Del reciente pandemónium institucional vivido en Brasil, representado en los sobornos de Odebrecht, la caída de Dilma Rousseff, el juicio político a su sucesor Michel Temer, la condena a Lula Da Silva a 12 años de cárcel por corrupción y el colapso de su economía, ha surgido una pavorosa figura de extrema derecha que, indudablemente, será elegido presidente del gigante latinoamericano el próximo 28 de octubre: Jair Messias Bolsonaro.
Este controvertido político descendiente de italianos, nacido en Sao Paulo el 21 de marzo de 1955, alcanzó en la primera vuelta del pasado domingo el apoyo del 46.63% del electorado brasileño, contra el 29.28% de su principal contrincante Fernando Haddad, el heredero de Lula, del PT, una formación que ha ido menguando sus fuerzas, desgastándose en una lucha política desigual contra la unificada y poderosa derecha, la cual le ha asestado golpe tras golpe hasta destronarla.
Exparacaidista del ejército, Bolsonaro actualmente cumple su séptimo periodo en la Cámara de Diputados, elegido por el Partido Progresista. Su discurso es auténticamente fundamentalista: defiende la dictadura militar de 1964, considera la tortura una práctica legitima; feroz critico de socialistas, marxistas y comunistas. Considerado misógino, homófobo y racista, Bolsonaro condena la homosexualidad, se opone a leyes pro derecho a las personas LGBT, como el matrimonio gay, la adopción de hijos por parejas homosexuales y la alteración del Registro Civil para transexuales. Insultó a una diputada rival vociferándole: “Yo a ti no te violo porque no te lo mereces”. Y describió a su familia así: “Tengo 5 hijos; 4 varones y en la última ya tuve un momento de debilidad y salió niña”.
Repudiado por demócratas y liberales, el 6 de septiembre fue herido a puñaladas durante un acto público. Bolsonaro asoma como un huracán que amenaza con destruir la democracia brasileña.