Ha partido a mejor vida Jorge Tena Reyes (1927-2025), buen amigo y figura muy conocida en los medios culturales de la nación. Fue un activo asesor de la Fundación Corripio Incorporada desde su creación, y, durante años, Subsecretario de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos.
Era un hombre dinámico y franco, siempre en busca de conocimientos; pero, sobre todo, un hombre de gran energía, leal con sus amigos, comprometido, vertical en sus ideas y posturas públicas, que defendía con valentía y sin reservas, y un ser humano de grandes valores, que siempre puso al servicio de su país, desde la cátedra y la administración pública.
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Había nacido en Juan Barón, San Cristóbal, el 5 de julio de 1927, y desde muy joven manifestó sus inquietudes intelectivas y cívicas. Muy temprano estudió en el Instituto Politécnico Loyola, y más tarde Derecho y Filosofía en la Universidad de Santo Domingo.
En una época en que era una verdadera rareza, logró viajar a España, impulsado por su inagotable ansia de saber. Allí cursó estudios de posgrado en Literatura Hispánica e Historia de América en la Universidad Central de Madrid, hoy Complutense. Tuvo tres hijos: Jorge Segundo Tena Rodríguez, Patricia Anasofía y Jorge Augusto Tena Ramírez, estos dos últimos, hijos de la reconocida educadora Ligia Ramírez.
A su regreso a Santo Domingo se incorporó a la vida pública, llegó a ser director general de Cultura de la Secretaría de Educación y subsecretario de Estado, donde contribuyó a la creación de los Premios Anuales de Literatura, y gestor cultural desde la Fundación Corripio, donde participó en la formación de la Biblioteca de Clásicos Dominicanos y la redacción del decreto que rige el Premio Nacional de Literatura.
Fue catedrático distinguido de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, miembro fundador y emérito del Instituto Duartiano, y secretario de la primera Feria del Libro de Santo Domingo.
Como editor, compiló «Duarte en la historiografía dominicana» (1976), el más completo de los libros dedicados al Padre de la Patria. También auspició, desde la Secretaría de Educación, «Dos siglos de literatura dominicana» (1996), en cuatro volúmenes, que hicimos Manuel Rueda y quien escribe.
No olvidaré la mañana en que acudimos al Palacio Nacional, junto al secretario de Educación, don José Andrés Aybar; el cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, y los autores de la antología, los primeros tomos a quien él admiraba como a un ídolo, el doctor Joaquín Balaguer, en ese tiempo presidente de la república.
Sentía una veneración sin límites por Pedro Henríquez Ureña, a quien consagró un voluminoso ensayo titulado «Pedro Henríquez Ureña: Un esbozo de su vida y de su obra», hasta ahora el más completo estudio sobre el gran humanista, que recibió el Premio Nacional Feria del Libro Eduardo León Jimenes en 2017. Pocas veces he visto a un intelectual tan amante de los libros. Su biblioteca personal, que era su gran orgullo, era una de las más ricas del país, y contenía millares de obras que podemos considerar únicas, sobre todo en literatura, filosofía e historia.
Todos los sábados podía uno encontrar en Cuesta del Libro al doctor Tena, como le llamaban todos, siempre a la caza de una novedad recién llegada, que era capaz de hacerlo feliz como un juguete nuevo a un niño.
Su avanzada edad lo confinó hace años en su hogar, al cuidado de su esposa y su hija. Hablaba por teléfono con él de vez en cuando, pero desde hace algún tiempo, cuando silencio lo enmudeció, solo me enteraba de su salud por las noticias que me daba Ligia. Ayer recibí el impacto del temido viaje a la eternidad, y no he podido menos que recordar los versos de Jorge Manrique: «Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir.» Descansa en paz, querido amigo.