Huchi Lora, Periodista, durante una entrevista en Telesistema 11 Santo Domingo Rep. Dom. 27 de junio de 2018. Foto Pedro Sosa
Hace mucho tiempo que el connotado periodista Huchi Lora comparte sus múltiples responsabilidades profesionales con un pasatiempo que le ha sumado a su vida muchas satisfacciones terapéuticas y, de alguna manera, “un poquito de conciencia”: sembrar una exquisita variedad de frutales y de árboles en peligro de extinción que han desaparecido de los bosques y montañas del país.
Plantar un árbol, excavar la tierra, acondicionar el entorno del espacio para garantizar su existencia, verlo nacer, hablarle, mimarlo, es una satisfacción que el experimentado comunicador disfruta, “porque cuando uno observa que a lo que sembraste le van naciendo hojitas y se va convirtiendo en un árbol, y cuando da frutos, eso no tiene precio. Es una actividad altamente gratificante que produce muchas satisfacciones.
“Eso te da paz, te hace sentir bien. Sembrar árboles frutales es un antídoto para el estrés, que de eso está lleno nuestro oficio. Pero es un aporte a la naturaleza. Sembrando árboles me siento socio de Dios, quien nos dio el mundo y la naturaleza, y si tú contribuyes a aumentarla, por poquito que sea lo que hagamos, estás contribuyendo. A lo que Dios nos ha dado, le ponemos un poquito más”.
Cuando alguien le informa de una especie en extinción o una fruta exótica, Huchi se desplaza a la zona indicada “y la zancajeo para sembrarla. Contribuir a mantener viva especies en extinción es interesante, porque hacemos una contribución. Incansable, Huchi no se detiene. Está cosechando frutas asiáticas y de la selva amazónica, específicamente la Abiu, un caimito gourmet, amarillo intenso, dulce y no es tan manchoso. Hay dos variedades: una es redonda y la otra alargada. Con una fruta puedes desayunar. La parto por la mitad, le saco la semilla que es parecida a la de un mamey o un níspero y la saboreo con una cucharita. Eso es una delicia”. Otra fruta brasileña cultivada por Huchi Lora es la arafa, deliciosa, un poco agria, similar a un tomate y de cáscara semipeluda.
En el inventario del periodista figuran, además, distintas especias y distintas clases de bambúes, canela, pimienta. Su infatigable labor conservacionista se la transmite a sus hijos, “quienes dan su sembradita también. Es tan gratificante observar esos árboles crecer. Yo siembro sin pensar en que voy a disfrutar cuando crezcan y maduren los frutos. Si no lo disfruto, se los comen otros. Lo importante es que se mantiene viva la especie. Esta es una de las mejores cosas que yo he hecho”.
“Soñé con tener un campito”. “Desde pequeño siempre soñé con tener un campito, algo pequeño. Dios me ofreció esa oportunidad. Hace muchos años coincidió que Freddy BerasGoico, me pagó una bonificación. Una persona estaba vendiendo un pedazo de tierra frente a una finca de un primo mío, y al lado de otra propiedad que también era de un primo. El precio del terreno coincidió con la bonificación que me había dado Freddy. Recuerdo que busqué cinco mil pesos adicionales y adquirí la propiedad de alrededor de cien tareas.
Había intrusos depredando la propiedad, produciendo carbón. La mayoría no vivía allí, excepto uno, que tenía un ranchito donde se guarecía. Los demás tenían conucos. El dueño nunca iba. Exterminaron muchísimos árboles, pero cuando yo tuve acceso a la propiedad quedaban algunos y cuando me traspasaron el título, le compré sus conucos. Les dije: Yo soy el dueño. El conuco se acabó. Compré un solar cerca y ayudé a trasladar al único campesino que vivía en la propiedad.
La finca estaba bastante depredada, lo que me permitió sembrar lo que yo quise. Me interesé por madera preciosa (árboles maderables) y frutales. Busqué frutas comunes y corrientes y exóticas, algunas que la gente no siembra porque duran mucho para dar frutos.
Busqué árboles que duran mucho para parir, que son los escasos. Sembré Jagua, Mamey, exquisita fruta dominicana (un árbol majestuoso, impresionante), IcacoCotoperí, una fruta casi extinta que comían los Taínos, endémica, pero está casi extinta.
En un informe de hace varios años decía que apenas quedaban 11 ejemplares en Las Antillas, que es el único sitio donde existe, y que en República Dominicana quedaba uno solo en la provincia de Hato Mayor. También planté el árbol conocido como lengua de buey.
Yo voy al Jardín Botánico Nacional, donde hacen una labor formidable, me muestran los que tienen en existencia, los compro y los planto. Es una satisfacción observar esos árboles crecer, porque esas especies están casi extintas. Conseguí tres matas de IcacoCotoperí y las sembré, de los cuales se conservan dos. Posteriormente conseguí 14 más y las sembré.
En Cotuí un campesino de nombre Alfonso Brito sembró semillas de diferentes especies que trajo un holandés que vino al país a estudiar especies de los trópicos. Ese hombre fue el único que prestó atención. Él ha cultivado muchas de las especies que trajo este holandés. Actualmente tiene un vivero a orillas del Río Chacuey. Allí he conseguido muchas frutas raras y deliciosas.