Estamos tan acostumbrados a las “malas noticias”, que hemos llegado al colmo que es esperarlas: ¿qué pasa? ¡No ha ocurrido nada! Los periódicos reseñan explosiones de carros-bomba colocados por terroristas en lugares públicos. Y al día siguiente publican informaciones sobre secuestros realizados por piratas que operan en el Océano Indico. Pero, un poco más tarde, aparece en la televisión la noticia de que un enfermo mental entró en una escuela y ametralló una docena de estudiantes. Al anochecer, nos enteramos de que cien emigrantes han muerto en un naufragio en el Mar Mediterráneo. A veces se trata de que un joven drogado mata a su abuela.
Vivimos en medio de mil truculencias inexplicadas. Las ciudades de hoy albergan engendros sociales que no había antes o, simplemente, que no eran frecuentes. Padres matan hijos, abuelas ahorcan nietos, hijos asesinan padres. Policías que atropellan manifestantes hemos visto siempre; guerras entre delincuentes también; pero no habíamos visto “decapitaciones colectivas” de familiares de un narcotraficante que estafó a otro. En México han ocurrido “exterminaciones” de asistentes a una boda o a un cumpleaños. En algunos estados dominados por mafias, aparecen camionetas cargadas de cadáveres acribillados a tiros. En el campo político, en asuntos financieros, suceden a menudo escándalos que nos dejan turulatos.
El conjunto ingrato de esos sucesos horribles, de los cuales no tenemos ningún control, nos hace mirar hacia pequeños placeres personales que, ordinariamente, no valoramos. Por ejemplo, el desayuno; todo el mundo desayuna todos los días; pero no todo el mundo tiene clara conciencia del inmenso disfrute que nos proporciona el desayuno. Y lo mismo pasa con el cotidiano “baño de ducha”. Tener agua corriente es un privilegio que ha llegado a ser “bastante común”. Mencionarlo es una ridiculez.
Pienso proponer al poeta Cayo Claudio Espinal la tarea consoladora de componer un “poema al desayuno” y otro dedicado al “elogio del baño de ducha”. Estos temas, que pueden parecer “triviales o pequeño-burgueses”, son importantísimos para sobrevivir en tiempos como los que nos han tocado en suerte. Cuando masticamos “el pan nuestro de cada día”, con mantequilla, queso y jamón, sentimos que la energía nos acompañará por muchas horas. El baño, refrescante y sanitario, nos renueva las esperanzas.