Hace unos días tuve la oportunidad de visitar Venecia, la ciudad de los canales. Por lo que algunas personas cercanas me preguntaron, qué me pareció este mencionado y emblemático destino. Recuerdo la respuesta que le di a una amiga muy querida, mientras saboreaba un delicioso helado: ¡ES UNA CIUDAD HERRRRMOSA! Así la vi y así me sentía.
Y fue justo en ese momento donde entendí que la forma en la que veo las cosas habla de mí, de cómo estoy, de cómo me siento y cómo me veo, porque soy un reflejo.
Al conocer esta y otras ciudades, he aprendido, que la belleza no se encuentra en Venecia, ni en mi ciudad natal Santo Domingo ni mucho menos en París.
Tampoco, influye en qué tan prospero o no sea el país. La verdadera belleza SIEMPRE estará en los ojos de quién la mira.
La verdadera belleza se encuentra en mí, porque para ver el lado bueno de las cosas es necesario ver con los ojos del amor y la bondad.
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Muchas veces miramos desde nuestra realidad, de nuestras emociones, de nuestras creencias, de nuestros prejuicios, incluso, hasta de nuestro estado de ánimo y frustraciones.
Y así nos pasamos la vida, pintando momentos, lugares y personas del color que tenemos dentro.
Así vemos todo, tal cual como nos sentimos, tal cual como somos. Es por eso, que la palabra de Dios nos dice en Mateo 6:22-23 lo siguiente: “La lámpara del cuerpo es el ojo; por eso, si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará lleno de luz. Pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará lleno de oscuridad”.
Si tu luz está opaca y tu visión esta nublada, si no ves color en tu alrededor, hoy es buen día para pedirle a Dios que renueve con aceite fresco tu lámpara. En Él está el poder y la autoridad para hacer tu luz resplandecer sin importar tus circunstancias.
“Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”.Proverbios 4:18.
Dios te guarde.
Dios te bendiga.