Era el tiempo de la novedad. El estreno de la palabra sin miedo, el ensayo del silabario de la libertad. El momento permitía todo, los artífices de la injuria se reciclaban y otros comenzaban sus inacabables piruetas. El foro público no podía reeditarse pero los escribanos desempleados, ocupaban otras trincheras y disparaban los dardos cargados de veneno. Gacetilleros infames ideaban frases para consumo masivo que servían para el ultraje. El primer proceso electoral, después del tiranicidio, contó con amanuenses y vocingleros que la impunidad salvó.
Campaña mendaz que difundía sórdidas historias que afectaban a los candidatos. Las fábulas fascinaban a un electorado cándido y entusiasta. Votantes que jamás habían ejercido el derecho a elegir, escuchaban y evaluaban. Un chillido inolvidable usó las frecuencias radiales para injuriar sin consecuencias. El desprestigiado Consejo de Estado organizó las elecciones. El resultado, luego del conteo de los votos válidos, emitidos el 20 de diciembre de 1962, fue irrebatible. Después del óptimo desempeño electoral, el drama. Golpe de Estado, destierro, muertes, guerra y el inicio de los 12 años.
Las campañas electorales durante el reinado de Balaguer, tuvieron el tizne equivalente al régimen: restricciones, abusos, intimidación. Imborrable para la adolescencia de entonces la campaña del 1974: la pañoleta colorá amarrada a las bayonetas como bandera funesta. En el 1978 se presentía el final de una era y la violencia arreció. Denuestos y burlas constantes. En el 1982, las pugnas internas en el PRD y la confrontación con los demás partidos, permitieron pasquines, espionaje telefónico y arrebatos alarmantes. Los correveidiles tocaban puertas de sacristías y de foros empresariales, solicitaban la intervención de directores de periódicos, acataban los mandatos de delegaciones diplomáticas y el consejo de la Embajada. De esa, la única. Todavía no llegaba Pastorino pero estuvieron Hurwitch y Yost. El Granadazo no detuvo insultos ni acusaciones.
Nadie estaba a salvo. La mirada tras el ojo de la cerradura, veía e inventaba. El Torquemada sempiterno, se encargaba de destripar contendientes. Algunos negociaban silencios, tasaban la difamación. Los “notables” dirigían la orquesta y poco importaban las instituciones. Enfermedades, deslices de alcoba, perversiones, estaban a la orden del día. La zafiedad continuó, jornada tras jornada. En el 1990, Juan Bosch calificó la campaña electoral como “baja y fétida”. Fue el periodo de candidatos “viejos”, “ciegos” y “locos”, la época de falsos diagnósticos, de grotesco descrédito. El 1994 fue paradigmático por las calumnias y la crisis. La intromisión, sin disimulo, de la representación de EUA, impuso la reflexión y comenzó la lucha para cambiar el estilo. El imperio daba lecciones y tenía eco para transmitir el mensaje. Auspició la creación de las organizaciones destinadas a difundir el evangelio de la corrección. Durante las subsiguientes campañas la descalificación ha estado presente, sin embargo, hay un intento de prudencia cuando del ámbito privado se trata. Las redes sociales suplen, sueltan el bozal, pero es menos frecuente, a través de las clásicas tribunas de la comunicación, el recuento de devaneos íntimos. El modelo de Júpiter tonante detallando la existencia de hijos adulterinos, seguro de que la clandestinidad salvaba los propios, está en el baúl del oprobio. El juzgador que compartía el relato de supuestas orgías, dudaba de la virilidad y del acatamiento a las buenas costumbres de sus contradictores, está en desuso. La conversión de la burla en gracia, para criticar a las mujeres por su peinado o su estilo de vida, la mofa a la dificultad motora y al gentilicio, hoy no podrían conformar ningún discurso. El apego al patrón de lo políticamente correcto puede ser circunstancial, público, pero la hipocresía ayuda. El aprendizaje, made in USA, permite la preocupación por el derrotero de la campaña allá. El desenlace agrede principios fundamentales de esa sociedad. Amenaza la democracia mejor vendida del planeta.
El estilo Kardashian se ha impuesto. Para recuperar la sensatez, quizás procede la asesoría de la progresía criolla. El consejo de algún liberal, forjado en cualquiera de las extensas jurisdicciones que tiene aquí EUA.