Tenía yo un turno en una de las jornadas de poesía que celebra la Academia Dominicana de la Lengua (ADL) en localidades de nuestra geografía. Se nos hizo saber que allí contaban con una juventud muy inclinada hacia las letras, con gran entusiasmo e interés de superación en esa área de la cultura. Con tal presentación estimularon nuestra decisión de fijar de inmediato una fecha cómoda, pero lo más pronto posible.
Cada presentación se desarrolla, más o menos, de la siguiente manera:
Del Ministerio de Cultura o un intelectual de la comunidad anfitriona saluda y da la bienvenida a los miembros de la Academia de la Lengua, y, de inmediato, se produce la participación del Director de la Academia o un miembro de la institución a quien designe el Director, desarrolla un tema acerca del valor de la creación literaria. Unas de las características de las jornadas son:
a) La participación de los poetas miembros de la Academia, quienes recitan sus propias creaciones; b) La presentación de figuras consagradas del conglomerado que visitamos; c) Las generaciones posteriores y en circulación que se han destacado por su calidad y d) La presentación de un cultor del verso que desee darse a conocer, sección que llamamos Poeta revelación.
Hay dos momentos especiales dentro de la programación, especiales por la naturaleza de las realizaciones, de una parte, y por el género y estilo de la otra selección:
a) El primer turno del acto o la portada de las presentaciones se destina a un poema de alto valor lírico, de gran sensibilidad, con ritmo y tono atractivo; y
b) El otro momento particular es la última pieza, y vale como cierre y despedida del acto, para lo cual se escoge un tema popular, folklórico etc., que complete, de alguna manera, el abanico de realizaciones que se puede desplegar con el recurso de las cualidades que nos ofrece el lenguaje convertido en versos.
Anoté al principio que me tocaba un turno en una de estas jornadas que ofrece la Academia a las comunidades interesadas en conocer funciones de nuestra entidad y los servicios que, en orden a las responsabilidades que debemos asumir. Precisamente me quiero referir a aquella presentación para la cual los gestores locales señalaron el interés de la juventud de allí para conocernos y asimilar valores de esta rama y acumular experiencias.
Por cierto, se me asignó la apertura del evento, en el orden de las declamaciones. Temprano había escogido una creación arábigo-andaluz de un poeta sevillano que vivió en el siglo XII, nombrado Abu Ahmad ben Hayyun: La Bella de los lunares:
Era tan blanca, que la juzgarías una perla que se fundía, / o estaba a punto de fundirse, / con solo nombrarla.
Pero tenía las dos mejillas, / blancas como el alcanfor, / puntuadas de almizcle.
Encerraba toda la beldad, / y aún algo más. Una vez que sus lunares se hubieron metido en mi corazón tan hondo como yo me sé, / le dije: ¿Es que toda esa blancura representa todos tus favores / y esos puntos negros algunos de tus desdenes?
Me contestó: Mi padre es escribano de los reyes/ y cuando me he acercado a él para demostrarle mi amor filial / temió que descubriese el secreto de lo que escribía, / y sacudió la pluma, / rociándome el rostro de tinta”.
(Concluye en la próxima entrega).