Hoy es el último día del novenario de mi querida madre Natalia; a las 4:00 de la tarde haremos el Santo Rosario, seguido del rezo de Vísperas y a las 6:30, la Eucaristía. Todo en la parroquia San Simón Apóstol, en la Carretera de Mendoza frente al parque de Villa Faro.
En mi columna pasada hablaba de su partida al Padre y recordaba los dos grandes amores que cultivó en la casa de la familia Vicini Cabral, donde sirvió por más de 20 años: Amelia Cabral viuda Vicini, y su sobrina Lucía Amelia Cabral.
Para mí fue muy reconfortante la presencia de Lucía Amelia en la funeraria y muy emocionantes las palabras que recibí de ella, dedicadas a mi madre y que comparto con los lectores de Brisas. Aquí las trascribo:
“Natalia, Lin… para mí, para nosotros, ¡la tan querida Talita! Flaca era solo en carnes. De gentil talante, generosa en el trato, espléndida en el esmero. Su mirada alerta, develaba curiosidad y sentimientos. Se movía sin molestar el aire. Su hablar quedo anidaba humildad y afectos. Fue una mujer batalladora, de entrega sin tregua, mucho temple que sorprendentemente cobijaba en su física pequeñez. Experta en los afanes y maravillas de la cocina, guardo en la memoria precisa del paladar su imbatible soufflé de queso, exquisitez perfecta de soplo y volumen. Y aquellos filetitos de pescado con la gracia a cuestas de guineo cortado verticalmente bajo una ligera llovizna de pimentón dulce. Y para remate, la más deliciosa tarta de coco que jamás se horneara. ¡Ah, Talita, grácil, frugal y hacendosa, cocinera de platos, sabores y días, de claridad salpimentada y aguardos de azúcar y vainilla.
Talita es parte nuestra. De nuestras nostalgias y amores. De nuestra memoria agradecida.
A Rosa Francia, su hija, la conocí mucho tiempo antes de nuestro primer intercambio. Talita me presentó a Francina (*), sin conocernos, a través de su cariño, admiración e ilusiones. Me confiaba con inmenso orgullo que su sobrina adorada sería una triunfadora. ¡Y no se equivocó! Sus desvelos y corazón le permitieron predecir el futuro, sin temor, ni alardes ni acomodaciones. Recurso secreto, ajeno a la magia, de una madre con agenda y sin regateo de sacrificios.
Descansa en paz, Talita. ¡Nunca te olvidaré!”.
Gracias, Lucy, esas palabras salen de tu corazón más que de tus venas de mujer experta en la literatura, aunque estén combinadas como aquellos “filetitos de pescado con la gracia a cuestas de guineo cortado verticalmente bajo una ligera llovizna de pimentón dulce”.
(*) Quiso decir Rosina.