Roberto Cassá hizo la consideración tras afirmar que la falta de lectura es uno de los grandes males que está creando el mundo contemporáneo, al presentar dos libros: “El Montero”, de Pedro Francisco Bonó y “Rufinito” de Federico García Godoy, publicados por el AGN para empezar a suplir esa deficiencia. Anunció la publicación de novelas históricas dominicanas en una colección juvenil compuesta por textos breves, “concebida para ayudar al desarrollo de la lectura, por lo que conlleva para la gente como para sus efectos en materia de ciudadanía, moral, patriotismo y de formación de lo que Hostos llamó “el hombre total”.
Manifestó que la institución suscribirá un convenio con el Ministerio de Educación para que se editen decenas de miles de ejemplares, “de forma tal que lleguen al conjunto de los centros educativos del sector público y tal vez del privado y lo importante, de ahí en adelante, es organizar mecanismos de fomento, reflexión y discusión”. Adelantó que el historiador Elíades Acosta diseñó una propuesta para el desarrollo de la lectura, particularmente entre adolescentes.
Cassá no se limitó a estas primicias y opiniones sino que ofreció una exposición improvisada sobre novelas que han quedado en el olvido y en primeras ediciones y que es propósito del Archivo reeditar. Algunas las enmarcó en ciclos: del azúcar, de la Ocupación estadounidense, del Este, de ambiente parisino, del caudillismo, del tema haitiano, del antitrujillismo.
Afirmó que la novela de carácter histórico es la más abundante e importante “en nuestro país, en la formación de la conciencia nacional, en el conocimiento del pasado dominicano”.
“Aquí la novela ha sido un género menor en relación con la poesía. Hay poetas de cierta magnitud incluidos en la Antología de la lengua española, en la de Menéndez y Pelayo tenemos a Salomé Ureña, a un Gastón Deligne, pero no tenemos novelas comparables en calidad, ni siquiera es comparable la aparición de novelas como la de poemas”, expresó, sin dejar de reconocer la importancia de la poesía.
El poema, añadió, recoge los problemas y sentires de la época de ambos bardos, para solo referirse a ellos, señaló citando a Domingo Moreno Jimenes, Pedro Mir, Héctor Incháustegui Cabral. No sucede lo mismo con la novela, aseveró, “lo que no quiere decir que sus productores sean desdeñables”.
Y ese es el motivo que tiene la campaña iniciada por el AGN con la publicación de «El Montero» y «Rufinito»: “recuperar la novela dominicana para que los jóvenes aterricen en sus circunstancias, sus antecedentes históricos”.
Exclamó que la poca frecuencia de la novela histórica dominicana se debe al desconocimiento porque la mayoría apenas “ha traspasado la primera edición”.
Novelas históricas dominicanas.- “Si escudriñamos un poco nos vamos a encontrar con que acontecimientos como el desarrollo del azúcar dejaron varias novelas que podemos llamar históricas aunque la intención de los autores no fuera tal”, significó Roberto Cassá mencionando “Cañas y bueyes”, de Francisco Moscoso Puello; “Jengibre”, de Pedro Andrés Pérez Cabral; “Over”, de Ramón Marrero Aristy…
Entre las ambientadas en la región Este se refirió a “El terrateniente”, de Manuel Amiama y a “El batey”, de Tarquino Donastorg. “Muy pocas personas conocen “El terrateniente” y eso, que ha sido reeditada por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, y menos “El batey”, de Donastorg, que no traspasó una sola edición realizada en San Pedro de Macorís a inicio de 1970, por parte del autor”. También incluyó a “La cacica”, de Rafael Damirón.
Recreada y referente a la ocupación estadounidense de 1916 son “Los civilizadores”, de Horacio Read Barreras; “Ay de los vencidos”, de Rafael Damirón.
En épocas posteriores aparecieron “Cementerio sin cruces”, de Andrés Requena “y otra que tiene una visión pobre y despectiva del campesinado, “Los enemigos de la tierra”, que narra el desplazamiento del campesino dominicano hacia la capital.
Dentro del que denominó “ciclo parisino” introdujo “En la copa del árbol”, de Ulises Heureaux hijo.
“Y desde luego no estamos hablando de las novelas centrales que son “Enriquillo”, “Engracia y Antoñita”, “La sangre”, o “La trilogía patriótica”, de Federico García Godoy. Estas obras han quedado marginales, no están como principales”, afirmó.
Dentro del caudillismo ubicó “La mañosa”, de Juan Bosch e hizo alusión a otras de diferentes temáticas y momentos como “Cachón”, de Miguel Ángel Monclús; “Balsié”, de Ramón Marrero Aristy; que son relatos, aclaró, “pero forman parte de lo mismo”; “Pinares adentro”, de Pedro María Archambault, “evocación del pasado, de la vida rural, con elementos críticos desde la óptica urbana”.
“Trementina, clerén y bongó”, de Julio González Herrera y “El masacre se pasa a pie”, de Freddy Prestol Castillo las colocó dentro de la trama haitiana.
Otros escritores mencionados por el director del AGN fueron Abigail Mejía, autora de “Sueña Pilarín”; Carmen Natalia Martínez y su novela “La victoria”; Ramón Lacay Polanco y “La mujer de agua” y “En su niebla”; y describió “Los carpinteros”, de Joaquín Balaguer, como “la única novela escrita” por el expresidente “que es un replanteamiento del contenido de “La sangre”, de Tulio M. Cestero.
Como su intervención estaba dirigida a examinar las dos obras dadas a luz por el Archivo, citó indistintamente libros y autores sin entrar en consideraciones: “Baní o Engracia y Antoñita”, por Francisco Gregorio Billini; “Madre culpable”, de Francisca Martinoff; “Cierzo en primavera”, de Amelia Francasci; “Los débiles”, de Jesusa Alfau; “La fantasma de Higüey”, de Francisco Javier Angulo Guridi; “El viaje”, de Manuel Amiama; “Mi hermana Catalina”, de Virginia Elena Ortea.
“Hay mucho por hacer en novelas históricas, y no solamente históricas, hay autores, algunas mujeres, que han producido novelas de importancia, distintas, más bien románticas, emotivas, de temas amorosos… Hay todo un mundo que es propósito del Archivo rescatar para ponerlo a disposición de los jóvenes y así contribuir al desarrollo cultural”, enfatizó para luego introducir su presentación de “El Montero” y “Rufinito” que definió “paradigmáticas”.
“El Montero es la primera novela escrita por un dominicano”, aseguró, y enfatizó lo tarde que llegó la narrativa. “La novela surgió en el siglo XVI como género, como derivación de los relatos de caballería, y solamente a mediados del siglo XIX, como parte de la desgracia que experimentó el país, del atraso cultural sempiterno que hemos adolecido, se publicó esta novela de la autoría de Pedro Francisco Bonó.
Apareció por primera vez en 1856 “aunque presumiblemente fue escrita en 1851”.