Históricamente, para el dominicano, cortar la caña, independiente del trabajo arduo y poco remunerativo, conllevaba consigo el estigma de que era un oficio indeseable.
Traigo a propósito lo siguiente: El Consejo de Directores del Consejo Estatal del Azúcar (CEA) decidió enviar una misión de tres técnicos de alto nivel a recorrer el mundo para tratar de encontrar algún sitio donde el corte fuera realizado por trabajadores de buen nivel y, preferiblemente blancos. Y los encontraron en Nueva Zelanda y Australia. Tres de los trabajadores fueron traídos al país. Había mucho escepticismo en la mayoría de la gente sobre esta posibilidad. En enero de 1974, en Monte Llano, se llevó a cabo la prueba con los siguientes resultados:
Un cortador australiano quemaba la caña y picaba, mientras que otro, la alzaba. Había que moler la caña en las próximas 24 horas para que no se invirtiera. Y cortaron de cinco a seis veces más que los ciudadanos haitianos. El que alzaba hacía la misma cantidad o más.
El CEA le dejó el mismo pago, ganando cinco veces más que la otra forma de corte. Y los jornaleros dominicanos que laboraban allí dejaron a un lado el estigma y a través del incremento de su autoestima, empezaron masivamente a cortar la caña. En un periodo de tres meses, los ingenios del Cibao se cortaron totalmente con dominicanos. Para el 1975, estaba pautado que solo dominicanos cortarían en los cuatro ingenios del Este. Al ser removido el personal superior del CEA se eliminó este programa que estaba destinado a cambiar el destino social del área cañera.
Este ejemplo demuestra que cuando se crea la autoestima y se tiene la confianza de vencer los problemas y seguir adelante, cualquier hecho es posible.
El ser humano es complejo. Y vale la pena reconocer que, aún en esa complejidad, la ciencia se ha dado a la tarea de explicar, lográndolo en numerosas ocasiones, la conducta humana. ¿Cómo se conoce la manera de proceder que tienen las personas u organismos, en relación con su entorno o mundo de estímulos?
Para lidiar con esta lucha interna entre el cómo queremos que nos vean y quién en realidad somos, entra en juego la autoestima que está definida como el conjunto de percepciones, pensamientos, evaluaciones, sentimientos y tendencias del comportamiento dirigidas a uno mismo, a nuestra manera de pensar y hacia los rasgos de nuestro cuerpo y nuestro carácter.
Solemos reaccionar o contenernos instintivamente cada vez que nos enfrentamos a la adversidad. Apenas nos damos tiempo para advertir lo que ha sucedido y de qué manera podemos canalizar de forma constructiva lo que sentimos. Nos apresuramos en la toma de decisiones, a veces solo por tratar de obedecer a otros.
De ahí que nos convirtamos en víctimas y verdugos de nuestro dolor, que acrecentamos pensando repetidamente en lo que hicimos o lo que dejamos de hacer, sin dar algún crédito a nuestra personalidad y carácter. Grave problema, pues, inconscientemente terminamos despreciándonos a nosotros mismos.
Estamos en tiempos de cambios sociales, económicos y tecnológicos. Antes de reaccionar es imprescindible profundizar en el capital humano intangible en nuestra sociedad (aquel que se produce exclusivamente a través de cambios en el accionar sin tener que tomar ninguna medida económica). Es la brújula del cambio y de ahí la importancia de los valores.
Nos cuesta ver peligros en cosas que no se ven, ni se pueden tocar, pero a la larga, cuando el cambio irremediable esté hecho nos preguntamos por qué en las sociedades hay tantos fallos. Es, precisamente, el efecto cuando en una sociedad cada persona tiende a obedecer dejando que otros tomen decisiones, aunque las mismas nos afecten negativamente a corto, mediano y largo plazo.
Cuando se pertenece a una sociedad donde reina la autoestima, la confianza aumenta, y el proceso de empoderamiento permite construir proyectos auto-sostenibles que contribuyan al desarrollo económico y social, creando una sociedad más eficiente y justa: la democracia participativa.
Investigadora Asociada:
Andrea Taveras.