Gaza: cercada por aire, mar y tierra. Cisjordania: ocupada. Gaza: prisión al aire libre, campo de concentración moderno, superpoblada. Cisjordania: Ba ntustán del siglo veintiuno, fragmentada, segregada, agujereada como un queso gruyer, con sus aldeas y sus ciudades incomunicadas unas de otras. Gaza y Cisjordania: territorialmente separados. Territorios de la ocupación militar más larga y oprobiosa de la historia moderna. Víctimas de las políticas de la historia.
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La narrativa de Israel, ocupante agresor por décadas, falsea la verdad y escamotea lo esencial. Los israelíes dicen que los palestinos solo hablan de “ocupación, ocupación y ocupación”, cuando de lo que se trata realmente es de “terror, terror y más terror”. Pero igual se podría invertir tal narrativa y decir que los israelíes solo hablan de “terror, terror y terror”, cuando de lo que se trata realmente es de “ocupación, ocupación y más ocupación”.
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Obsesionados por su propia seguridad, cegados por la soberbia y la arrogancia, favorecidos por el amparo imperial, poseídos por la paranoia del amenazado que se ve siempre rodeado de enemigos, no escuchan al otro, no dialogan, no aceptan puntos de vista distintos. No son empáticos con nadie, ni consideran el derecho del otro a ser y a vivir libre, a tener un Estado propio, independiente y soberano.
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Se podría psicoanalizar la mentalidad israelí como victimario. Porque existe una patología del poder israelí. La antigua víctima ha introyectado la figura del verdugo. En un trágico intercambio histórico de papeles y actores, los israelíes se han convertido en victimarios. Hoy aplican contra otros la noción de culpa y castigo colectivo que los nazis aplicaron con crueldad en ciudades y aldeas europeas. Acude a mi memoria la tragedia de Lídice, la aldea checa masacrada y arrasada por los nazis como represalia por el atentado en Praga que le costó la vida a Reinhard Heydrich, “Protector del Reich de Bohemia y Moravia”, en 1942. Lídice fue literalmente borrada del mapa, como Gaza lo está siendo ahora.
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Castigo colectivo: castigar a una población civil entera, escogida fríamente y al azar, por las acciones de la resistencia; castigar a todo un pueblo por darle el voto a Hamás. Si durante siglos los judíos se enfrentaron a la amenaza del exterminio y debieron luchar por la supervivencia, hoy los israelíes obligan a otros, los palestinos, a enfrentarse también a la amenaza del exterminio y a luchar por su propia supervivencia. Ya se sabe que el alto mando militar y la dirigencia política israelíes se han planteado la “solución final” al problema palestino. La llevan a cabo cada día, cada hora, a cada momento, ante los ojos del mundo entero y con total impunidad. Se llama limpieza étnica. Se llama genocidio. Se llama exterminio.
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Cuando los israelíes actúan como nazis, se convierten en nazis.
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La tradición judeocristiana enseña que la muerte deliberada de gente inocente siempre es asesinato. En Gaza sobra la muerte de inocentes, el ataque deliberado e indiscriminado a civiles indefensos. Los israelíes deberían ser confrontados con su propia tradicional moral y su memoria histórica. Si los horrores nazis y las atrocidades de las tropas norteamericanas en Vietnam son absolutamente equiparables, ¿qué decir de las atrocidades israelíes contra los palestinos? ¿Cuánto falta para que ellas sean equiparables a los horrores nazis o a los crímenes estadounidenses?
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Hipocresía occidental. El fondo de todo el problema es esencialmente moral. Radica en aplicar un doble rasero, absolutamente injusto y parcial, en utilizar dos códigos morales, dos reglas diferentes para dos naciones y dos pueblos. En el conflicto palestino-israelí Estados Unidos, Occidente y la comunidad internacional aplican una hipócrita doble moral. Se reconoce el derecho de Israel a la autodefensa, pero no el de Palestina a su propia existencia. Se cuestiona la resistencia palestina contra la ocupación, pero no la ocupación misma como raíz del conflicto. Israel tiene pleno derecho a proteger su seguridad, pero Palestina no lo tiene a la libertad, ni a la vida. Se condena el terror insurgente de Hamás, pero no el terror de Estado de Israel. Mundo hipócrita e inmoral. ¿Cómo podemos aceptar que el doble rasero para juzgar las acciones de partes en conflicto siga siendo la norma moral vigente en la ley y el derecho internacional? ¿Cómo podemos llegar a una paz verdadera y justa si seguimos teniendo culpables favoritos? ¿Cómo, si en esa orgía de sangre y horror aún mantenemos nuestros asesinos preferidos?
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Entiéndase bien de una vez por todas: lo que ha bloqueado todos los acuerdos de paz (Madrid, Oslo) entre israelíes y palestinos ha sido el endurecimiento de la política israelí al autorizar el establecimiento de nuevas colonias en los territorios ocupados. Hablo de los nuevos asentamientos ilegales de colonos judíos en tierras palestinas, autorizados por el Estado hebreo, vigilados y defendidos por el ejército israelí. Esta ilegalidad la condena todo el mundo, la condena Naciones Unidas, la condena incluso un intelectual como Mario Vargas Llosa, de quien no cabe la sospecha de ser “izquierdista”, “radical” o “antisemita”: el meollo de la cuestión son los asentamientos ilegales en territorio palestino. Esa política de colonización se lleva a cabo de manera agresiva y brutal, expulsando a los palestinos de sus tierras, destruyendo sus casas y propiedades con excavadoras; expulsándolos de su propia tierra, de la tierra de sus ancestros, endonde han vivido por décadas. Por eso no hay paz, porque no hay paz sin justicia y solo puede haber justicia a cambio de tierra.
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Borrar Lídice, borrar Guernica, borrar Gaza. Hoy como ayer. Castigo colectivo. Limpieza étnica. Crímenes de guerra. Genocidio. Muerte y destrucción. Cadáveres y escombros. La víctima culpabilizada. El culpable impune. El opresor falsamente victimizado. La antigua víctima transformada en victimario. El mundo, espectador pasivo. Impiedad, impunidad. Terror y temblor. Gaza: herida abierta, sangrante, pulso de un corazón agónico. Desgarradura. Tragedia en tiempo real. Vergüenza de toda la humanidad.
Santo Domingo, octubre de 2023.