Acontecimientos recientes muestran al presidente Biden ante un dilema: mientras está urgido de amortiguar las tensiones provocadas con China, tanto por temor a caer en un remolino incontrolable de enfrentamientos, como por presiones de sus aliados que temen ser arrastrados a otro conflicto que no quieren y, por otro lado, sufre el temor de mostrar debilidad ante el Congreso y la opinión pública.
Políticos norteamericanos y los medios gustan dar una imagen de bravuconería con los términos que utilizan para referir conversaciones con contrapartes, describiendo las conversaciones como “EEUU “exigió” o “advirtió”, palabras que nunca utilizarían con similares, aunque sí con países pequeños muy temerosos o sumisos.
Sin embargo, previa la llegada del secretario de Estado Blinken a China para “restablecer” las comunicaciones, se produjo una llamada telefónica que la prensa internacional describió como “dura” porque quedaron planteados problemas medulares para el próximo encuentro: Washington “debería respetar” los intereses “fundamentales” de Pekín en asuntoscomo Taiwán, además de “dejar de interferir en los asuntos internos de China”, y “de socavar la soberanía, seguridad y el desarrollo” del país, señaló el canciller chino, según el comunicado oficial de Pekín, no desmentido por la Casa Blanca.
Agregando que “desde principios de año, las relaciones chino-estadounidenses se han enfrentado a nuevas dificultades y desafíos, y la responsabilidad está clara”. Por su parte, el responsable de la diplomacia estadounidense aclaró, sobre Taiwán, que EEUU reconoce una sola China y “seguimos oponiéndonos a cualquier cambio unilateral del ‘statu quo’ por cualquiera de las partes y seguimos esperando la resolución pacífica de las diferencias”.
Palabras no avaladas por hechos. EEUU tiene llaves para una solución pacífica si, efectivamente, estimulase una solución adecuada.
El gesto para bajar las tensiones fue rápidamente contradicho por la necesidad del presidente de mostrarse “duro” después de reconocer de facto, ante un Congreso hostil, que el “affaire” del globo fue una manipulación. Hubo estupor en Washington cuando el presidente se refirió a Xi Jinping como “dictador” y los funcionarios trataron de suavizar el exabrupto, mientras que China protestaba fuertemente y calificaba el hecho de “provocación política” y reclamaba que se tomasen “medidas serias para deshacer el impacto negativo” o “asumir las consecuencias”.
Desde el primer momento medios chinos manifestaron dudas, por experiencia histórica, de que realmente EEUU buscase bajar tensiones. No se equivocaron.