Aporte. Memoria y tiempo, historia y poesía

Aporte. Memoria y tiempo, historia y poesía

Lo mismo acontece con la poesía, que habita en la intimidad del presente y se escribe desde un instante circunstancial, pues la poesía hace del pasado, presente. De ahí que no hay poesía del futuro; sí existen, en cambio, las novelas de ciencia-ficción, que presagian el futuro (las de Isaac Asimov, Verne, Stanislaw Lem, Ray Bladbury, Karel Capek, Huxley, Philip K. Dick, Orwell, Dan Simmons, Arthur C. Clarke, William Gibson O.H.G. Wells). Tampoco hay una poesía del pasado, pues en la antigüedad esta función residía en la epopeya. En consecuencia, el tiempo se afirma a sí mismo como forma de sucesión y tránsito, y se niega como eternidad: vuelve, pero nosotros no regresamos. Desde luego, el tiempo es el mismo siempre, mas la vida es siempre diferente. Las mejores imágenes poéticas del tiempo se presentan, en su fugacidad perpetua, como alegorías metafísicas de la temporalidad. Así pues, la poesía deviene palabra del presente, que se hace presencia temporal de la experiencia estética del lenguaje.
Para Aristóteles, “la poesía es más verdadera que la historia”, pues en su Poética afirma que ambas se diferencian en que la historia nos relata que lo ya fue o pasó, y la poesía, lo que ha de venir, lo que no ha sido aún, pero podría ser, como lo “posible verosímil”. Mientras la filosofía se ocupa de lo que es (del presente real), la poesía nos canta lo que ha de ser, y la historia, lo que fue. En efecto, filosofía, poesía e historia viven en medio de una querella histórica y hegemónica por afirmar un lugar en el tiempo, y la primogenitura en la evolución histórica de las ideas y las creencias.
El universo existe porque existe el tiempo. Sin tiempo no habría universo, y este es una forma del espacio. Pudiera haber universo sin espacio, mas no sin tiempo. Así, el espacio es una abstracción del tiempo: la forma ilusoria esencial de la materia en movimiento. En consecuencia, el tiempo dimana de la dimensión fundamental del arte, en el sentido conjetural del espacio. De suerte que el tiempo no es un objeto ni una cosa ni un cuerpo, sino una idea concreta de la que estamos hechos. Es la sustancia con la que está edificado el espacio. En síntesis: el tiempo es la metáfora filosófica de la existencia.
La poesía es un arte temporal, sin embargo, no es posible escribir el tiempo de la poesía sino, apenas, el azar de su transcurrir. Si el sol es el espejo de los días del tiempo, la luna es el espejo de la noche, que dibuja con sus fases, la idea del movimiento y la rotación del universo, así como el sol determina la traslación y la rotación de la tierra. El tiempo pasa y regresa a la vez; en cambio, nosotros solo pasamos: no regresamos. De ahí la antítesis de la inmortalidad del tiempo y la mortalidad de la vida humana, la volatilidad del cuerpo y el laberinto del ser. El mundo nace todos los días del universo: siempre está naciendo, como el tiempo mismo. Por eso, para Schopenhauer, solo existe el presente, como para Berkeley no existe la materia.
El tiempo es el tema esencial de toda metafísica; es un enigma y el gran dolor de la vida sensible. Como no sabemos lo que es el tiempo, no podemos saber lo que es el mundo. Ya lo dijo San Agustín: “Si me preguntan lo que es el tiempo, no sé; si no me lo preguntan, sé”. Si supiéramos lo que es, sabríamos lo que es el mundo, y tendríamos un conocimiento práctico y sensible de su materialidad. Entre el tiempo, el mundo y el hombre median un misterio y un enigma inconmensurables, que constituye un desafío para la vida del espíritu humano. No hay universo sin tiempo, pero sí sin espacio. Si el tiempo es una ilusión del espacio sensible y empírico, el mundo es la representación imaginaria de los sentidos: una experiencia de comunión entre el tiempo psicológico y el de la naturaleza, el tiempo del hombre y el del universo físico.
El tiempo pasa, transcurre, no es estático, pero nosotros seguimos siendo. Si el paso del tiempo es una ilusión, ¿por qué envejecemos? El proceso de maduración del ser humano es imperceptible como el movimiento de rotación y traslación de la tierra, en días y años. En efecto, el tiempo transcurre, pero nosotros permanecemos en reposo, aunque nuestro organismo se disipa o desfallece, pues el tiempo sucede; es móvil, pero invisible a la percepción sensorial humana: no pertenece al dominio de los hombres. Si pasa es porque tiene una duración, pero esa duración no es perpetua sino instantánea y fugaz. El tiempo inventó al hombre y determina su destino: su vida y su muerte. La temporalidad del hombre es solo el presente, pues el pasado y el futuro no corresponden a su vida sino a la de los dioses, y estos no están normados por el imperativo temporal.
La poesía es arte de la temporalidad -“palabra en el tiempo”, como decía Machado-, pero a la vez, arte de la memoria. De ahí que las musas eran, en la antigüedad clásica, las madres de la creación artística, la fuente de la inspiración que hacía parir la imaginación. Con la memoria el hombre resucita el pasado, y convierte la materia del pasado en imágenes y metáforas, analogías y símbolos esenciales en la creación literaria. Percepción del instante, como en la poesía japonesa (haiku y tanka), la poesía también es profecía del futuro, y de ahí que para Aristóteles el poeta es el vaticinador del devenir: es decir, un vate -como se les decía a los poetas.
Por primera ocasión un siglo vive en un presente fijo. Se trata del siglo XXI, donde el hombre, por vez primera en su historia, deja de vivir en el pasado y en el futuro, y se instala en el presente, o, como diría Octavio Paz, con un verso: en un “presente perpetuo”. El futuro y el pasado son hoy. No hay una memoria del pasado sino una memoria del presente y del futuro. El culto a la tradición es una especie de religión histórica. El hombre se aferra a las tradiciones por temor no al futuro sino al presente, y de ahí que le seduzcan las utopías, pues estas viven en el futuro. Por el agobio del peso de la tradición busca el futuro, donde se refugia. El sueño de la pasión engendra utopías; el sueño de la memoria pare melancolías y angustias.