Las cifras macroeconómicas seguirán representando el recurso de relaciones públicas y promoción por excelencia de la gestión oficial. Es innegable que existen distancias entre la fascinación producida por las estadísticas en el sector turismo, zona franca, remesas, apreciación del peso y el impacto de una disminución de la inversión en un 7%, incremento del monto para conseguir los productos de la canasta básica, descenso en el empleo formal e informal y una reducción del poder adquisitivo de la mayoría de los ciudadanos.
Podrían percibir el alegato desde una óptica estrictamente clientelar. Ahora bien, las acciones, traducidas en una importante inyección de recursos en programas hacia los sectores de menor ingreso, representan el respiro por excelencia del desempeño gubernamental que apuesta a garantizar la paz social. Aunque la distorsión del modelo sirva de inspiración para politicastros conducidos por la lógica de lo estrictamente electoral, la gente espera que la solidaridad con los desam parados de siempre no se apague en circunstancias económicas que profundizan su condición de pobreza.
Cuando la actual administración destina 42 mil millones en subsidios, sabe que los recursos inciden en dos dimensiones: como un resorte de política social y anestésico frente a la ira acumulada. Lo imposible de determinar es el carácter de sostenibilidad en el tiempo porque las finanzas públicas se drenan, e inversiones asociadas con sectores fundamentales como obras de infraestructura, iniciar la atención primaria, hacer eficiente el combate a la delincuencia, mejorar los salarios y calidad del empleo, tienden a postergarse.
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Por eso, gestionar éxito electoral en el marco de un proceso inflacionario requiere de un talento indispensable, astucia política y enorme capacidad de convencer a una parte importante de la sociedad de que las perturbaciones coyunturales nos conducen a puerto seguro.
Se sienten bien o mal, los ciudadanos. Así, sin grandes teorizaciones se conduce la gente que padece diariamente los efectos de un modelo de crecimiento incapaz de mejorar la situación porque la inflación borra cualquier posibilidad de mejoría. Y lo que se percibe radica en el escaso entendimiento de los fenómenos que trascienden el afán propagandístico de una administración caracterizada por funcionarios que desconocen el barrio y sus padecimientos, las limitaciones de la marginalidad, sobrevivir en el motoconcho, la presión del patrullaje policial nocturno, el Robin Hood de la esquina y el código de cohabitación con el tigueraje.
La gestión pública cercana al bienestar combina números y estadísticas financieras con la estructuración en los sectores medios y bajos de la esencial idea de que, también para ellos, llegó el crecimiento. ¿Y es tan difícil entenderlo?