Santo Domingo fue parte de su vida agitada, lujuriosa, romántica, musical y patriótica, repleta de derroches y placeres mundanos, de fruición erótica y desenfreno, de trifulcas, burdeles, barras, borracheras, licor, amores compartidos, canto y cárcel.
El terremoto de 1946 lo sorprendió sosteniendo relaciones sexuales con una de tres mujeres con que convivía en ese tiempo.
Antes del temblor había desafiado y burlado a Petán Trujillo y puesto a delirar a las féminas con su peculiar voz en picada que lo mismo interpretaba guaracha, bolero, montuno o plena, danza, villancicos, tango, chachachá, mambo o himnos como Despierta dominicano, Hermano boricua, Sierra Maestra, Himno y bandera, Yankee, go home, Patriotas… Compuso canciones a Fidel Castro y a Gabriel García Márquez.
Porque Daniel Santos no solo fue el cantante de las casas de citas, las desilusiones amorosas, la soledad y la nostalgia, el placer y el olvido, la felicidad y el desconsuelo. Protestó contra la guerra de Vietnam en los 60. Era como hermano de Castro, fue compadre de Omar Torrijos, inseparable del laureado escritor colombiano y devoto admirador y seguidor de Pedro Albizu Campos, quien le inspiró su pensamiento político.
En su casa de Levitown ondeaba la bandera “monoestrellada” junto al busto de su maestro. Torrijos lo llamaba para que le interpretara Virgen de medianoche; al Premio Nobel de Literatura le escribió Del Jefe a Gabo y sus creaciones a Cuba se convirtieron en marchas que animaban a las tropas rebeldes.
“Sierra Maestra, monte glorioso de Cuba”, concluía con un “¡Viva la Revolución!” y una petición a la histórica cumbre: ¡Ayúdalos a vencer!
Compuso además: “Si las cosas de Fidel son cosas de comunistas/ que me pongan en la lista, que estoy de acuerdo con él”.
A los dominicanos los invitó a despertar, que amaneció, a dar la mano al hermano para que reinara la unión, respetaran su bandera y su nación…
Josean Ramos, escritor puertorriqueño que se ha erigido en magnifico biógrafo de El inquieto Anacobero, El jefe, El as de corazones ensangrentados, La voz del encanto, El duro, El amargado, presenta en “Vengo a decirle adiós a los muchachos” al hombre más versátil y controversial de los últimos años.
Amaba intensamente a las mujeres pero gran parte de su historia es una sucesión de golpizas y abandono. Ellas lo marcaban y él las empujaba dejando en sus cuerpos el recuerdo de su agresión cuando él, también, quedó con cicatrices inferidas por la mujer en celo, despechada.
Estas riñas eran frecuentes en lupanares que parecen haber sido pasión del intérprete del Tíbiri Tábara pero en realidad eran los escenarios de sus primeros tiempos pues luego llenó los “hoteles de ricos”, como el Waldorf Astoria. Estos pleitos y su militancia política nacionalista le merecieron varias veces la prisión.
Estuvo encarcelado por “comunista”. Lo perseguían la CIA y el FBI. Contó que una de sus exnovias, que menciona, “lo predispuso contra los cubanos de Miami”. Estuvo tras las rejas en Nicaragua, Ecuador, México y hasta en El Príncipe, de La Habana, de donde lo indultó otro amigo, Carlos Prío Socarrás. De esas experiencias son sus canciones El preso, Cautiverio, Amnistía, Cataplum.
En el juego de la vida. Josean Ramos estuvo de gira con El jefe y no solo grabó los descarnados y crudos episodios del pasado de Daniel sino que vivió el frenesí de mujeres de todas las generaciones que se le abalanzaban procurando besarlo, abrazarlo, tocarlo, bailar con él, pedirle canciones. “Fue un ídolo. Los hombres lo imitaban y le pedían autógrafos para sus hijas y esposas”.
Josean muestra sus fotos, intenso, sensual, encantador. Santos casó 12 veces y tuvo infinidad de damiselas por el mundo. En Santo Domingo dejó hijos, al menos publica uno al que el padre sustituto le quitó el apellido. Al margen de sus uniones legales, menciona mujeres por apodos: Chucha, La Tamborito, Filé Miñón, La Flaca, La Negrita, La Peleona, Lolin… A su primera esposa, Rosa Sarno, le decía “Rosa la peligrosa”.
En “Vengo a decirle adiós a los muchachos” Josean Ramos retrata no solo la vida y los éxitos de este artista que se mantuvo 60 años cantando, grabando, enamorándose, embriagándose, filmando películas, ejerciendo como locutor, maestro de ceremonias, empresario, sino la de casi todos los de su época. Leo Marini, Roberto Ledesma, Olga Guillot, Sindo Garay, Celio González, Nelson Pinedo, Pedro Flores, Panchito Riset, Davilita, Xavier Cugat, Bobby Capó, Carlos Argentino, Miguelito Valdés, Tito Puente, Tito Rodríguez, José Luis Moneró, Pedro Vargas, Dámaso Pérez Prado, Toña la Negra, Ñico Saquito, Felipe Pirela, El Gallo de Oro, Bienvenido Granda, Yayo el indio y otros.
La Bodeguita del medio, El Escambrón Beach Club, El Palladium, el Yumurí, La Conga, Radioemisora Cadena Azul, El Guajiro Cuban Casino, son pocos de los innumerables sitios donde se presentó cantando Linda, Dos gardenias, El juego de la vida, Perdón, Amigotes, Mira que cosas tiene la vida, Patria, Bello mar, El columpio de la vida, Despedida, Esperanza inútil, Carolina Caó (en patois), Lamento, Réntame un cuartito, Compay gallo, entre las más de sus 400 composiciones.
Josean Ramos publicó la primera edición en 1989, esta es la cuarta, revisada y ampliada que circula con motivo del centenario del nacimiento del niño que brillaba zapatos a cinco centavos y vendía huevos y aguacate por Santurce. Años después, cuando se cortó el cabello tras “fugarse” de la guerra, las mujeres llegaron a pagar 25 por uno de sus rizos.
La República Dominicana lo marcó no solo por la fortaleza Ozama, los atropellos de Petán, las mujeres, Güibia, La Sonora Boricua, Radio Tropical, Joaquín Cristal, El potrero de Venturita, el hotel Victoria, Son Son Lara, sino por muchas experiencias que dejó manuscritas y que Josean incluyó en el ejemplar. Daniel describe ampliamente “la explosión” que sintió el 4 de agosto de 1946 “mientras me revolcaba en vino con una mujer que tenía y la tierra estalló en mil quejidos fúnebres”.
Dice que a Petán, “ese hijuelagranputa lo jodí como me dio la gana y hasta me le llevé una sobrinita en un baile de Bocachica…”. Eran “años de locura con tres mujeres que compartían conmigo la intimidad de sus abrazos en el lecho de las calenturas: la sobrina de Petán, una de San Pedro de Macorís y Lolin, una puertorriqueña y nuestras vidas se consumían entre copas pletóricas de aguardiente y noches amanecidas de placer”.
Estuvo “vacilando” con las tres hasta que a la boricua se le pasaron los tragos y lo insultó, celosa de la dominicana, cuenta. “No aguanté más la pendejada y le metí un puño y se me partió la mano en su cabeza”, agrega.
Mientras, tanto, una de las tres, “sin saberlo yo quedó encinta. Salí de todo ese lío y me fui a La Habana con el brazo en cabestrillo y todo el mundo en Cuba se comió el cuento de que yo me había quebrado la mano durante el terremoto…”.