POR LUIS O. BREA FRANCO
Las relaciones amistosas entre Belinski y Dostoievski se agriaron en los primeros meses de 1847. Sin embargo, Dostoievski siempre mantuvo un feliz recuerdo personal de sus relaciones con el crítico.
No obstante, Dostoievski desde los años finales de la década de los sesenta -que es cuando escribe “Demonios”- adelanta un duro juicio histórico sobre la generación de los años cuarenta, y en particular sobre Belinski. Empero, puntualiza en 1871 en carta a un amigo: “Combatí a Belinski más como fenómeno de la vida rusa, que como persona”.
En dos ocasiones en el año 1873, después de publicar “Demonios”, Dostoievski vuelve a evocar a Belinski; intenta medir su importancia e influencia, tanto en su vida como en la época, y busca determinar las consecuencias de la obra de Belinski en la cultura rusa de los últimos veinte años. Estos escritos se encuentran en el “Diario de un escritor”, obra en que el autor colecciona sus artículos, ensayos y esbozos literarios publicados en diversos medios de prensa.
El primero de estos se titula: “Gente vieja”. En apariencia la evocación de la figura de Belinski se refiere a su propia experiencia personal. Sin embargo, de un modo en apariencia inocuo, Dostoievski acusa al crítico de ser el padre del nihilismo que dominaba en la sociedad y en la cultura rusa desde 1860. Un fenómeno, que Dostoievski comienza a denunciar desde la aparición de “Memorias del subsuelo” hasta su última creación, “Demonios”, respecto al tiempo en que los escribe.
El artículo comienza describiendo a Aleksandr Herzen como “gentilhombre ruso y ciudadano del mundo”. ¿Qué quiere significar con ese título? Busca resaltar la ausencia de raíces que se revela en la vida y obra de Herzen.
Sostiene que éste llega al socialismo por “pura derivación lógica”, prescindiendo de la propia experiencia: “negaba la propiedad, pero vivía una vida serena y plácida gracias a su independencia económica”; “negaba la familia, mas fue padre y esposo ejemplar”; “amaba su patria y a su pueblo, empero había desertado de él, forjándose una imagen ideal, y por ello, irreal; los recrea como gente parecida al pueblo de París en 1792”.
Empero, el rasgo fundamental que une a Herzen y a Belinski, es el hecho de que al separarse de su pueblo, del real, del histórico pueblo ruso, se han divorciado de Dios, del propio Dios, del Dios del pueblo ruso. Y para Dostoievski sin Dios no puede haber ni sentido ni libertad.
Esta es una idea que consolida en Dostoievski en el personaje de Shatov, en “Demonios”. Esta forma de ver el problema del nihilismo también golpea a Nietzsche cuando lee la novela, y copia la expresión en sus cuadernos de notas: “Quien pierde sus raíces también pierde a Dios”.
Sin embargo, lo que Dostoievski no puede dudar de Herzen es que sabía pensar, que poseía gran capacidad dialéctica…Otra cosa acontece con Belinski.
Belinski –señala el escritor- “era el hombre más propicio al entusiasmo de cuantos he conocido”. Relata, entonces, que lo conoció y en seguida intentó convertirlo a sus ideas.
Y ¿cuáles eran esas ideas? Esas ideas –responde Dostoievski- se sustentaban en el ateismo. De esa premisa derivaba que la actividad humana debía concentrarse en el despliegue de la razón, de la ciencia y sostenerse, en cuanto al arte, en la afirmación de un realismo literario, que mostrara a los más, la vía más expedita y segura para transformar la sociedad.
Con ello Dostoievski señala a Belinski como el padre e ideólogo del nihilismo; es la guía espiritual de los terroristas que operan en la sociedad rusa, del cual Nechaiev es el símbolo más evidente –es precisamente por ello que el escritor intenta retratar esta mentalidad en “Demonios.
Dostoievski ahora, a diferencia de cuando sale encadenado hacia Siberia como conspirador, en 1849, está convencido de que sin Dios es imposible construir armonía social: “…puede construirse un hormiguero, no armonía social en que pueda vivir el hombre”.
La base de toda vida social –sostiene- son los principios morales. Pero, “Belinski sostiene principios morales sustentados en una fe loca, sin pizca de reflexión: entusiasmo puro. Por ello, tenía que comenzar por derrocar el cristianismo…, sabía que la revolución debía comenzar con el ateismo”.
La refutación que Dostoievski hace de las ideas de Belinski se basa en una toma de posición presente en su obra después de su regreso de Siberia: el destino final del ser humano constituye ahora su problema fundamental. Para desentrañarlo acude a dos caminos: la afirmación de la libertad humana y de la “personalidad radiante de Cristo”.
El argumento de Dostoievski es cristalino. Si negamos la responsabilidad moral del ser humano en sus actos, si todo depende de causas puramente sociales o de condicionantes económicos, entonces el humano actúa como una máquina o un animal y se encontraría fuera de las posibilidades de la libertad.