Ayer fue la fiesta de la República, la celebración de su nacimiento. Coincide con el fin del mes de la patria que comienza el 26 de enero, como homenaje a Juan Pablo Duarte.
Vale el cumpleaños para recordar y asimismo lamentar los ideales truncos, los propósitos convertidos en nada.
La fecha conmina a repetir que el 27 es pendón invicto en la memoria, el inicio del fin de la oprobiosa ocupación del territorio por las tropas de Boyer.
La “República independiente de toda potencia extranjera” nace 22 años después de la pretensión fallida de Núñez de Cáceres que soñó con el Estado Independiente del Haití Español.
Con y sin Mes de la Patria, es el momento para encomiar la osadía de Duarte y los trinitarios, aquel atrevimiento que permitió el empiece de la república, la difícil tarea de construir identidad, convertir en realidad la ilusión de muchachos enamorados de la utopía.
Grupo decidido a forjar la república, a defenderla de los embates siniestros que siempre conspiran para lograr que sus intereses primen sin importar las consecuencias.
La pureza quedó en la génesis, la ética fundacional pereció en el cadalso, sufrió en el destierro, fue agredida por la deslealtad. Los filorios sucumbieron secuestrados por el machete y la marrulla.
El páramo heroico permitió el desmadre. Antiguos independentistas fueron vencidos por la necesidad de subsistencia política. Alianzas y pactos se multiplicaron para salvar el pellejo no la honra y de ese modo continuó la escritura de la recién nacida patria.
Ha sido así desde Santana hasta nuestros días que parecen grises, sin historia, como si la nación existiera por generación espontánea, sin antes y solo con un reciente después.
Cada año el recuento, la inconformidad, el orgullo de tener bandera, escudo, himno, territorio. Cada año el abandono y la confusión, ese afán de ser y no ser dominicanos e ignorar los hechos porque sí.
El 27 de febrero por su trascendencia, porque marca el origen, es el día establecido por la Constitución de la República para que el Presidente, en su condición de jefe de Gobierno, rinda cuentas de su gestión ante el Congreso Nacional. No es una opción es una obligación.
Es oportunidad para la ficción institucional, para creer que el Presidente es mandatario y no mandante.
El énfasis de la primera rendición de cuentas-2021- estuvo en la situación especial debido a la pandemia, en el esmero por la transparencia y la sobriedad. Sonaban las campanas que siguen tañendo, las que anuncian el enfrentamiento del bien contra el mal.
La adversidad ahora tiene otro nombre y la amenaza es tan real como la del virus. La contingencia bélica atemoriza, exige la unidad que pide el Presidente como contén para el infortunio. La petición ocurre en una época impiadosa cuando ni las oraciones del papa se escuchan.
Conocer las diferencias entre el tiempo para ganar y el tiempo para gobernar, es importante para un jefe de Estado. El miedo une tanto como el odio, sin embargo, hay heridas que dificultan propósitos comunes, aun en medio de la tormenta.