Hace tiempo que aprendimos que la familia era el primer espacio de desarrollo sano; el artículo de primera necesidad, pero también, el mejor lugar para aprender a ser persona. En la familia se aprenden valores, normas, reglas, disciplina, afectividad, solidaridad, y el amor fraterno y paterno. Es a través de ellas que aprendemos a vincularnos, a establecer apego, a vivir el sentido de pertenencia y vivir el sentimiento de la filiación con entrega. Cada quien descubrió el significado de la referencia social, la identidad y los roles en su familia, con sus padres y abuelos. Valores como el trabajo, la responsabilidad, la dignidad y el orgullo, fueron aprendidos o reforzados dentro del núcleo familiar.
Cientos de personas han vivido a través de esa referencia moral, ética, espiritual y humana que le marcaron sus padres. No importa, lo sabemos, nadie tiene la familia perfecta, ni la familias ideal, pero, se debe aspirar a construir una familia que sea sana y funcional, que sirva para reproducir personas equilibradas, correctas, justas, afectivas y para la felicidad.
Por décadas las familias fueron estructuradas en: familias nuclear, extendidas, aglutinadas, monoparental o matrifocal. Los cambios históricos, económicos, socio-culturales, han reproducido otro tipo de familia: reconstruidas, rotas o de padre de un mismo sexo. Sin embargo, esa nueva antropología de la familia, producto de los nuevos indicadores psicosociales, han cambiado la mentalidad, el comportamiento y las prioridades del hombre y de la mujer, para tener o asimilar a la familia como la mejor inversión social, o como el proyecto humano donde hay que poner el mayor empeño para que funcionen de forma armónica, equilibrada, democrática, humana y para el bienestar y la felicidad.
Literalmente, para cientos de persona su familia no es su prioridad, ni su mejor proyecto de vida.
Ahora, para muchos, el proyecto es lo tangible: el dinero, la casa, la finca, el vehículo, el confort, la vanidad, el estatus, y la presencia mediática de las celebridades del mercado. De ahí que cada día más gente recoge maleta y se va de la casa, en vez de ganar experiencia y aprender a vivir en ella. Me duele la multiplicación de familia con patología producto de las violencias, las drogas, las manipulaciones, el chantaje, el cinismo y la lucha de poder, el victimismo, el fanatismo y la inmadurez de los padres.
Hoy, tenemos cientos de familias dañadas, enfermas, disfuncionales y tóxicas, que reproducen hijos e hijas con daños en su desarrollo psicoemocional, social y de personalidad. Pero también es cierto, la familia es una extensión o expresión de una sociedad que se encuentra enferma, atrapada y desvalorizada, que enseña y estimula modelos de aprendizaje negativo al proyecto familiar. “cada quien cosecha lo que sembró” o “se practica lo que se vive y cómo lo vivió”. La tecnología, las redes, el estado de vida y de consumo, también han afectado a la familia. Pienso que cada quien debe encontrar la madurez y el equilibrio en no responder a los resultados de esa sociedad, para aprender a individualizar su proyecto personal y social en cuidar y proteger a su familia. El referente tienen que ser los padres, los abuelos y tíos; pero también, la escuela y los actores sanos en alguna medida.
Los indicadores psicosociales y socioeconómicos apuntan a cambios rápidos y modificaciones significativas en la dinámica y estructura de la familia que, para mal, serían más patológicos y de peores resultados en su salud mental. ¡¡Auxilio!! Mi familia cambió, pero no me voy de ella; no me aparto, no me dividen, ni me cambian los valores familiares, esa sería la respuesta y la resiliencia psicosocial.