No hay forma de alcanzar metas manteniendo posiciones estáticas. Se requiere movilidad para avanzar en el deporte, la cultura, la economía, la sociedad y el amor. Todo evoluciona y ese cambio constante amerita de esfuerzo en igual o mayor tensión, a sabiendas de que la intención es superarse a sí mismos y la circunstancia.
Entre el querer moverte y hacerlo está el miedo como variable punzante que te congela; la incertidumbre de no conocer el resultado potencial te dispara la oxitocina y le saca la lengua a la adrenalina. El temor a fallar, a salir heridos y no ser resilientes nos hace dudar del avance y nos mantiene en zona de confort que, aunque es relativamente manejable, antes fue incierta y nos adentramos a ella.
La que hoy es tu área de acción ayer fue de riesgo y llegaste hasta aquí, entonces dar el siguiente paso no será más frustrante que permanecer sembrado sin dar frutos.
Este tema toca a la mayoría de mortales -y cuidado si dioses también- porque es completamente normal sentir escalofríos cuando se trata de soltar una rama para saltar a la otra. ¿Y si se rompe? ¿Y si no la alcanzo? ¿Y si no me agrada? ¿Y si no funciona?
Ante la lluvia de dudas siempre tendrás la opción de optar por otras ramas y seguir con más impulso, sin embargo, nunca disfrutarás de lo maravilloso que trae lo nuevo si te conformas con el saborcito de lo viejo. Quizás te haga falta ese salto al vacío para encontrar la mejor versión de ti.
Cambiar de empleo, de ciudad, de pareja o amigos no es decisión sencilla porque nos demanda sacrificios, procesos de adaptación y mucha motivación personal. Créanme, no es nada fácil asumir nuevos comienzos, pero es la cuota que pagamos al riesgo cuando esperamos avanzar.
Entre millones y millones de posibilidades naciste tú y no fue para que vinieras a quedarte estancado porque la carrera más importante de tu existencia la tuviste para alcanzar el óvulo. Cualquier cosa que venga después de eso se supera.
Ahora bien, antes de emprender vuelo procura tener buena base emocional que te permita comprender y aprender de todo y todos; asegúrate de pulir tu espíritu y tener voluntad de acero para no abandonar el barco cuando suba la marea.
Si fuera tan fácil cualquiera fuera exitoso, pero la historia no registra a nadie en ese nivel que haya sido cobarde o mediocre. La plenitud precisa de aprender a soltar y apretar, dejar ir lo que nos hace daño y abrazar aquello que maximiza las posibilidades de ser mejor. Solo se aprende a correr, corriendo.