Referirse a los retratos es situarse en la historia del arte. Todos los artistas, clásicos y modernos, han practicado este género pictórico, pero más nos interesa cuando el pintor se retrata a sí mismo.
Hay a la vez más libertad y más rigor. No es el momento de recordar a los “inmortales” quienes secularmente se ilustraron en el autorretrato, siendo tal vez el último y de manera casi obsesionar Pablo Picasso, en su juventud y su senectud.
Por estar acostumbrados a la coincidencia del autorretrato con etapas de la vida o la necesidad de resistir ante vicisitudes y tensiones, ¡que una artista en el apogeo de la juventud dedique su primera o una de sus primeras exposiciones individuales al autorretrato, y hasta lo anuncie, cuestionando o interrogándose, puede desconcertar!
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Ahora bien, el hecho de que presente esta muestra singular Ossaye Casa de Arte, dirigida por Cachy Ossaye, propensa a las revelaciones y confirmaciones, no nos sorprende. Indhira Hernández une al talento personal una exitosa carrera universitaria, llevándola a la maestría, y una preocupación constante por su mejor desarrollo. Pocas veces hemos escuchado a una artista tan elocuente y convincente…
Es una artista contemporánea, no solo por su generación, sino por su expresión creativa, que, si mantiene dibujo y pintura, no se detiene en la búsqueda de soluciones innovadoras, con un tema especial y una inquietud que ella sabe explicar, interesada en el diálogo y la opinión del otro…
Su propia obra – íbamos a decir su propia cara- la apasiona… y quiere hacer compartir esta pasión..
Una auto definición en movimiento
Indhira Hernández no se limita al autorretrato, ella expone rostros masculinos ajenos… hasta luchando con el agua. Los vemos simplemente como una extensión, un testimonio espontáneo de su buena técnica, tampoco hay un contexto ecológico con los “otros”, nos sugiere su habilidad para tratar temas distintos.
Pero, nos quedamos en esta muestra seducidos por la (re)presentación que Indhira emprende de sí misma, sin descartar que luego nos convencerá con propuestas e identidades diferentes. En cierto sentido, ella ha empezado con un desafío.
Indhira Hernández trabaja sobre papel o sobre lienzo, con óleo diluido o carboncillo, con pincel o lápiz, en series u obras aisladas, demostrando una particular economía en el color.
El rojo, sus tonalidades y degradaciones monopolizan la paleta… Pero no lo lamentamos, esta casi monocromía aumenta el dramatismo…
Más que la afiliación a una tendencia –realismo e expresionisimo alternados o integrados-, nos impresionanan las variaciones estéticas. Indhira es una joven mujer agraciada, pero no quiere que la veamos así en sus desenvueltas “auto-interpretaciones”, aunque se destaque una factura cautelosa y neorrealista.
No cabe hablar de evolución en tan solo tres o cuatro años, aquí se trata de “reconvertirse en una desconocida”. Indhira misma lo dice en el título de sus pinturas más “antiguas”, como si nos anunciara su propósito… o que ella lo había descubierto entonces.
Algo más
A través de los autorretratos, se suele analizar la figura y el fondo, la luz y el color, la pincelada y la aplicación del pigmento. Aquí no percibimos tanto estas variaciones formales y materiales, que apreciamos más como una constante.
Que ella se dibuje o pinte de 3/4, o con el rostro en la misma posición frontal, es el dramatismo de la introspección, lo que nos impresiona, sin olvidar el impacto de la mirada – observadora o cuestionante-.
Alternan el asombro, la tristeza, el miedo, la concentración, u otros estados de ánimo según las lecturas… Entre los detalles perturbadores está la licuefacción incipiente de los rasgos, cualquier cosa puede pasar, consecuencia del calor o imaginación fantástica.
Esos matices psicológicos hemos de leerlos en cada rostro, un modo privilegiado de autoafirmación y de perseverancia. Sus autorretratos, conmovedores todos, son portadores de estas convicciones, finalmente enérgicas, audaces y definidas.
Coda
Indhira Hernández no solamente sabe dibujar, pintar y aun esculpir -hay una pequeña composición escultórica lúdica-, ella escribe muy bien y se autoanaliza en cada una de sus responsabilidades.
Concluimos nuestro texto con palabras contundentes de la artista:
“Cada obra me invita a cuestionar mi propia cordura, a enfrentar y reconciliar las múltiples facetas de mi ser.
Como madre, compañera, educadora, trabajadora cultural y artista, busco armonizar estas diversas identidades dentro de mi trabajo, mientras navego por los complejos roles sociales que yo desempeño”.