Por: Tomás Fernández y Elena Tamaro
Perteneciente al mundo literario del costumbrismo, Washington Irving es el primer autor americano que se sirve de la literatura para hacer reír y caricaturizar la realidad, creando además el estilo coloquial americano, que después utilizarían Mark Twain y Ernest Hemingway. Aunque se mantuvo al margen de los movimientos políticos y sociales que lo alteraban todo, es, sin embargo, un representante perfecto del romanticismo americano. Pero, eso sí, lo que capta del espíritu romántico son sus rasgos más superficiales: el amor al pasado, al medievo, a lo fantástico y a las leyendas, o el impulso viajero que a tantos escritores y artistas llevó a deleitarse con las ruinas.
Washington Irving
Hijo de un rico mercader británico que había luchado en la Revolución junto a los rebeldes, después de prepararse para dedicarse a la abogacía, Irving dejó esta carrera y la sustituyó por la de la literatura, escribiendo para varios periódicos y publicando en 1807-1808, junto a su hermano William Irving y su amigo J. K. Paulding, una serie de ensayos y poemas satíricos recogidos en un libro llamado Salmagundi o extravagancias y opiniones del señor Lancelot Langstaff y otros (1808).
Este libro fue seguido por la parodia de gran éxito Historia de Nueva York desde el Origen del Mundo hasta el Final de la Dinastía Holandesa (1809). Irving lo presenta como un supuesto estudio realizado por un personaje inventado por él: el holandés Diedrich Knickerbocker. La obra reflejaba tan bien la mentalidad de los americanos descendientes de holandeses que durante mucho tiempo el nombre de ese personaje sirvió para designarlos. Se la considera la primera muestra de la prosa humorística en las letras americanas.
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Durante los siguientes años, Washington Irving luchó (sin éxito) por salvar el negocio familiar de la quiebra. Para ello, incluso llegó a viajar Inglaterra, donde conoció a Walter Scott, Thomas Moore, Thomas Campbell y John Murray, entre otros. A su vuelta, animado por Walter Scott, escribió El libro de los bocetos, una serie de ensayos y cuentos escritos bajo el seudónimo de «Geoffrey Crayon, Gent» y publicado en Estados Unidos en 1819-20, en varios volúmenes, y en formato de libro en Inglaterra, en 1820. Este libro, que contiene retratos de la vida inglesa («The Christmas Dinner», «Westminster Abbey», etc.), ensayos sobre tópicos americanos y adaptaciones americanas de cuentos populares alemanes (incluyendo «Rip Van Wilke» y «The Legend of Sleepy Hollow»), hizo de él un hombre célebre en ambos continentes. A esto siguieron otros trabajos populares, entre ellos Bracebridge Hall (1822).
Algunos de sus trabajos siguientes fueron inspirados por su período como diplomático en España (1826-1829), entre ellos una biografía de Cristóbal Colón (1828) y las Leyendas de la Alhambra (1832), obra a la que añadió algunos capítulos en 1857. Irving escribió estas leyendas inspirándose en cuentos y leyendas populares. Como estudioso de la historia y el folklore, el escritor norteamericano se quedó impresionado de la riqueza de historias antiguas que había en España, y elaboró sus famosos cuentos con el material que recogió. Después se unió al mundo literario de Londres como secretario de la legación de Estados Unidos (1829-32), y volvió a América en 1832, donde tuvo una bienvenida entusiasta por ser el primer autor americano que había conseguido fama mundial.
Entre sus últimas obras se encuentran The Crayon Miscellany (1835), Astoria (1836), donde cuenta el desarrollo del comercio de pieles de John Jacob Astor, y varias biografías, como la de Oliver Goldsmith, que apareció en 1849, la de George Washington (1855-59) y la de Mahoma (1850). Póstumamente aparecieron sus obras completas, Works, en 21 volúmenes, así como unos borradores agrupados como Spanish Papers.
Irving fue uno de los primeros prosistas de las Letras norteamericanas. Estudioso sin ser erudito, más que a la calidad de su obra, debe su fama al carácter de ésta. Gran parte de esa fama no le vino por lo que hizo, sino por ser el primero en hacerlo. Los primeros cuentos cortos, algo tan característico de la literatura norteamericana, los escribió él. También fue el primero que hizo del humor, de la sátira burlesca, un arma literaria. Irving se recreaba en el detalle, disfrutaba con las descripciones y siempre de una manera sencilla, sin el menor rebuscamiento.
Perfecto romántico por su amor a la historia pasada que, como ciudadano de un país recién creado, debe buscar en Europa, y muy atraído por lo exótico y pintoresco, encontró en España una fuente de inspiración inagotable, y aunque en sus escritos sobre España falta el rigor científico, no carecen de encanto.
(Fuente: Biografías y Vidas, la enciclopedia biográfica en línea)