La apoliticidad y el apartidismo de la Junta Central Electoral son, junto a su eficacia y eficiencia mostradas, rasgos distintivos de los actuales integrantes del alto organismo comicial. Sobre los hombros de los reconocidos juristas Julio César Castaños Guzmán, Rosario Graciano de los Santos, Carmen Imbert Brugal, Roberto Saladin Selin y Henry Mejía Oviedo descansa la responsabilidad de desbrozar el novedoso camino eleccionario desplegado frente a la nación, matizada por tres votaciones en siete meses, a partir del 6 de octubre.
Organizar primarias simultaneas abiertas y cerradas, elecciones municipales, congresuales y la presidencial en fechas distintas, es una labor sin precedentes que demanda de sus árbitros armonía interna y garantías de equidad para partidos y candidatos. Esa es la impronta que irradia la JCE, marca que han de seguir las organizaciones reconocidas, la masa de votantes, los medios de comunicación –redes sociales e internet incluido-y la sociedad civil, todos en calidad de corresponsables de la institucionalidad democrática y la paz.
El apartidismo actual puede graficarse en la certeza de que cuando los actuales integrantes culminen su periodo, ninguno se reinstalará dentro del partido político al cual pertenecían antes de su designación por el Senado, pues carecen de militancia; que no se repetirá el caso de Roberto Rosario, quien tras salir de la presidencia de la Junta, reasumió presuroso su membrecía en el Comité Central del PLD y la calidad de activista del precandidato Leonel Fernández. Idéntico camino trilló Eddy Olivares, un ex miembro de la JCE junto a Rosario, quien al abandonar el puesto se reinstaló en el PRM como portavoz de Hipólito Mejía. No sorprendió que ambos protagonizaran serias confrontaciones, eran entes parciales.
El partidarismo ha impedido el desempeño equilibrado, armonioso y eficiente de la JCE. Una etapa ahora superada.