¡Ay, la justicia!

¡Ay, la justicia!

Bonaparte Gautreaux Piñeyro

Nunca me colgué de las corvas de la rama de cualquier árbol, tampoco usé como trampolín el puente Eugenio Miches, sobre el río Soco, y me arrojé de cabeza hacia las frescas y profundas aguas del charco de Las Madres.

Nunca me vi en medio del redondel preparado para lidiar los toros, donde la audacia del valiente Hitler Fatule Chahin le permitió asirse de la parte baja del cuero de la barriga de un toro que lo sorprendió mientras halaba el rabo del animal, en medio de una alegre tarde de fiestas patronales de la Santísima Cruz, en un mayo cualquiera de la segunda mitad de la década de 1940.

Aleccionado por mi padre, Julio Gautreaux, un hombre profundamente creyente en la justicia, he tratado de nunca desviarme del fiel de la balanza y permanecer en el lugar equidistante, he aprendido que justicia es el respeto al derecho ajeno, mantener distancia entre lo propio y lo de otro.

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Desde antes de que se colocaran piedra sobre piedra, se entendió que había límites a la propiedad y a lo ajeno, que como dice el verso somos “los demás de los demás”.

La aceptación de límites ha sido tan difícil como la eterna disputa entre el uso de los terrenos llanos para cultivar y los terrenos de montañas para el fomento y crianza de animales, también ha sido difícil la distribución y almacenamiento de las aguas para agricultura como para ganadería.

Con el uso y costumbre se ha impuesto el valor de lo justo, establecidas las fronteras entre lo justo y lo injusto, más allá de que lo justo es lo que me beneficia y lo injusto es lo que me perjudica.

Justa es la decisión fruto del conocimiento de una denuncia conocida en un tribunal donde se escuchan las partes en conflicto, los testigos y la opinión del fiscal, representante de la sociedad.

Tan difícil entendemos los hombres que es la justicia real, que aceptamos que las decisiones de los jueces sean puestas en duda, cuando una de las partes apela su sentencia.

Es de aceptación universal que toda violación a las normas religiosas, morales, legales, escritas o no, conlleva una sanción. El robo, el homicidio, el asesinato, la difamación, la mentira merecen ser sancionados.

Pero hay delitos mayores porque dañan a todos, por ejemplo; prestar sus armas para beneficiar al invasor extranjero; traicionar la Patria; conspirar para favorecer candidatos y burlar la voluntad popular mediante trampas, imposiciones, abusos de poder, desvío de fondos públicos, robos. Estos deben ser castigados ejemplarmente y sin contemplaciones

Esos ladrones de fondos públicos se acogen y demandan “el debido proceso de ley” que no merecen porque ellos no respetaron la ley.

Así, qué fácil es.