FABIO RAFAEL FIALLO
El 16 de mayo del año pasado, el PLD obtuvo una amplia mayoría en ambas cámaras legislativas. Tan pronto fueron proclamados los resultados oficiales, el presidente Leonel Fernández declaró que su partido no utilizaría la nueva mayoría legislativa para hacer triunfar autocráticamente su voluntad, subrayando que «al partido oficial no le interesa controlar ninguna entidad estatal para avasallar, sino que su interés es el consenso, la tranquilidad y el sosiego del país», añadiendo que en la reforma constitucional el partido oficial «no impondrá su posición» (ver El Caribe, «PLD hará revolución política», 12 de junio de 2006).
Con esas declaraciones, el presidente Fernández mantuvo la coherencia de pronunciamientos anteriores, cuando acusaba al PRD de aplicar en el Congreso lo que llamó «tiranía de la mayoría».
Si posicionamientos de ese género son loables en toda circunstancia, pues contribuyen a crear el ambiente necesario para el buen funcionamiento de las instituciones en un sistema democrático, los mismos eran más necesarios aun en la coyuntura histórica que vivíamos en la época en que entró en funciones el gobierno constitucional del profesor Juan Bosch.
Acabábamos de salir de una larga dictadura. Dábamos los primeros pasos en el aprendizaje de la democracia. Con la ayuda del «Borrón y cuenta nueva», la maquinaria trujillista había quedado en pie, en particular en el seno de las poderosas fuerzas armadas. Pasada la campaña electoral, la hora había llegado de tratar de aunar fuerzas, de instar a una obra común, en vez de propiciar la división o la suspicacia mutua.
El Profesor Bosch tomó sorpresivamente el sendero opuesto. En un discurso pronunciado días antes de asumir la Presidencia, anuncia que utilizará, cual una «aplanadora», la mayoría absoluta que su partido obtuvo en el Congreso a fin de hacer votar en 72 horas sus leyes y reformas, sin tener en cuenta las objeciones eventuales de la oposición. Bosch le atribuye además a dicha oposición segundas intenciones, afirmando que los grupos que habían perdido las elecciones intentaban ganarlas en la Constituyente. Lanza igualmente una diatriba en contra de una clase empresarial (los llamados «tutumpotes») que, como el resto de nuestras fuerzas vivas, pensaba que tenía un papel positivo que desempeñar en los desafíos que se le presentaban en esos momentos cruciales al país.
Por la virulencia de los ataques, el discurso de la aplanadora logró poner en estado de alerta no sólo a la oposición política, sino también a muchos gremios profesionales, la clase empresarial y otros sectores de nuestra sociedad civil. Tan contraproducente resultó ser aquel discurso, que Ángel Miolán, a la sazón secretario general del PRD y figura clave en la victoria electoral del Profesor, declara años más tarde en su libro «El PRD desde mi ángulo»: «tenía la impresión de que acababa de perderse el poder, con el desdichado discurso de la aplanadora» (ver pp. 399-407), agregando: «Hay quienes dicen que con este discurso el Profesor no sólo destruyó el gran apoyo popular y nacional con que subió al poder, sino que activó el detonante del golpe de Estado que lo derribaría siete meses después» (p. 619).
Por otra parte, en su editorial del 11 de marzo de 1963, el diario El Caribe, el periódico más influyente en esos tiempos, elogia la forma en que la Constituyente había aprobado algunos artículos de la nueva Constitución, afirmando que dicha forma «fortalece la saludable impresión de que, afortunadamente, el partido mayoritario no está haciendo un uso indiscriminado y mecánico de su fuerza». En las antípodas de ese espíritu de concertación, Miolán señala en su libro que poco antes (el 19 de febrero) el Profesor había invitado a su casa a miembros de dicha asamblea y al propio Miolán para expresarles «abiertamente su disgusto por el texto de la Constitución», añadiendo que Bosch «llegó a insinuar que la Asamblea se dejó amedrentar» (pp. 410-413).
Más aún, apenas unas semanas después de dicho editorial, el presidente Bosch se enfada ante ciertas críticas formuladas a su gobierno por aquel periódico y arremete en contra del director del mismo, Germán Emilio Ornes. En una entrevista publicada el 26 de abril de ese año en el «San Juan Star» de Puerto Rico, Bosch acusa a Ornes de estar tratando de derrocar a su gobierno y añade que Ornes «debería ver a un siquiatra» (ver Bernardo Vega, «Kennedy y Bosch», p. 66).
Si Bosch hubiese querido deliberadamente restarle posibilidades de éxito a su gobierno, no hubiera actuado de manera diferente. Por el contrario, de haber Bosch manifestado una actitud similar a la del presidente Fernández con respecto a la negatividad de una tiranía de la mayoría en el Congreso, en vez de anunciar que utilizaría dicha mayoría como una aplanadora, la aprehensión del Sr. Miolán no hubiera tenido razón de ser.
Añádase a esto que al final de la campaña electoral de 1962, Bosch había sostenido que «saber gobernar es mantenerse en el poder», lo que reduce el oficio de gobernar a un simple cálculo de eficacia, afirmación que contribuyó a fomentar un ambiente de suspicacia y desconfianza desde el inicio mismo del mandato del Profesor.
Sirvan estas consideraciones como preámbulo al análisis que en un próximo artículo realizaré de la actitud de mi abuelo Viriato Fiallo ante el gobierno de Bosch, actitud que fue objeto de críticas de su nieto Matías Bosch en un artículo publicado en el Listín Diario del 24 de agosto pasado bajo el título «La gramática parda del golpismo no ha pasado de moda».