Se queja la oposición en el Congreso de que el gobierno, en apenas dos meses, ha presentado al país tres reformas una detrás de la otra; la del Código Laboral, la de la Constitución, que va como caña para el ingenio, y ahora la Tributaria, lo que definieron como un “atosigamiento” a la sociedad y al propio Congreso, que con las prisas y el corre corre no tendrá otra opción que mirarlas por arribita y aprobarlas como manda el guión del Palacio Nacional.

Los diputados Gustavo Sánchez y Rafael Castillo, voceros del PLD y la Fuerza del Pueblo, consideran que el Poder Ejecutivo debió someter una a una las reformas, permitir que los legisladores las analicen y ponderen con detenimiento para que cuenten con el necesario consenso político y social; lo que nunca será posible, agrego yo, si fueron concebidas como si se tratara de enemas que hay que aplicar con rapidez, como pasa con los tratamientos desagradables y dolorosos aunque necesarios.

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La queja de los legisladores es válida y no son los únicos que han externado esa preocupación, pues aumenta la presión y la carga de trabajo de los legisladores, que todavía tienen pendiente la escogencia de los miembros de la Junta Central Electoral, en la que trabaja una comisión, y de la Cámara de Cuentas. Es evidente que el gobierno se hizo el sordo a ese reclamo y ha preferido el “atosigamiento” a la discusión tranquila y ponderada de sus propuestas legislativas antes de ser aprobadas, como aconseja y prescribe el buen sentido democrático y la investidura del Congreso Nacional, que se supone superó hace tiempo el funesto “corroboro”.

Ayer estaba previsto que la Asamblea Nacional Revisora aprobara los cuatro artículos que restan a la propuesta de reforma de la Constitución, con lo que se completaría su aprobación en primera lectura, pero con el bombazo de la reforma tributaria pocos son los ciudadanos que le han prestado atención a lo que allí se sancochó. Si ese es el plan, como denunció la oposición, hay que reconocer que está funcionando.