Brian A. de Peña nunca imaginó, al inicio de los años ‘80, cuando en Santo Domingo era encargado del departamento de Costos del Hotel Caribeño, que ocuparía la posición de alcalde de una de las metrópolis más importantes de Estados Unidos: Lawrence, Massachusetts.
Con una sonrisa que le identifica hasta el alma, Brian narró a HOY lo que ha sido parte de una vida que desde su niñez se desarrolló en medio de precariedades, pero con unos padres muy responsables, tal y como los describe, los señores Isidoro de Peña y Ramona Páez. Nació el 25 de septiembre de 1964. Tiene tres hermanos: Buenaventura, Henry y César.
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A los 17 años emigró a Bonao, a estudiar su ciclo del bachillerato, al Colegio Adventista del Séptimo Día y luego, pasa a Santo Domingo a la casa de su tío Casimiro de Peña, el cual lo acogió como a un hijo.
Luego de trabajos informales, logró conseguir el del Hotel Caribeño, en el que manifiesta, fue una de sus primeras experiencias en el plano laboral, para de ahí iniciar su formación de lo que al día de hoy lo ha consagrado como un próspero empresario.
A inicios de los ‘80, en momento que su país atravesaba un difícil período de transición política, Brian, por insistencia de uno de sus hermanos, decide buscar otros tipos de oportunidades. En una frágil yola, marchó a Puerto Rico, donde laboró en fincas cafetaleras, herrerías y otros. Decide, no mucho tiempo después, irse a New York, donde ya, con sus papeles al día, es acogido por su tía, la señora Isidora de Peña. Allí trabajó 13 años en la construcción y mantenimiento de edificios.
“New York para mí fue una ciudad de tránsito, yo para donde salí fue para Massachusetts, donde tenía unos primos que eran los que me estaban esperando. Sin embargo, una tía que fue la que me regaló el pasaje, me dijo que viniera para su casa”, dijo.
Su paso definitivo a Lawrence
Llega a Lawrence a principio de los ‘90. Luego de explorar la urbe y buscar alternativas para invertir su pequeño capital, decide iniciar el primer negocio, una ferretería que llamó “Ferretería Brian”, en la 332 Broadway.
No mucho tiempo después y con algunos ahorros para pagar otras deudas contraídas en aras de aumentar la productividad del negocio, decide ampliar lo y adquiere un edificio contiguo, donde, entre otras cosas, también buscaba tener un poco más de rentabilidad, en un tipo de negocio en el que desde el primer instante dice que confió y que llamó “Gomera Tenares”, en sociedad con el tenarense Wilson Santana, quien no mucho tiempo después decide acabar la sociedad y marcharse a su Tenares. Luego instaló cuatro negocios más de diversas ramas.