Auge de agresiones que cercenan vidas de hombres y mujeres. Las acciones homicidas impulsadas por iras y banalidades; las que reúnen características de género e intrafamiliar y las que provienen de brutales incursiones de la delincuencia, llevan luto en estos días a familias dominicanas con insistencia de racha; la violencia larvada en la sociedad.
El matador arrastrado contra alguna mujer por instintos posesivos; el individuo que por leve causa de tránsito dispara sin preámbulos y los sujetos de contubernio criminal y artero que se ensañan contra víctimas desprevenidas e indefensas, parecen surgir de una cultura de proclividad a los irrespetos a la vida.
Por más control que se quisiera tener sobre hechos sangrientos que las persecuciones policiales y judiciales no logran contener, muchos trágicos comportamientos tienden a provenir de disfunciones familiares con pérdida de valores. Hogares de conflictos, inconductas y abusos que llevan a la producción en serie de daños a la sociedad.
Existen leyes, programas y políticas a ser aplicadas con insistencia para prevenir y neutralizar con privaciones de libertad las actuaciones lesivas que en ocasiones aparecen incrementadas y quisiera verse que el Estado y sus órganos de control social aciertan finalmente en la protección ciudadana.
Actos que reclaman esfuerzos inteligentemente concebidos contra la criminalidad; enfocados en los factores sociológicos que la ocasionan y que cíclicamente la detonan con particular agresividad, escuchándose pronósticos de mayor incidencia por el crecimiento demográfico.