Bosch: La lluvia tardía no siempre es bendición

Bosch: La lluvia tardía no siempre es bendición

Rafael Acevedo Pérez

La lluvia es un fenómeno natural con una gran diversidad de connotaciones sociales. Casi siempre anhelada pero a veces temida por los productores del campo.

Los citadinos no saben cómo manejarse con ella; los pobres que viven en zonas bajas llegan a aborrecer la.

Los poetas, sin embargo, hacen filigranas con sus paisajes y tejen poemas mientras “sus aguas caminan descalza sobre las calles mojadas” (Mieses Burgos).

Los sociólogos observan curiosos la ruptura temporal del orden y patrones de conducta, y son los niños que aún no han terminado de someterse a las rutinas de los adultos, quienes más suelen gozar de esas interrupciones, y suelen ser los más pobres los que más improvisan juegos y travesuras, y gozosos se revuelcan en cunetas y charcos enlodados en las calles destrozadas.

Los adultos suelen improvisar y jugar a ser ellos mismos, a saborear el deleite de la creatividad que el caos imprevisto nos obliga.

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La excitación y el riesgo fuerzan a la necesaria improvisación, y a mantener la risa cerca de nuestros labios para excusarnos de los errores y metidas de pata que cuando llueve todos cometemos y excusamos alegremente.

Y acaso lo mejor, la lluvia se lleva el temor al ridículo y a infligir normas de cortesía que a veces no conocemos o no estamos en ánimo de cumplir.

Pero lo mejor acaso es esa vuelta a la niñez, al juego improvisado, mayor deleite que todos los juguetes de la industria y la mercadotecnia.

Anteriormente, en tiempos de sequía, la tradición religiosa era orar a “las ánimas”, o sea, a las almas de los antepasados que aún limpiaban pecados menores antes de llegar al cielo. Las ánimas podían hacerse escuchar en las cortes celestiales y ordenar que los ángeles enviasen lluvias tardías en tiempos de sequía.

Cuenta Bosch, que cierta vez, las ánimas habían estado muy entretenidas en otras cosas, mientras una pobre viuda gastaba sus ahorritos en comprar velas para llamar la atención de las ánimas. La sequía continuó por demasiado tiempo, el campo se había secado y apenas quedaban vivos algunas gallinas y chivos. Hasta que finalmente las ánimas advirtieron que esa viuda había gastado todo su dinero comprando velas. De inmediato, las ánimas empezaron a enviar lluvias para pagarle a la pobre la viuda; tiraron agua hasta que todo se inundó y las corrientes arrastraron a la viuda y todo lo que quedaba vivo en aquel lugar.

Esa ruda sátira boschiana fue su manera de enjuiciar las creencias a menudo inútiles de los pobres respecto de estas cosas del diario vivir, que suele ser duro para creyentes y ateos.

Mas, si algo está claro en este país es que todos disfrutamos la bendición de vivir en “la tierra más hermosa y fértil que existe”; que no conocemos de hambrunas, y que cuando estas prolongadas lluvias aparecen nos revelan, suelen bendecirnos pero también nos revelan la pobreza y el desorden urbano que nosotros hemos creado, y ante el cual no actuamos con responsabilidad gubernamental, individual o colectiva.

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