Queda fuera de toda duda razonable y de cualquier discusión que, como ciudadano, el ex Presidente Leonel Fernández disfruta de las prerrogativas civiles consagradas en nuestra Constitución, y que, en tal virtud, el líder del PLD puede moverse, expresarse y pronunciar libremente cuantas conferencias se le antoje, y a los auspiciadores de tales actividades les asiste el derecho de recaudar fondos cobrando el monto de entrada que les pluguiese.
A lo que nadie tiene derecho legal ni moral es a boicotear violentamente las actividades en las cuales participa el ex Jefe del Estado, un método sucio al que han apelado sus frustrados enemigos, convocantes aquí, y en el extranjero, de turbas pagadas, nada espontáneas, vociferantes de improperios, denuestos e insultos contra el dirigente peledeísta con la finalidad de atemorizarle, persiguiéndolo para reducir su movilidad y evitar su posicionamiento electoral.
Lo ocurrido el miércoles frente al hotel Embassy Suites es aleccionador. Esta vez los partidarios de Fernández salieron a defenderlo contra sus agresores, y lo hicieron duramente, como para que no se olvide. ¿Qué pretenden sus detractores? ¿Sacar a Leonel del juego político, acosándolo físicamente? Eso no es democrático.
La peor parte de estos negativos incidentes que empezaron en Nueva York antes de trasladarlos al suelo patrio, es que un sector de la prensa tradicional y digital apoya tales inconductas, so pretexto de luchar contra la corrupción.
Entre la horda concurrente a las inmediaciones hoteleras para sabotear la charla magistral que dictaría Fernández, se encontraban “periodistas” archienemigos de Leonel, que no estaban allí en cobertura profesional sino en rol provocador. Luego del desorden se publica que los leonelistas actuaron como turbas, cuando en realidad defendieron furiosamente a su líder contra un nuevo ataque, acción para la cual tienen pleno derecho. Palo si bogas y palo si no bogas.
Basta de agresiones contra Leonel Fernández.