Con la vida y pérdida de Johnny Ventura hay que separar el grano de la paja. Debido a que fue el arquitecto de su propio destino, llegó donde quiso, alcanzó lo que quería y renunció a lo que le estorbaba. Desde el maniqueísmo antropológico se plantea que hay dos tipos de hombres: los buenos y los malos. Ventura era de los buenos.
La vida tiene sentido cuando se vive para ofrecerla a los demás; y tiene mayor peso y relevancia cuando se viene de la carencia y la vulnerabilidad.
Un recorrido a la biografía de Johnny Ventura es toda una expresión psicosocial de una persona común, nada de privilegios, ni de suerte o de favores construidos. Con un fenotipo africano, negro, de estrato social bajo, del que vive y viene del barrio, la escuela pública, de limpiar zapatos, vender dulces, de luchar y dejar la piel en la sobrevivencia como muchacho que creció y se desarrolló en una dictadura; hasta lograr ser locutor y graduarse de derecho en plena madurez, habla de un resiliente social.
Thomas Merton escribe a la pobreza de la evasión, de los que prefieren vivir sin autenticidad en el mundo y las sociedades, es preferir el autoengaño, y por eso no son libres. Johnny prefirió ser auténtico, defender una identidad, una causa, una cultura, una razón social y un arte; recordando que el arte fortalece el espíritu.
Como joven se opuso al trujillismo, antagonizó con el balaguerismo, expuso su talento, su habilidad y destreza para sintonizar con las problemáticas sociales, políticas y económicas y las expresaba con la música, ejemplo: “El tabaco es fuerte” “Los indios” “Mamá Tingó”, etc.
Es decir, la música no le fue suficiente para expresar su inconformidad y su rebeldía social, entonces, entró a la política para defender la libertad, la Constitución, la justicia social y los derechos de trabajadores y sociedad civil.
Ventura fue un hombre bueno, llegó a la madurez sabiendo para qué se vive, en vez de plantearse de qué vivirá.
Su balance vital habla de su coherencia y su compromiso, por eso fue libre, entregó su talento, le hizo buena lectura al sincretismo cultural e interpretó lo mágico religioso de un pueblo que se debatía entre la transculturación, la aculturación y la perdida de la identidad.
Dice María Zambrano, en la madurez se aprende a convertir el mal en bien, lo que significa, entre otras cosas, hacer toda derrota asimilable y toda victoria duradera. La victoria de Ventura fue elegir desde joven el idealismo, la utopía y el desafío de aportar a ser diferente; nunca fue conservador, apático o indiferente con las calamidades sociales y políticas.
Aun en la madurez, cuando los años piden pausa para ser conservador, pragmático, populista o mirar para el utilitarismo, Johnny Ventura seguía siendo liberal y democrático.
Defendió su color, sus orígenes, su etnia, su cultura y sus amigos. Asumió todos los riesgos con su líder y amigo José Francisco Peña Gómez, se puso de escudo, ocupó iglesia y calle para oponerse a las reelecciones balagueristas y al terror de la “Banda colorá” cuando otros callaban y preferían la indiferencia. Vivió en lo visceral la mezquindad, los desengaños y traiciones propios de sociedades pequeñas, excluyentes y discriminatorias; pero, como todo buen malabarista, salió resiliente y sin renunciar en lo que creía.
A Johnny se le hizo imposible la jubilación, el retiro o la pausa prolongada con la música y la política. Murió en plenitud de sus facultades mentales, formó y construyó familia, pareja, amigos, de forma duradera y sana.
Hoy lo despedían con gratitud y respeto, lo admiraban y le lloraban como si fuera propio de cada uno. Ventura nunca evadió, ni practicó el escapismo, el relativismo ético o el facilismo.