Por Bienvenida Polanco-Díaz
El alcance del Romanticismo fue vasto en tiempo y espacio; su florecimiento se expandió hasta muy avanzada la centuria decimonónica en todos y cada uno de los aspectos de la cultura de Occidente lindando incluso con el siguiente gran movimiento cultural, el Realismo – que en España asomó con la llamada Alta Comedia justo a mediados de la cuarta década-, y aún su desarrollo avanzado ya, tuvo lugar mano a mano con el Parnasianismo.
Las poéticas románticas fueron puntuales y es posible señalizarlas inequívocamente, por lo que forman una unidad en los planteamientos (Russell P. Sebold 1986); desde el desencadenante Strung und Drang de los poetas del Círculo de Jena, y la revista Atheneum, editada por los hermanos Friedrich y August Schlegel entre 1798 y 1800.
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La revista rompía con la imitación a la naturaleza -propia del Neoclasicismo dominante asumido y propulsado desde Francia, que defendía las reglas como necesarias-; propusieron al arte como expresión de una fuerza interna que debía ser, a su vez, independiente; cada temática lleva en sí sus propias normas y es necesario permitir la libertad creadora:
“(…) llenar y saturar las formas del arte con el más variado material de cultura, y animarla con vibraciones de humor. Abrazar todo lo que es poético, desde el más grande sistema del arte (que a su vez contiene en sí otros sistemas) al suspiro, al beso que el muchacho poetizante exhala en un canto espontáneo…” romántica es una poesía universal progresiva. Su fin no es solo reunir todos los géneros poéticos y poner en contacto a la poesía con la filosofía y retórica. Debe, y quiere, mezclar poesía y prosa, genialidad y crítica, poesía de arte y poesía ingenua, hacer viva y social la poesía y poética la vida y la sociedad, poetizar el espíritu”. Friedrich Schlegel. Athenäum, Fragmento 116.
En 1807 August Schlegel publicó en París el ensayo Comparaison entre la Phèdre de Racine et celle de Euripídes bajo la rúbrica de la Dramaturgia. Atacaba el clasicismo francés desde el punto de vista de la escuela romántica, y entre 1808 y 1811 sus clases de arte dramático y literatura en Berlín se editaron para el gran público en Sobre arte dramático y literatura. Ya antes, hacia 1797, durante el segundo período del intercambio en Weimar entre Schiller y Goethe, este había estructurado el Tratado sobre la poesía épica y la poesía dramática en donde elabora de manera explícita sus ideas sobre la diferencia entre el poema épico y el dramático, que, según resulta evidente en el texto, complementan las definiciones de los Schlegel.
Los elementos comunes son numerosos y Goethe dedica el pensamiento a la comparación como tal de estos dos géneros, lo que tiene un precedente ampliamente discutido en ambos autores. Los temas del poema épico y de la tragedia deben ser puramente humanos, notables y patéticos: “El poeta épico y el dramático están ambos sujetos a las leyes generales de la poesía, ante todo a la ley de la unidad y a la del desarrollo; además, los dos se ocupan de temas similares, y pueden utilizar toda clase de motivos’’. La mayor diferencia entre ellos, y la esencial, consistiría en que el poeta épico expone el hecho como totalmente pasado y el dramático lo presenta como totalmente presente.
En general, los conceptos sobre historiografía literaria estampados por los Schlegel junto a la Estética de Hegel (1832) fusionaron literatura y filosofía y establecieron toda la ortodoxia histórica-literaria de los próximos dos siglos (Tollinchi 867).
De igual manera, el último texto relevante de poética dramatúrgica que sellaría las formas del teatro romántico lo escribió Víctor Hugo como prólogo a su pieza teatral Cromwel, más tarde, en París, 1827:
“(…) lo que es preciso destruir antes que todo es el gusto anticuado y falso, del que hay que quitar el orín a la literatura actual. Es en vano que la roa y la empañe. Está hablando una generación joven, severa y poderosa, que no lo comprende ya. La cola del siglo XVIII se arrastra aún en el siglo XIX; mas no somos nosotros, los jóvenes que hemos conocido a Bonaparte, los que la llevamos. Nos acercamos al momento en que ha de prevalecer la crítica nueva, establecida sobre base ancha, sólida y profunda, y se comprenderá bien pronto que debe juzgarse a los escritores, no según las reglas y los géneros, que están fuera de la naturaleza y del arte, sino según los principios inmutables del arte y según las leyes especiales de su organización personal”.
Hugo versus Boileau
La contraparte inmediatamente anterior a los textos preceptivos de la Dramaturgia romántica es el texto neoclásico Arte poética de Nicoás Boileau, publicada en 1674 ‘un ejemplo de lucha contra el mal gusto’. El Neoclasicismo fue la natural reacción ante los vicios y exageraciones que alcanzó aquel. Toda la poética de Boileau podría centrarse en esta frase clave: natural, buen sentido, razón, expresadas en el canto III, 4145 : “Jamais de la Nature il ne faut sécarter”. ‘’Nunca te desvíes de la naturaleza’’. Boileau reacciona contra las ‘modas’ que pasan, contra un preciosismo exagerado y contra el estilo rebuscado o afectado; siempre en búsqueda de lo ‘original’ y evitando los excesos muy propios del movimiento que lo precedió inmediatamente, el barroco ‘rococó’: “En los caracteres es necesario buscar siempre tanto lo necesario como lo verosímil (1454 a, 34). “Que en un lugar y en un día un solo hecho mantenga hasta el fin el teatro lleno”. (1,278).
Las ideas del siglo XVII impulsadas por Descartes; su racionalismo influenciado por Bacon, propugnando que las leyes se fijan a partir de la razón, enmarcaría también la poética más clasicista. Las indicaciones de Boileau nunca adolescen de ambigüedad: ’Deleita con solo la razón y no la ofendáis jamás” (I, 59/6 1 ). “Amad la Razón: tan solo en ella han de buscar vuestros escritos su brillo y su valor. A los poetas no concedieron ni los dioses, ni los hombres, ni los libreros el ser mediocres. En el peligroso arte de rimar y de escribir no hay grados entre lo mediocre y lo pésimo (IV, 3l/4) :
“Elegid mejor vuestro tono: sed simples con arte, sublimes sin soberbia, agradables sin afectación :‘’Evitad la estéril abundancia y no os recarguéis con detalles inútiles. Todo lo que se dice de más es insípido y fastidioso” (I, 59/6 1). “Cualquier precepto que se dé, que sea breve, para que los espíritus dóciles capten las cosas dichas de una forma concisa y las retengan con fidelidad. Lo superabundante se escapa de un corazón demasiado lleno” (335 sgs). “Cuando escribáis, evitad la bajeza” (1,79). “Sed vosotros mismos los críticos más severos” (1,18 3) “Por medio de la piedad y el terror, logrando la purificación de tales pasiones” (14 4 9 b, 28).
Cristianismo y Romanticismo
La racionalidad propia del período entre mediados del siglo XVII y ya avanzado el XVIII tuvo como fruto un deísmo que sostiene que si bien Dios creó al mundo, lo ha dejado al libre arbitrio de sí mismo.
Este deísmo desembocaría en el ateísmo que impregnó a la Enciclopedia y a los ilustrados; causa y efecto a la vez del materialismo que ella sustentó y al cual interpuso el Romanticismo un definitivo renacer del Cristianismo, y aún del Catolicismo.
Así por igual Chateaubriant en su Atala y en El genio del cristianismo; o Madame D’Stael en la parte tercera de su Alemania donde ataca la incredulidad religiosa como una de las causas de la degeneración moral que veía entonces arraigada.
Sin embargo, el desasosiego que produce la imposibilidad del conocimiento total se extiende a toda época no importa la etapa de la Historia; magistralmente nos lo explica el europeísta profesor de la Universidad de Puerto Rico con referencia a los principales pensadores prerrománticos (Esteban Tollinchi: Romanticismo y Modernidad):
“El idealismo alemán representa otra etapa sumamente importante (y sin duda alguna la más elaborada) en el desarrollo de la religiosidad decimonónica.
La filosofía trascendental de Kant a su modo continúa y fomenta la renovación religiosa que en Alemania había iniciado el Pietismo.
Ello, claro está, no es la intención declarada del pensador sino más bien su consecuencia (…) pues en su crítica de la razón Kant representa el empeño del siglo por entender las limitaciones de una facultad que se había extendido más allá de sus limitaciones; ‘pues lo que el hombre hace o debe hacer, cree o espera es tan parte de él como lo que sabe empíricamente.
Cuando la moral reconoce en la santidad de su ley un objeto del mayor respeto, se lo representa como un objeto de adoración al supremo nivel religioso de la causa que realiza esas leyes y aparece en su majestad’.
Es de hecho esa parte de la razón lo que pretende exponer Kant en su escrito principal sobre el tema : La religión dentro de los límites de la mera razón. El Idealismo, por su parte, se desplaza magistralmente por la Estética de Hegel, publicada en 1832.
Es, sin embargo, importante enfatizar en este punto el concepto de ‘Modernidad’ referido a la idea implícita de un aprehendizaje, la fijación de lo mejor del pasado y una crítica radical de sus excesos, tanto como el compromiso con el cambio y los valores del futuro (Mateu Calinescu: Cinco caras de la Modernidad); cada una constituyó premisa siempre presente en los lindes del paso de un movimiento cultural a otro.
Los románticos fueron depositarios de lo ya fijado por los hombres del Siglo ilustrado –”Verdaderos clásicos, paternales, acogedores, y, sobre todo, sensatos” (Francisco Nieva: ‘’Prólogo’’ a La paradoja del comediante)-. Ya en La paradoja del comediante Diderot había desplegado el concepto de ‘un modelo ideal’ como sujeto de creación en el teatro:
“Pues, ¿en qué consiste lo verosímil en la escena? En la correspondencia de las acciones, del discurso, de la figura, de la voz, del gesto, con un modelo ideal que imagina el poeta y que a menudo exagera el comediante.
Eso es lo maravilloso. El modelo no solamente influye en el tono, sino que modifica su aspecto y actitudes…” (Diderot 1713,1784). Aún más explícita es la sinergia expresada por Diderot entre teatro como sinónimo de representación histriónica, y texto dramático como sinónimo de ejercicio literario, manteniendo la idea de lo que es esencial a cada uno :
“Unas veces el poeta siente con más intensidad que el comediante; otras, y acaso con más frecuencia, concibe el comediante más intensamente que el poeta. Nada más verdadero que aquella exclamación de Voltaire oyendo a la Clairon en una de sus obras: ‘¿Soy yo realmente el que ha hecho eso?’ En ese momento, al menos… , ¿Cuál era su talento? El de imaginar un gran fantasma y copiarlo genialmente’’//