apunta a la configuración de un espacio verbal de signos y símbolos provenientes del estro femenino, desde el punto de vista de su sensibilidad e imaginación.
Constituyen un corpus de amistad, afectos y solidaridad entre sí, en su lucha por empoderarse de la sociedad y demandar una nueva sensibilidad y un espacio de inclusión y comprensión. Las palabras las hermanan, y les inyectan un sentido a sus vidas y una razón vital a su ser en el mundo.
La tradición poética dominicana revela buena salud y promesa de ruptura. Con esta muestra literaria de “mujeres de roca y tinta”, piedra y papel, nuestra tradición lírica de mujeres, se robustece y exhibe sus peculiaridades.
Desfilan en esta muestra: Gladys Almonte, Niurca Herrera, Francisca Hernández, María Isabel Díaz, Luz Dalis Acosta, Vilma Márquez, Evelyn Ramos, Leiby Ng, Rossy de los Santos, Arelis Taveras, Máxima Hernández (su antóloga), Mel Dinzey, Sonia Fiallo, Karina Castillo, Palitachi, Rosa María Rodríguez y Elsa Báez (su editora).
Así pues, la naturaleza, el amor, el viaje de placer y el desamor actúan como contrapuntos de lo social, y como ejes transversales, que atraviesan los universos que crean, inventan, fundan y recrean estas mujeres, con fuerza avasallante y descarnada, en algunas ocasiones, y, en otras, donde se escuchan los ecos del desaliento, la nostalgia y el desamparo. Así, predomina más lo intimista que lo exteriorista, y menos la sociedad que la naturaleza.
Sin dudas, que el ser masculino es el protagonista de cada sujeto poético, y de ahí que resuenen los ecos de sus voces interiores, que buscan y encuentran en la palabra, su cauce expresivo, su vehículo de cristalización y su concreción en el lenguaje de la poesía.
Percibo en el universo de referencias,que recrean en sus versos, una huida de lo social, que había sido una tradición en la poesía dominicana escrita por hombres, como también de la poesía metafísica y filosófica.
Más bien, estas mujeres reafirman el amor y el erotismo, aunque no descarnados, pero sí manifiestan sus psicologías, a través de susfobias y paranoias, deseos y anhelos, psicosis y neurosis: sus vacíos existenciales, sus pozos de melancolía, y las prohibiciones de los placeres masculinos.
Siempre hay un diálogo entre el pasado y el presente de sus vidas: memoria y olvido, historia y presente.
Poesía de la vida madura, sin embargo, ellas no expresan la decadencia del cuerpo y el horror a la muerte.
Es decir, más Eros que Tanatos, y de ahí la vitalidad de sus versos. Cada texto refleja los ecos de sus personalidades y los efluvios de sus temperamentos. Pugna entre el yo femenino y la alteridad masculina, entre la identidad femenina y la otredad masculina, hay puntos de inflexiones, que constituyen el centro de gravedad, la esencia natural de sus palabras y el origen de sus temas.
Entre el síndrome de Penélope y el complejo de Electra oscilan sus motivaciones y sus impulsos creativos. Razón de ser y razón de amar se entrecruzan, en un haz de emociones sensuales y pulsiones sensoriales, que emanan de las honduras de su ser, en una suerte de sexualidad secreta o discreta.
A veces el cuerpo erótico se vuelve cárcel del ser, y en otras, se transfigura en liberación del alma.
La poesía en ellas se vuelve instrumento de expresión del espíritu femenino de su yo, ese espejo sin fondo, ese misterio insondable para los amantes.
El amor y sus desgarraduras, la vida y sus avatares cotidianos se dibujan y desdibujan, entrecruzan y superponen entre la llama erótica y el cuerpo, el espíritu y la carne. La semilla poética sembrada por Salomé y Aída ha dado sus frutos frondosos y germinado en tierras pródigas.
Estas voces femeninas, de nuestra tradición poética del Nuevo Siglo, mantienen viva la antorcha de nuestra lírica y encendidas las velas de dicha tradición. Poetas y cuentistas en ebullición, despiertas, vigilantes y atentas al fluir de las aguas de del corazón, al fuego del cuerpo interior y al canto de la naturaleza. Así son estas mujeres escritoras.
Y así dicen y cantan, cuentan y poetizan, gritan y susurran.
Documento vivo y testamento poético del presente, esta antología se lee como la historia sensible de una variopinta muestra literaria, que brota de las entrañas y de las mentes incandescentes de su ser femenino; desde sus honduras vitales y desde el fuego que no quema de su erotismo: desde el amor maternal hasta el amor de pareja.
Radiografía del cuerpo y anatomía del amor, de los entresijos de estos versos y de estos cuentos, manan el erotismo y la alegría; también, la esperanza y el desgarramiento, en su destape ontológico y psíquico.
Así son y así escriben. Y así se muestran y escriben estas “mujeres de roca y tinta”.
De la narración al verso, estas mujeres se valen de los recursos literarios
de la anécdota y la experiencia para armar sus historias personales y articular sus discursos. Infidelidades y secretos, vidas paralelas y vidas vividas, intimidades y destapes, quejas y delirios… son algunas de las experiencias de lectura que se pueden extraer de este libro: un manojo de imágenes verbales de estas vidas femeninas.